En las elecciones recientes quedó demostrado
que la sociedad civil opositora no quiere ni se identifica con los partidos
políticos de oposición que, tradicionalmente, han venido haciendo vida en el
escenario nacional.
Sin embargo me pregunto: ¿hasta qué punto
somos un Estado civil responsable? ¿Está la sociedad civil opositora venezolana
lo suficientemente cohesionada, organizada y madura como para exigirle a
quienes la representan, llámese partidos políticos de oposición, algo tan
sencillo como la suspensión de las elecciones cuando la fecha no sea
conveniente? Nadie alzó la voz para posponer las del 16-D: ni la oposición, ni
los gremios, ni los intelectuales, ni las ONG.
Estas elecciones no debieron
realizarse por diferentes razones: la fecha, las condiciones adversas por las
que pasamos el 7-O, la parcialidad evidente con la que se conduce el CNE, la
incertidumbre que significa la enfermedad del Presidente...
¿Por qué los partidos políticos de oposición
lo permitieron? ¿Por qué seguimos aceptando lo que el régimen nos impone en
materia electoral? La oposición sigue anclada en la vieja fórmula de hacer
política que a todas luces no funciona. La MUD, a mi modo de ver, ha cumplido
un papel significativo e importante: logró presentar a la oposición, ante el
país y el mundo, como sólida y unificada.
Pero ahora es imperativo que pase a una nueva etapa, que implica la actividad
programática, con nuevas estrategias e ideas que iluminen la búsqueda de las
salidas pacíficas y democráticas que necesitamos.
A propósito de estos resultados, he escuchado
decir que los opositores no tenemos nada que celebrar porque apenas obtuvimos
tres gobernaciones (de las cuales dos vienen de origen chavista) y que, por lo
tanto, hubiese sido preferible que el mapa se pintase completamente de rojo
para que, de una vez por todas, la clase política opositora predominante
entendiera que hay un país que le está diciendo a gritos que no quiere nada con
ella.
Aun cuando no podemos forzar la creación de
una "Tercera Vía", es probable que en estos momentos en Venezuela
existan los componentes necesarios para el surgimiento de ella. El país viene
cambiando, sin prisa pero sin pausa, o a grandes zancadas, frente a nuestras
narices. Y no nos damos cuenta, o no queremos aceptarlo; pero, otra vez quedó
demostrado que las oposiciones no han logrado conectarse con las clases
populares que son las que, definitivamente, están decidiendo el destino
político del país.
Expertos señalan que más del 67% de la
población desea un nuevo proyecto pero gerenciado por una clase política
opositora distinta a la que tenemos. Se necesita "sangre nueva" y la
hay; pero no consigue espacios de participación. Si no se concreta la
"Tercera Vía", seguiremos de derrota en derrota. ¿Acaso las
elecciones de alcaldes se van a diferenciar en algo de las elecciones del 16-D?
No puede haber ánimo ni espíritu triunfalista cuando la oposición no nos
garantiza triunfos.
Una posible "Tercera Vía" debería
nacer con el principio de la generación de un sentido contributivo-compasivo
frente al drama de la pobreza, porque si el país cambió, los pobres siguen
siendo los mismos; y ahora, más que nunca, ayunos de criterio y de formación
venezolanista.
De ser probable la "Tercera Vía" en
Venezuela, tendrá que trascender los planos de los disminuidos porque hay un
núcleo de gente preparada, buena y generosa, pero sin cauce en la actividad
política. Eso sí, esa "Tercera Vía", no puede pretender emerger como
lo hizo Chávez, por implosión, sino por inclusión. Y en eso tiene un peso
específico el orden moral que, lamentablemente, los políticos de oposición no
pueden usar como bandera. El espíritu de insurgencia, civil y democrático, debe
fundamentarse en una nueva
venezolanidad.
Esa "Tercera Vía" tiene que saber
explicarle al país los escollos que hicieron que el socialismo fracasara en el
mundo entero. He allí el tuétano de la revolución verdadera porque se estarían
concretando ideas y principios nuevos: no el socialismo trasnochado y
maquillado, traído al presente. El drama de esta clase opositora es que ha sido
incapaz de presentarle a Chávez y a su grupo de monigotes sin raciocinio, una
alternativa contra su piche revolución. Y quizá esto sea producto del miedo
intrínseco que tiene de enfrentársele a Chávez para no perder sintonía con la
gente a quien necesita llegarle.
Mientras Chávez, con su capacidad
histriónica, a punta de payasadas y menjurjes ideológicos, sigue metiendo el
dedo en la llaga (la lucha de clases, la miseria, los excluidos); los grupos
políticos tradicionales opositores se desgastan en pactos estratégicos oportunistas,
ausentes de contenido e ideas, que nos conduzcan hacia la configuración del
país deseado. ¡Esa sí sería la verdadera revolución!
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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