Alejarse
de las raíces espirituales es siempre fatal para los pueblos. Es lo primero que
los totalitarismos intentan, pues lo tienen muy claro. La degradación termina
en sometimiento.
Recuerdo
aquella frase "es la economía, estúpido!" con que se pretendió que un
presidente norteamericano comprendiera dónde estaba el problema en ese momento.
Hoy, presenciando algunos acontecimientos y escuchando explicaciones que van y
vienen, no se nos ocurre otra cosa que acentuar: "es la moral,
estúpido!".
Con
frecuencia nos preguntamos por qué muchas veces nos sentimos actores de una
opereta cuyo guión bien podría ser la letra del tango "Cambalache". Y
es que atravesamos una tremenda crisis. Nos cuesta concluir que, detrás de esa
desfachatez con que se quiebra un país en nombre de los pobres, detrás de los
inescrupulosos que lucran por el favor de un gobierno corrupto, detrás de los
gobiernos que sientan sus representantes en foros internacionales para
pontificar sobre derechos humanos y voltean para otro lado cuando en un país se
les viola impunemente, existe un vacío que difícilmente se puede llenar con
respuestas políticas o económicas. El problema es más que estructural, es
moral.
Sin
lugar a dudas tiene su raíz en la Educación porque la única manera de cambiar
las actitudes, las prioridades, los objetivos es formar en valores y
principios. Cuando Venezuela nacía a la independencia nuestros libertadores
resolvieron declarar una república católica y privilegiar la enseñanza
cristiana porque producía ciudadanía. Aquello no fue una ocurrencia demagoga
del momento, sino que respondía a una convicción basada en la tradición.
Alejarse
de las raíces espirituales es siempre fatal para los pueblos. Es lo primero que
los totalitarismos intentan, pues lo tienen muy claro. La degradación termina
en sometimiento. Hoy, no todos los totalitarismos llegan y se consolidan por la
calle del medio, avanzando a pecho descubierto; muchos reptan en medio de la
confusión y los vicios que consumen a las sociedades y logran imponerse casi
sin hacer ruido.
Miremos
hacia Europa, un continente que sufre hoy las consecuencias, todavía sin
aquilatar en toda su dramática dimensión, del alejamiento -y aún el
desconocimiento- de lo que desde siempre fue su fundamento, la Fe. Lo viene
advirtiendo el Papa Benedicto XVI, cuando llama la atención sobre la situación
de secularismo que caracteriza hoy a las antiguas sociedades de tradición
cristiana, de forma que el patrimonio espiritual y moral que constituye las
raíces de Occidente "no se compromete en su profundo valor...Dios se ha
convertido para muchos en el gran Desconocido y Jesús es simplemente un
personaje del pasado".
Nosotros
también podemos pasar "de tierra fecunda a desierto inhóspito", sin
darnos cuenta. Si Dios queda excluido del corazón de las personas y marginado
de la conciencia pública, la moral será una pieza oratoria. Mientras estemos a
tiempo, recuperemos nuestra identidad.-
mackyar@gmail.com
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