Para los pocos que todavía no le conocen, Nelson Mandela, "Madiba" para los suyos, fue el primer presidente de Sudáfrica elegido democráticamente, luego de una lucha personal y colectiva de más de 40 años contra el oprobioso régimen de minoría blanca de su país, y su sangrienta política de "apartheid".
Su lucha comenzó desde su despacho de abogado, donde proporcionaba asesoría legal de bajo costo a muchos negros víctimas de la discriminación, y encontró su expresión política en el opositor "Congreso Nacional Africano", donde ayudó a desarrollar una exitosa campaña por la desobediencia civil contra la tiranía. Fue encarcelado por primera vez desde 1956 hasta 1961. En 1962 fue nuevamente arrestado y condenado a cadena perpetua por sus actividades políticas. Estuvo 27 años en la cárcel, la mayoría de ellos en condiciones muy precarias y sometido a trabajos forzados. Sólo se le permitía recibir una visita cada 6 meses, y las cartas que le enviaban, revisadas previamente por sus carceleros, le eran entregadas pero también solo una cada 6 meses.
A pesar de la presión local e internacional, el gobierno sudafricano rechazó todas las peticiones de que fuera liberado. Mandela se convirtió en un símbolo de la lucha contra la injusticia del apartheid, y en un emblema de la dignidad y la perseverancia. Varias veces rechazó negociar su liberación a cambio de arriar sus banderas. En 1985, rehusó una oferta del gobierno a través de un comunicado donde decía: "¿Qué libertad se me ofrece, mientras sigue prohibida la organización de la gente?".
Luego de ser liberado en 1990, Mandela lideró a la oposición sudafricana hasta conseguir que se realizaran las primeras elecciones democráticas en su país. Ganó esas elecciones, y fue presidente desde 1994 hasta 1999. En 1993 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz, "por su trabajo para el fin pacífico del régimen de apartheid, y por sentar las bases para una nueva Sudáfrica democrática".
El régimen que enfrentaron Mandela y sus compañeros no jugaba nunca limpio. No daba "condiciones aceptables" a sus adversarios para que le compitieran. El régimen era abusador, arrogante y sectario. Y lo que es peor, a pesar de que sus políticas provocaban miseria e injusticia entre la mayoría del pueblo sudafricano, no eran pocos los negros que le apoyaban: algunos por conveniencia económica o de trabajo, otros por miedo a perder algunas migajas a las que llamaban "beneficios", otros porque no veían posible otra salida, y muchos porque se les había convencido que el régimen era inevitable, que había llegado para quedarse, y que lo que procedía era adaptarse. Mandela enfrentó esa realidad tal cual era, y no condicionó su lucha a que existiera otra más fácil. Vio sus esfuerzos frustrados y postergados muchas veces. Y en vez de desanimarse, apelaba a una de sus frases favoritas: "La mayor gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre".
Si Mandela hubiese sido venezolano, y su lucha de constancia infatigable se hubiese desarrollado en nuestro país y por estos días de 2012, posiblemente algunos de nuestros "cansados de tanto luchar" y de los "nuevamente frustrados por no alcanzar la victoria", junto con "los que sí saben cómo enfrentar al enemigo", estarían gritándole: "Mandela, ¡deja eso así! ¿Tú crees de verdad que vas a lograr algo con tu fe y tu perseverancia? ¡Por allí no hay salida! ¿Por qué mejor no te rindes, te vas a otro país, o abandonas ese fastidio de la lucha política y esperas que el apartheid se caiga solo, o que algún golpe de suerte los saque del poder? Además, no deberías luchar más hasta que el gobierno juegue limpio, o te ofrezca condiciones aceptables para que puedas hacerle oposición". Gracias a Dios, esas voces que también existían entre los que adversaban el régimen de discriminación racial surafricano no frenaron la lucha de Madiba y de la oposición negra. Gracias a Dios, esas voces por fortuna minoritarias no frenarán tampoco las luchas de quienes no piensan desmayar en su objetivo de una Venezuela más digna de sus hijos, cueste lo que cueste, y tarde lo que tarde.
Hoy estamos más preocupados que tristes, pero nunca deprimidos ni derrotados. Preocupados por el país, porque estamos lamentablemente convencidos que la opción por la cual la mayoría optó es negativa. Su triunfo electoral para nada desaparece el caos en el que vive el país, ni desaparece por ejemplo la delincuencia, sino que seguramente la agravará. Por eso mismo, no podemos darnos el lujo de descansar en la batalla. Nuestra lucha, al igual que la lucha por la felicidad de nuestros hijos y de nuestra familia, no conoce de descansos, frustraciones o dudas.
Decía Richard Nixon: "un hombre no está acabado cuando es derrotado. Está acabado cuando abandona". La buena noticia, es que aquí hay muchísimos que no pensamos ni en sueños abandonar. Estamos demasiado enamorados y comprometidos con Venezuela, y es mucho el combustible de esperanza y coraje que nos moviliza.
@angeloropeza182
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