Estos días que corren me hacen pensar en un
chiste que contaba mi padre: llevan a un
negro gladiador estrella al circo romano para que se enfrente a las fieras. Al
pobre le amarran las manos en la espalda, lo entierran hasta el cuello y luego
le sueltan a un enorme tigre de bengala. El tigre se abalanza pero, en pleno
salto, el gladiador logra morder al tigre en las bolas que sale corriendo
aullando de dolor ante esto, indignado el circo entero comienza a gritar negro
tramposo, así no se puede, juega limpio.
No creo que nadie que haya vivido la historia
reciente de este país pueda imaginarse que las próximas elecciones previstas
para el 14 de abril serán apegadas a la normativa y a los reglamentos. Todos
sabemos que habrá un uso abusivo hasta el asco de los recursos del estado
incluyendo los medios, los recursos económicos del ejecutivo y las
gobernaciones oficialistas, la logística, la propaganda y pare usted de contar.
Sabiendo esto, la pregunta clave es entonces
en qué medida puede afectar este hecho al resultado de las próximas elecciones
y cuál es la mejor estrategia para enfrentarlo.
Para responder esta pregunta me parece
conveniente comenzar por analizar ciertos aspectos que han sido temas
recurrentes en cada proceso electoral.
No hay evidencia de fraude electrónico
masivo:
Desde el 2006 tanto los partidos como organizaciones independientes han
podido constatar que los mecanismos puestos en marcha para el control y
seguridad del proceso lo hacen, en este aspecto, muy seguro. Esta afirmación se
basa en un conocimiento a profundidad del software y hardware utilizado que es
revisado minuciosamente por técnicos de los partidos e independientes, la
utilización de códigos de seguridad sobre todo el software utilizado que
aseguran que el mismo no puede ser cambiado durante las elecciones, la verificación sobre
una proporción elevada de todos los centros electorales del apego de las actas
y los dato presentados por el CNE y, finalmente, en la auditoría ciudadana que
sobre una muestra correspondiente al 54% del total de urnas señalan que los
resultados evaluados hasta ahora en más de 9 procesos no evidencian disparidad
alguna entre lo totalizado por las actas en número de votos y lo escrutado
manualmente. Sobre un universo de aproximadamente 34.000 mesas el no observar
nada sobre la muestra implica que no hay nada con un error estadísticamente
despreciable. Los abogados del diablo insisten en que es necesario lograr el
conteo manual de todas las mesas, lo que técnicamente no tiene ningún sentido.
Más absurdo aún es pedir retornar al voto manual. Todos los pretendidos males
del voto electrónico no se resuelven con el retorno al voto manual y en
general, lo empeoran. Se argumenta que en centros sin testigos de la oposición
puede no seguirse la reglamentación prevista para el sorteo de las mesas y así
asegurar que hay mesas donde se hace trampa que no son reportadas. Ahora
bien, ¿qué haría que en esos mismos centros sin testigos no se alterasen las
actas logrando el mismo propósito sólo que esta vez ni siquiera se cuenta con
la boleta de la transmisión? El problema de fondo es lograr la presencia de
testigos en la mayor cantidad de centros posibles, no el volver al voto manual.
No hay evidencia de alteraciones
significativas del RE:
Desde el 2006 equipos técnicos de los partidos y de
observadores independientes han realizado labores de depuración importante.
Sobre todo, se hizo un análisis exhaustivo para determinar si era posible la
existencia de un conglomerado de electores “fantasma†dentro del registro
electoral. Es decir, electores inexistentes que votarían de manera virtual por
el oficialismo alterando los resultados reales. Todas las pruebas realizadas
desestimaron esta hipótesis, pero seguramente la más contundente de todas ellas
es el análisis de los resultados que no siempre han sido favorables para el
gobierno, incluyendo el tan deseado estado Miranda en las últimas elecciones.
