Los desposeídos, los desempleados, los jóvenes sin oportunidades, aquellos que viven cada día con la simple esperanza de que mañana sea mejor, quizá tengan dificultades para entender el compromiso renovado de la comunidad internacional previsto en la reunión de Río+20 que se inicia el 20 de junio.
Por eso es tan importante que el trabajo decente sea considerado un componente esencial del desarrollo sostenible y de una economía verde.
La acumulación de problemas ambientales requiere medidas urgentes para enfrentarlos. Al mismo tiempo, no se puede obviar el reto de enfrentar fenómenos sintomáticos de la depredación a la cual nos hemos sometido como civilización, como son la persistencia de la pobreza y la desigualdad.
En este escenario, el trabajo aparece como un eslabón entre lo ambiental y lo social. Es clave para derrotar la pobreza y la desigualdad, y al mismo tiempo adquiere una nueva dimensión como componente ineludible de la economía verde que se vislumbra como alternativa al modelo actual.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro, conocida como Río+20, conmemora el vigésimo aniversario de la Cumbre de la Tierra que fue la plataforma de lanzamiento del objetivo del desarrollo sostenible y de una serie de iniciativas destinadas a abordar problemas ambientales que, pese al tiempo transcurrido, aún continúan acechándonos.
El llamado de la ONU a reafirmar el compromiso con un futuro posible tiene por delante nuevos desafíos. El mundo no logra superar una crisis económica con graves consecuencias sociales que mantiene a más de 200 millones de personas desempleadas.
En América Latina la tasa de desempleo urbano es la más baja desde mediados de los 90, de 6,8%, pero eso significa que aún 15 millones de personas no logran conseguir ocupación. Además la mitad de quienes trabajan están en condiciones de informalidad, lo que significa bajos ingresos y malas condiciones laborales. Los jóvenes llevan la peor parte con tasas de desempleo de 14,9%. Unos 20 millones no estudian ni trabajan debido a la frustración y el desaliento que genera la falta de oportunidades.
En este contexto la creación de más y mejores empleos aparece como un nexo entre desarrollo sostenible, reducción de la pobreza e inclusión social. El trabajo es la principal fuente de ingresos de las personas, es esencial para la superación personal y familiar, y es un componente vital del crecimiento económico.
Si el mundo efectivamente va hacia una transición a economías más eficientes, con bajas emisiones de carbono y capacidad de adaptación al cambio climático, entre otros desafíos ambientales, también será necesario asumir que habrá cambios profundos en los patrones de producción y consumo.
Esto impactará al mundo del trabajo. Habrá ganadores y perdedores. Algunas ocupaciones florecerán, otras entrarán en declive. Pero resulta evidente que una economía verde necesariamente deberá producir los empleos verdes que necesitan las sociedades.
No será fácil lograr todo lo que se propone la Cumbre. Tal vez por eso en el marco de Río+20 se habla mucho de resiliencia, que es la capacidad de asumir situaciones difíciles y superarlas.
Es fundamental que la comunidad internacional asigne a los objetivos de desarrollo sostenible de la Cumbre un fuerte pilar social que reafirme la meta del trabajo decente.
Esto significaría impulsar desde Río+20 políticas para la generación de empleo, medidas para el desarrollo de empresas sostenibles que generen los puestos de trabajo, actividades de formación y capacitación para quienes se desempeñarán en la economía verde, extensión de la protección social para potenciar la resiliencia de las comunidades, e involucrar a las organizaciones de empleadores y trabajadores en el logro de estas metas.
Los últimos meses hemos visto cómo una crisis internacional arrasaba con los ahorros de mucha gente, mientras millones perdían sus empleos. Esa situación podría empeorar en un mundo donde, además, cada vez hay más habitantes. Sin un pilar social para el desarrollo sostenible será difícil alcanzar el futuro que queremos.
Directora Regional de la OIT para América Latina y el Caribe
Por eso es tan importante que el trabajo decente sea considerado un componente esencial del desarrollo sostenible y de una economía verde.
La acumulación de problemas ambientales requiere medidas urgentes para enfrentarlos. Al mismo tiempo, no se puede obviar el reto de enfrentar fenómenos sintomáticos de la depredación a la cual nos hemos sometido como civilización, como son la persistencia de la pobreza y la desigualdad.
En este escenario, el trabajo aparece como un eslabón entre lo ambiental y lo social. Es clave para derrotar la pobreza y la desigualdad, y al mismo tiempo adquiere una nueva dimensión como componente ineludible de la economía verde que se vislumbra como alternativa al modelo actual.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro, conocida como Río+20, conmemora el vigésimo aniversario de la Cumbre de la Tierra que fue la plataforma de lanzamiento del objetivo del desarrollo sostenible y de una serie de iniciativas destinadas a abordar problemas ambientales que, pese al tiempo transcurrido, aún continúan acechándonos.
El llamado de la ONU a reafirmar el compromiso con un futuro posible tiene por delante nuevos desafíos. El mundo no logra superar una crisis económica con graves consecuencias sociales que mantiene a más de 200 millones de personas desempleadas.
En América Latina la tasa de desempleo urbano es la más baja desde mediados de los 90, de 6,8%, pero eso significa que aún 15 millones de personas no logran conseguir ocupación. Además la mitad de quienes trabajan están en condiciones de informalidad, lo que significa bajos ingresos y malas condiciones laborales. Los jóvenes llevan la peor parte con tasas de desempleo de 14,9%. Unos 20 millones no estudian ni trabajan debido a la frustración y el desaliento que genera la falta de oportunidades.
En este contexto la creación de más y mejores empleos aparece como un nexo entre desarrollo sostenible, reducción de la pobreza e inclusión social. El trabajo es la principal fuente de ingresos de las personas, es esencial para la superación personal y familiar, y es un componente vital del crecimiento económico.
Si el mundo efectivamente va hacia una transición a economías más eficientes, con bajas emisiones de carbono y capacidad de adaptación al cambio climático, entre otros desafíos ambientales, también será necesario asumir que habrá cambios profundos en los patrones de producción y consumo.
Esto impactará al mundo del trabajo. Habrá ganadores y perdedores. Algunas ocupaciones florecerán, otras entrarán en declive. Pero resulta evidente que una economía verde necesariamente deberá producir los empleos verdes que necesitan las sociedades.
No será fácil lograr todo lo que se propone la Cumbre. Tal vez por eso en el marco de Río+20 se habla mucho de resiliencia, que es la capacidad de asumir situaciones difíciles y superarlas.
Es fundamental que la comunidad internacional asigne a los objetivos de desarrollo sostenible de la Cumbre un fuerte pilar social que reafirme la meta del trabajo decente.
Esto significaría impulsar desde Río+20 políticas para la generación de empleo, medidas para el desarrollo de empresas sostenibles que generen los puestos de trabajo, actividades de formación y capacitación para quienes se desempeñarán en la economía verde, extensión de la protección social para potenciar la resiliencia de las comunidades, e involucrar a las organizaciones de empleadores y trabajadores en el logro de estas metas.
Los últimos meses hemos visto cómo una crisis internacional arrasaba con los ahorros de mucha gente, mientras millones perdían sus empleos. Esa situación podría empeorar en un mundo donde, además, cada vez hay más habitantes. Sin un pilar social para el desarrollo sostenible será difícil alcanzar el futuro que queremos.
Directora Regional de la OIT para América Latina y el Caribe
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