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martes, 12 de junio de 2012

EDGARDO MONDOLFI GUDAT, PEPE MUJICA, PRESIDENTE DE URUGUAY

La nueva izquierda latinoamericana está muy lejos de ser  un irreductible bloque de granito. Pareciera tratarse más bien de un mineral hecho de otra sustancia. En todo caso, o en cierto modo, tiende a parecerse a los minerales dúctiles, cuya virtud es la de brillar por cuenta propia cuando se ven liberados del conjunto. De exhibir sus propias esquinas y matices cuando se desprenden de la roca madre. Tal vez el fragmento más independiente ─y valioso─ de ese mineral sea José Pepe Mujica, el actual mandatario uruguayo quien, además, comparado con sus colegas, destila una sabiduría que lo ha llevado a entender que uno de los premios más loables de la vida lo da el hecho de aprender a mirar hacia atrás sin sentimientos de venganza.

Ninguna biografía ha sido más sufrida, ni ninguna les da a los restantes mandatarios que se ufanan de cerrar filas dentro de la nueva izquierda las credenciales que han hecho de Mujica una especie de Mandela suramericano. Como combatiente tupamaro, pasó doce años confinado en varios calabozos militares de Montevideo. Durante dos de esos doce años estuvo prácticamente incomunicado dentro de un foso, y más de siete sin leer nada, excepto los retazos de diarios que, ofrecidos como sustituto de papel higiénico, eran atesorados por los presos como la única forma de saber algo del mundo exterior. Al igual que Mandela, aprendió el oficio de galopar hacia adentro; y también, al igual que el líder surafricano, la solidaridad que halló entre sus compañeros de celda lo hizo más socialista al recobrar la libertad.  Hoy por hoy, como Presidente, confiesa pasar frente a los cuarteles donde estuvo domiciliada su desdicha, y lo único que ve allí son las mismas banderas, los mismos soldados marchando bajo el sol, pero nada que lo lleve a meterse en el oscuro ropero de la revancha. 

Mujica cortó con ese ataúd. De él son estas palabras: “No vivimos para cultivar la memoria mirando hacia atrás. Creo que el ser humano tiene que saber cicatrizar sus heridas y caminar en la perspectiva del futuro, pues no podemos vivir esclavizados por las cuentas pendientes de la vida. Es importante no olvidarse de nada, pero pienso que es necesario mirar hacia el mañana. No se vive de recuerdos. Es importante mirar el pasado, pero también es importante perderle el respeto”. Y estas otras: “Yo no estoy de acuerdo con Bertolt Brecht, porque no hay hombres imprescindibles sino causas imprescindibles. La historia es una construcción tremendamente colectiva”. Nada, pues, tan alejado como este testimonio del tobogán de delirio en que se ha convertido el personalismo indisimulado de sus restantes colegas.

Pero además, Mujica se ha tropezado en días recientes con otra piedra. Frente al furor con que el Gobierno argentino ha resuelto regionalizar el caso de Las Malvinas e implementar nuevas medidas de presión a través de Unasur, se ha visto llevado a expresar públicamente sus reservas frente a un punto que pareciera formar parte de ese intento de presión colectiva. 

Sorteando la airada reacción de los irredentos, Mujica ha sido enfático al expresar que, si bien ratifica su total respaldo a la reivindicación argentina, considera que sería inconsistente bloquear, marítima o económicamente, a los pobladores de Las Malvinas. Al menos inconsistente frente al mismo empeño con que todos los países de la región, comprometidos con el reclamo argentino, han condenado el bloqueo a Cuba como violatorio del derecho Internacional. Para Mujica no puede existir un doble rasero: a su juicio, tan violatorio sería bloquear a los kelper como a los cubanos. Ambas instancias no sólo equivaldrían a una violación idéntica de los derechos humanos, sino que lo considera un pleito directo entre Londres y Buenos Aires, cuyas consecuencias no tiene por qué ser pagadas por los habitantes de aquel archipiélago.

A diferencia de sus colegas, Mujica no usa el garrote. Ni tampoco se deja arrastrar a la cueva donde sólo habitan los murciélagos del pasado.

emondolfig@gmail.com

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