De existir este ejército sin duda hubiese sido utilizado con resultados
diferentes. Todo parece indicar entonces que, contrario a lo que predican
ciertos sectores opositores, los votos son emitidos por electores de carne y
hueso, de los cuales ya 6.500.000 votaron por Capriles en las últimas
elecciones.
El voto es secreto: no puede saberse quién
emitió un voto determinado a partir de la secuencia de las capta huellas o, si
a eso vamos, por procedimiento alguno. La verificación exhaustiva del software,
del hardware y los mecanismos de seguridad del software así lo aseguran. Lo que
existe es la percepción cultivada y alimentada por el oficialismo de que esto
es así. Para ello se lleva a cabo una campaña cuidadosamente diseñada en las
oficinas públicas, en los mecanismos de asignación y renovación de becas,
ayudas, viviendas y puestos de trabajo pero también entre proveedores y contratistas
del gobierno. De manera descarada. Salvando la encomiable campaña “el voto es
secretoâ€, éste ha sido posiblemente uno de los puntos más débiles de la
oposición.
Uso abusivo de medios: es así y no es
imaginable que tengamos el poder de cambiar esta situación antes del 14 de
abril. Sin embargo, el panorama es radicalmente diferente al de una elección
normal. Capriles hace menos de 6 meses estuvo en campaña por todo el país y
fruto de su esfuerzo logró 6 millones 500 mil votos. La primera gran pregunta
es entonces si la campaña que pueda llevar a cabo Maduro, con el ya señalado
abuso de poder, puede cambiar la intención de voto de esos electores. La
respuesta es, probablemente no. Lo que puede cambiar ese número sin embargo, es
que los electores, desilusionados o asqueados decidan no ir a votar. La segunda
gran pregunta es si Maduro, usando de manera abusiva medios y recursos puede
obtener todos los electores del Fallecido. De nuevo, la respuesta es
probablemente no. Lo que hará salir
a votar a un número no despreciable de electores será entonces el miedo. Miedo
a que se pueda saber el origen del voto (y, en consecuencia perder trabajo,
vivienda, becas, ayudas o contratos),miedo a que el proceso es viciado, pero
también, más recientemente, ha surgido un nuevo miedo: la idea de que la
difícil situación económica y política del país hará al país ingobernable para
cualquiera que no sea del oficialismo y que por lo tanto para la tranquilidad
de la patria, o en algunas versiones para que sea el oficialismo quién pague
los platos rotos, es necesario perder.
Sorprendentemente, todos estos miedos
son alimentados por sectores de la propia oposición.
Pareciera entonces que el futuro de los
resultados de estas elecciones está mucho más en las manos de la oposición de
lo que se piensa: cada voto no emitido, cada voto de abstención por protesta,
por asco o por cansancio es un voto para Maduro.
Pasar esta idea no requiere
costosas campañas, requiere activar redes. Por otro lado, cada segundo pasado
en discutir si el voto debe ser manual o si se debe contar el 100% de las mesas
en la verificación ciudadana es un segundo perdido para el mayor desafío de
este proceso que es vencer el miedo y las presiones sobre los electores más
vulnerables, que a final de cuentas, más allá de concentraciones obligadas, o
listas de 10 electores suministradas bajo presión, se resuelve siempre en
solitario, frente a la pantalla.
Nosotros, como oposición estamos en la
obligación de dedicar hasta nuestro último esfuerzo a mostrar que en este final
solitario no hay presión posible pues el voto es secreto. Finalmente, no hay
argumento que justifique la conveniencia de seguir por esta ruta cada vez más primitiva
y destructiva. En el peor de los casos, un gobierno de Maduro logrado por un
estrecho margen no puede sino beneficiar a los que no estamos de acuerdo con
sus prácticas totalitarias.
Creo que podemos ganar, pero esto requiere no
confundir el pivote, allí donde hay que aplicar la energía. Maduro intentará
convencernos de que el abuso y la intimidación son iguales a votos. A nosotros
nos toca mostrar que no.
carenne.ludena@ciens.ucv.ve
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