NI
UN PASO ATRÁS...NI ADELANTE
Lo
que teme un régimen como este es la movilización en la calle. Los líderes
cubanos, expertos en la represión, han enseñado que un vez que un ciudadano
descontento pone el pie en el portón de la casa, si se le deja a su aire puede
terminar instalado en la silla que estos días calienta Nicolás.
Así
ocurre en Brasil; la lucha inicial deja atrás sus motivos inmediatos y se
apresta a lograr lo que su fuerza creciente le permite y de los centavos de
incremento de la tarifa del transporte público, en pocos días se replantean el
sistema político del país y la invasiva corrupción.
También
ocurrió en Venezuela y quizá el momento más destacado fue abril de 2002, cuando
la protesta civil se convirtió también en militar y culminó con la salida de
Chávez de la Presidencia.
Con
los medios de comunicación contemporáneos y las redes en las que los ciudadanos
se encuentran inmersos (o atrapados, según se le vea) es elevadísima la
capacidad de las noticias y de las iniciativas de volverse virales.
Nadie
sabe las claves por las que un video se ve un millón de veces en pocos días;
nadie sabe cómo incrementar por miles diarios el número de seguidores en
twitter; nadie sabe cómo una idea esbozada por algún anónimo detrás de un
teclado se convierte en atrevimiento seguido por centenares de miles; sin
embargo, estas cosas ocurren. Solo cabe un análisis después que acontecen para
entender su por qué, pero no se puede prever su desenlace cuando están en
estado embrionario. Por eso los regímenes represivos prefieren matar toda
iniciativa en estado primario porque no sabe cuál de las criaturitas que se
ven, puede evolucionar como tsunami imparable.
GOLPES
Y GUARIMBAS.
Dos
de las palabras con las que el régimen ha pretendido -y de cierta forma ha
logrado- arrinconar a las fuerzas democráticas es mediante la acusación de que
promueven desórdenes insurreccionales -guarimbas- para ambientar un golpe de
estado. Es una lástima que una palabra tan musical como "guarimba"
haya podido concitar tanto nerviosismo por parte de los próceres de esta hora.
Evoca, para ellos, la breve insurrección que se produjo en Caracas en febrero
de 2004 antes del referéndum, el día que se reunía el Grupo de los 15 en el
Teatro Teresa Carreño. Momento en que las brigadas antimotines de la GN
heroicamente sujetaron a Elinor Montes y la tiraron varias veces al piso. Ese
día se produjo un amago de rebelión ciudadana que fue rápidamente apagada tanto
por el gobierno como por la dirección opositora de entonces. Fueron combates
callejeros que después derivaron hacia pequeños focos en algunas urbanizaciones
de clase media alta y que se extinguieron en forma lánguida a los tres días.
Hubo unas horas, sin embargo, en que la calle cogió candela y el gobierno no
supo qué hacer.
Esas
guarimbas quedaron marcadas en las zonas más profundas y rocosas del miedo de
Chávez y su gente porque se parecieron tanto a los eventos de 2002, que se
propusieron no volverlos a permitir bajo ningún concepto. Esto explica el grado
de represión exagerada que aplican ante cualquier pequeño brote de descontento
porque tienen fijado en la mirada el espectáculo de una calle insurrecta. Sin
embargo, esa fijación se ha convertido en excusa para reprimir todo
descontento, toda manifestación popular aun cuando sea reivindicativa, porque
saben que la calle tiene sus insondables tentaciones.
Los
actuales dueños del país identifican toda manifestación de protesta con un
intento de golpe de estado. Por esa vía han desarmado -con éxito hay que decir-
muchos esfuerzos, al colocar a sus promotores a la defensiva. Incontables veces
ha visto la opinión pública cómo genuinas luchas sociales y políticas han
tenido que tartamudear explicaciones para insistir en que no hay golpismo en
sus intenciones.
BANALIZACIÓN
DE LAS ACUSACIONES.
Los
que han sido golpistas están en el poder. Muchos de ellos, los de izquierda,
fueron promotores por años de las manifestaciones populares para canalizar sus
demandas; hoy, colocados en la azotea del poder, no vacilan en desdecirse de su
propia historia y usar la fuerza bruta para dominar. Acusan a todos sus
adversarios de guarimberos y golpistas; sí, ellos, los golpistas y agitadores
de otros tiempos. Cuando se les recuerda, responden con cinismo: sí, pero ahora
todo es tan igual que llega a ser diferente.
Estos
jerarcas dedican una parte sustancial de sus esfuerzos a formar unidades
antimotines, sean las de la GN, las de la Policía Nacional o las de los grupos
paramilitares recogidos en el aséptico nombre de "colectivos".
También usan todos los mecanismos de espionaje y los que andan en labores de
inteligencia hasta tienen algunos periodistas como voceros de la policía
política, en la forma de falsos "dateados". El audio con el cual dos
altos funcionarios acaban de delinquir, grabado en la intimidad de una conversación
entre María Corina Machado y el historiador Germán Carrera Damas, es para
demostrar que dos demócratas probados son... ¡golpistas! El Gobierno sacó el
fusil, apuntó con cuidado y se dio el tiro en el pie.
RESPUESTA
DEMOCRÁTICA.
Muchas
veces las fuerzas democráticas, ante las acusaciones oficiales, han dicho y
redicho que no son conspiradores. Defensa innecesaria que les hace caer en el
juego del enemigo porque nada de lo que digan es suficiente para el régimen que
siempre pide más pruebas de "inocencia". Ese esquema a veces logra
imponer en cierta gente la idea de que la oposición es golpista o tiene la
oscura tentación de serlo.
La
trampa que tiende el poder es que solo se puede demostrar que no eres golpista
si no se te ocurre agitar la calle porque, si lo haces, allí está la
comprobación de tu culpa. Rutina perversa que ha llevado a un cierto abandono
de la legítima, democrática, y constitucional protesta callejera. Así ha sido,
salvo en las manifestaciones de las épocas electorales y las universitarias que
tienen sus propias dinámicas y su dirigentes específicos; también las recientes
erupciones populares y laborales que, al menos hasta la fecha, no han tenido
capacidad de continuidad.
LA
CALLE ES RIESGOSA.
Hay
riesgos en la lucha popular precisamente porque los represores siempre acusarán
a los manifestantes de aquello que la represión causa. No te disparé sino que
tu presencia en la calle me obligó a hacerlo, dirá un represor. Además, ningún
dirigente responsable puede llamar a aquello con cuyas consecuencias no esté
dispuesto a correr. El asunto es que hasta que las fuerzas democráticas no se
salgan del chantaje de las acusaciones gubernamentales -guarimberos, golpistas-
no estarán en condiciones de impulsar abiertamente la protesta social. Esto se
puede hacer sin aventuras, en forma responsable, pero se puede hacer. Volver a
lo que la izquierda que hoy la reprime, llamaba lucha de masas...
@carlosblancog
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