martes, 26 de marzo de 2013

CARENNE LUDEÑA, EL ABUSO

Estos días que corren me hacen pensar en un chiste que contaba mi  padre: llevan a un negro gladiador estrella al circo romano para que se enfrente a las fieras. Al pobre le amarran las manos en la espalda, lo entierran hasta el cuello y luego le sueltan a un enorme tigre de bengala. El tigre se abalanza pero, en pleno salto, el gladiador logra morder al tigre en las bolas que sale corriendo aullando de dolor ante esto, indignado el circo entero comienza a gritar negro tramposo, así no se puede, juega limpio.
No creo que nadie que haya vivido la historia reciente de este país pueda imaginarse que las próximas elecciones previstas para el 14 de abril serán apegadas a la normativa y a los reglamentos. Todos sabemos que habrá un uso abusivo hasta el asco de los recursos del estado incluyendo los medios, los recursos económicos del ejecutivo y las gobernaciones oficialistas, la logística, la propaganda y pare usted de contar.
Sabiendo esto, la pregunta clave es entonces en qué medida puede afectar este hecho al resultado de las próximas elecciones y cuál es la mejor estrategia para enfrentarlo.
Para responder esta pregunta me parece conveniente comenzar por analizar ciertos aspectos que han sido temas recurrentes en cada proceso electoral.
No hay evidencia de fraude electrónico masivo: 
Desde el 2006 tanto los partidos como organizaciones independientes han podido constatar que los mecanismos puestos en marcha para el control y seguridad del proceso lo hacen, en este aspecto, muy seguro. Esta afirmación se basa en un conocimiento a profundidad del software y hardware utilizado que es revisado minuciosamente por técnicos de los partidos e independientes, la utilización de códigos de seguridad sobre todo el software utilizado que aseguran que el mismo no puede ser cambiado durante las elecciones, la verificación sobre una proporción elevada de todos los centros electorales del apego de las actas y los dato presentados por el CNE y, finalmente, en la auditoría ciudadana que sobre una muestra correspondiente al 54% del total de urnas señalan que los resultados evaluados hasta ahora en más de 9 procesos no evidencian disparidad alguna entre lo totalizado por las actas en número de votos y lo escrutado manualmente. Sobre un universo de aproximadamente 34.000 mesas el no observar nada sobre la muestra implica que no hay nada con un error estadísticamente despreciable. Los abogados del diablo insisten en que es necesario lograr el conteo manual de todas las mesas, lo que técnicamente no tiene ningún sentido. Más absurdo aún es pedir retornar al voto manual. Todos los pretendidos males del voto electrónico no se resuelven con el retorno al voto manual y en general, lo empeoran. Se argumenta que en centros sin testigos de la oposición puede no seguirse la reglamentación prevista para el sorteo de las mesas y así asegurar que hay mesas donde se hace trampa que no son reportadas. Ahora bien, ¿qué haría que en esos mismos centros sin testigos no se alterasen las actas logrando el mismo propósito sólo que esta vez ni siquiera se cuenta con la boleta de la transmisión? El problema de fondo es lograr la presencia de testigos en la mayor cantidad de centros posibles, no el volver al voto manual.
No hay evidencia de alteraciones significativas del RE: 
Desde el 2006 equipos técnicos de los partidos y de observadores independientes han realizado labores de depuración importante. Sobre todo, se hizo un análisis exhaustivo para determinar si era posible la existencia de un conglomerado de electores “fantasma” dentro del registro electoral. Es decir, electores inexistentes que votarían de manera virtual por el oficialismo alterando los resultados reales. Todas las pruebas realizadas desestimaron esta hipótesis, pero seguramente la más contundente de todas ellas es el análisis de los resultados que no siempre han sido favorables para el gobierno, incluyendo el tan deseado estado Miranda en las últimas elecciones. De existir este ejército sin duda hubiese sido utilizado con resultados diferentes. Todo parece indicar entonces que, contrario a lo que predican ciertos sectores opositores, los votos son emitidos por electores de carne y hueso, de los cuales ya 6.500.000 votaron por Capriles en las últimas elecciones.
El voto es secreto: no puede saberse quién emitió un voto determinado a partir de la secuencia de las capta huellas o, si a eso vamos, por procedimiento alguno. La verificación exhaustiva del software, del hardware y los mecanismos de seguridad del software así lo aseguran. Lo que existe es la percepción cultivada y alimentada por el oficialismo de que esto es así. Para ello se lleva a cabo una campaña cuidadosamente diseñada en las oficinas públicas, en los mecanismos de asignación y renovación de becas, ayudas, viviendas y puestos de trabajo pero también entre proveedores y contratistas del gobierno. De manera descarada. Salvando la encomiable campaña “el voto es secreto”, éste ha sido posiblemente uno de los puntos más débiles de la oposición.
Uso abusivo de medios: es así y no es imaginable que tengamos el poder de cambiar esta situación antes del 14 de abril. Sin embargo, el panorama es radicalmente diferente al de una elección normal. Capriles hace menos de 6 meses estuvo en campaña por todo el país y fruto de su esfuerzo logró 6 millones 500 mil votos. La primera gran pregunta es entonces si la campaña que pueda llevar a cabo Maduro, con el ya señalado abuso de poder, puede cambiar la intención de voto de esos electores. La respuesta es, probablemente no. Lo que puede cambiar ese número sin embargo, es que los electores, desilusionados o asqueados decidan no ir a votar. La segunda gran pregunta es si Maduro, usando de manera abusiva medios y recursos puede obtener todos los electores del Fallecido. De nuevo, la respuesta es probablemente no. Lo que hará  salir a votar a un número no despreciable de electores será entonces el miedo. Miedo a que se pueda saber el origen del voto (y, en consecuencia perder trabajo, vivienda, becas, ayudas o contratos),miedo a que el proceso es viciado, pero también, más recientemente, ha surgido un nuevo miedo: la idea de que la difícil situación económica y política del país hará al país ingobernable para cualquiera que no sea del oficialismo y que por lo tanto para la tranquilidad de la patria, o en algunas versiones para que sea el oficialismo quién pague los platos rotos, es necesario perder. 
Sorprendentemente, todos estos miedos son alimentados por sectores de la propia oposición.
Pareciera entonces que el futuro de los resultados de estas elecciones está mucho más en las manos de la oposición de lo que se piensa: cada voto no emitido, cada voto de abstención por protesta, por asco o por cansancio es un voto para Maduro. 
Pasar esta idea no requiere costosas campañas, requiere activar redes. Por otro lado, cada segundo pasado en discutir si el voto debe ser manual o si se debe contar el 100% de las mesas en la verificación ciudadana es un segundo perdido para el mayor desafío de este proceso que es vencer el miedo y las presiones sobre los electores más vulnerables, que a final de cuentas, más allá de concentraciones obligadas, o listas de 10 electores suministradas bajo presión, se resuelve siempre en solitario, frente a la pantalla.
Nosotros, como oposición estamos en la obligación de dedicar hasta nuestro último esfuerzo a mostrar que en este final solitario no hay presión posible pues el voto es secreto. Finalmente, no hay argumento que justifique la conveniencia de seguir por esta ruta cada vez más primitiva y destructiva. En el peor de los casos, un gobierno de Maduro logrado por un estrecho margen no puede sino beneficiar a los que no estamos de acuerdo con sus prácticas totalitarias.
Creo que podemos ganar, pero esto requiere no confundir el pivote, allí donde hay que aplicar la energía. Maduro intentará convencernos de que el abuso y la intimidación son iguales a votos. A nosotros nos toca mostrar que no.
carenne.ludena@ciens.ucv.ve

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