¿Quién duda a estas alturas que el CNE es una pieza clave del proyecto chavista? ¿No está claro, acaso, que sus decisiones apuntan a favorecer la relegitimación y la perpetuación de este modelo político?
Desde los días previos al referéndum revocatorio presidencial de 2004 quedó en evidencia la construcción de una estructura electoral ventajista y fraudulenta. Si bien la dirigencia opositora de entonces tuvo claridad de la situación y ello condujo a que todos los partidos opositores llamaran a no votar en la consulta parlamentaria de 2005, las circunstancias posteriores que significaron avances de la disidencia de 2007, 2008 y 2010 impusieron un criterio simple y engañoso: es cierto que el CNE no es imparcial ni equilibrado, pero es preferible ponerle sordina al tema para no estimular la abstención.
La reciente actuación del órgano y el conjunto de “triquiñuelas e irregularidades” denunciadas por el propio candidato Capriles Radonski, y varios recursos de nulidad introducidos ante TSJ han hecho que la opinión vuelva los ojos de nuevo ante la existencia de un enorme escollo para futuras victorias. La reacción de la mayoría de los rectores a las críticas y señalamientos que se han formulado ha sido desconcertante y provocadora. La decisión discriminatoria sobre la migración a centros de votación de los candidatos oficialistas a gobernadores y otras más recientes están dirigidas a ratificar que se trata de un órgano que obedece ciegamente las órdenes de Miraflores.
¿Cuál debería ser el comportamiento de la sociedad democrática burlada y agredida por la arrogancia de los directivos del organismo? ¿Seguir “pasando agachado” a sabiendas de que por ese camino se facilitan los planes autocráticos, o asumir que efectivamente los esfuerzos que se hagan en lo adelante pasan por afrontar este enorme escollo? ¿Ello conduce a la abstención? ¿Hasta dónde minimizar ese riesgo ante un electorado que sabe que él existe no lleva más bien al desencanto de los votantes?
Denunciar y afrontar la plataforma viciada del CNE no implica llamar a la abstención sino todo lo contrario. Sólo enfrentando esos obstáculos se estimula una participación activa y militante. Las experiencias históricas son numerosas.
Jóvito Villalba coronó su hazaña de 1952 contra el régimen militarista advirtiendo que era una lucha a contracorriente. Alejandro Toledo en Perú hizo frente al entramado putrefacto que servía de sostén a Fujimori (incluso con el aval de la OEA) y creó un clima político que obligó a la fuga del gobernante. Exigir nuevas condiciones y subrayar la verdadera naturaleza de un árbitro que no es imparcial ni equilibrado tendrían que acompañar las ofertas de los candidatos democráticos a las elecciones del 16-D y las que vengan después.
@manuelfsierra
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