El Gobierno de Maduro ha escogido el peor de
los caminos para resolver la crisis venezolana
La brutal agresión sufrida el martes por
varios diputados opositores de Venezuela, en plena sesión parlamentaria, a
manos de rivales —y guardaespaldas— chavistas muestra ya sin tapujos el rumbo
deplorable que han adoptado los herederos de Hugo Chávez tras las elecciones
del 14 de abril. Tras violar sus propias leyes y rechazar el legítimo recuento
de votos que exige Henrique Capriles, el Gobierno de Nicolás Maduro —que
oficialmente ganó por un margen de 1,5 puntos— está escogiendo opciones
destructivas.
Además de tolerar los ataques físicos —hace
dos semanas le abrieron la cabeza a otro diputado—, el presidente de la
Asamblea, Diosdado Cabello, ha prohibido el uso de la palabra a los
representantes de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) en tanto no reconozcan la
victoria de Maduro. Ya lo había profetizado el propio Cabello: “Chávez era el
muro de contención de muchas de esas ideas locas que se nos ocurren a
nosotros”.
En la calle, la persecución política ha
comenzado. El general retirado y opositor Antonio Rivero ha sido detenido bajo
la acusación de estar vinculado a las protestas poselectorales. Varios
dirigentes universitarios están en la mira por “preparar emboscadas contra el
pueblo y la patria”. Del acoso no se libra el propio Capriles, a quien la
ministra del Servicio Penitenciario ha anunciado que ya tiene lista su celda.
El líder opositor ha denunciado que el Gobierno acaba de suspender la entrega
de los recursos que le corresponden al Estado de Miranda, del que es
gobernador.
Las represalias se extienden a los
trabajadores. La MUD ha recibido 4.000 denuncias de empleados públicos que han
sido despedidos, degradados o amenazados por ser sospechosos de simpatizar con
la oposición.
Transformado en una caricatura de Chávez
—como volvió a mostrar ayer en su extemporánea arremetida contra el ministro de
Exteriores de España—, Maduro ha demostrado, hasta ahora, que no está a la
altura del cargo. Por ningún lado asoma el pragmatismo que algunos le
adjudicaban. Ha escogido el peor de los caminos posibles, porque enfrente no
tiene a un candidato, sino a la mitad del país. Nada bueno puede salir de la
confrontación.
Ante la grave situación que vive Venezuela,
la OEA no debe seguir mirando hacia otro lado. Y las democracias
latinoamericanas tampoco deben obviar o minimizar estos atropellos.
http://elpais.com/elpais/2013/05/01/opinion/1367434865_444118.html
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