Cuando era
una niña me llamaba la atención la figura femenina que representa a la Justicia
con los ojos vendados. ¿Tal vez estaba herida?  Entonces se me explicó
que  la Justicia es ciega. ¿Cómo? pregunté asombrada a mi padre. Aquello
me parecía aún peor. Me contestaron  con ese tipo de risa con que los
mayores explican a los niños cosas elementales, que la Justicia no  hace
distinciones entre  quienes ha de juzgar, y así puede ser justa. Bien
mirado, era lo propio. Esa explicación me  convenció y  tranquilizó
por un tiempo.
Menos aún,
costó a los mayores hacerme entender –porque de niños poseemos un sentido
innato de lo que es justo- que la balanza que exhibe  significa a cada uno
lo mismo que al otro. Y por último quedaba la espada, pero eso los niños saben
de sobra para qué sirve. (Es más, con el tiempo, iría  viendo que eso era
lo que más a menudo  se esgrimía  en nombre de la Justicia).
Después de
adulta, tuve  que ver con mis propios ojos en los periódicos y en los
noticieros de televisión, cómo jefes de Estado convertidos en genocidas no eran
nunca juzgados, sino aclamados,  o eludían las leyes con astucia arropados
por ejércitos de abogados y jueces corruptos, mientras se condenaba
con   suma facilidad  a desproporcionadas condenas
-incluida  la  muerte- a gentes de baja procedencia social que de
haber tenido los recursos necesarios hubieran dispuesto de aquellos 
mismos ejércitos de abogados y hasta hubieran sido aclamados por los mismos que
exigían su condena. 
Veía a lo
largo de mi vida cómo cínicos tributos engañaban con absoluta desfachatez
llevando a la bancarrota a sus empresas o a sus ciudadanos, mientras los
testigos de esos delitos eran asesinados o asesinados-desaparecidos por el
simple hecho de decir la verdad desenmascarándoles ante la opinión
pública sin que la Justicia moviese un dedo a su favor.
Veía 
cómo naciones poderosas invadían a países pobres y los esclavizaban sin que la
balanza de la Justicia interviniese. Pero era fácil  que los ciudadanos
tuviésemos que amortizar de nuestros impuestos las deudas de un banco privado
en quiebra, o que ricos estafadores se libraran del sufrimiento de la
cárcel  después de dejar unos cuantos millones en uno de los platillos de
la Justicia.
Ahora,
cuando me encuentro ante la estatua solemne comprendo que la venda significa
precisamente que la venerable Dama de la justicia no quiere ver la cara de los
justos ante los desmanes que se cometen en su nombre contra los derechos
humanos y hasta contra las leyes divinas, como sucede con las  guerras
llamadas "justas", o aún peor  consideradas "santas".
La justicia
de los hombres, con su lentitud, sus errores, sus favoritismos, su inmoralidad
en tantas ocasiones,  se basa en el Derecho. Pero el Derecho representa
una sola clase de ley: la ley del Ego. 
Sus 
artículos vulnerables, frágiles, de quita y pon, permiten  variadas
interpretaciones. Eso permite que existan jueces que juzguen con manga ancha o
estrecha según qué juez y qué asuntos y a quiénes, y que existan esos ejércitos
de abogados que viven justamente de los entresijos y trampas  que les
permiten las ambigüedades de las leyes.
Así he
llegado a descubrir con absoluta nitidez que la distancia entre Derecho y
Justicia  es la misma que existe  entre Barbarie y Civilización, y
que todavía estamos muy lejos de esta última !Qué tristeza!
britozenair@gmail.com
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