Dicen lo que quieren decir, y dejan de contestar lo que deben contestar.
Ayer la Asamblea nos mostró el inicio de lo que no estábamos a acostumbrados a observar. Un país tuvo la oportunidad de escuchar preguntas y respuestas que lamentablemente contrastan con la realidad que todos vivimos.
Verbos construidos para hacer entender a quien escucha, de una realidad que choca con la que todos los días vivimos los venezolanos. Lo que se hizo, se confunde con lo que se hará y lo que se hizo mal, se auto perdona, en medio de vagas promesas de hacerlo mejor.
La revolución aguanta cualquier explicación, incluyendo la posibilidad de que –en aras de la patria grande- los militares cubanos estén sembrados en nuestra fuerza armada. La Constitución prohíbe la acción política de los militares, pero su general de cuatro soles, se baila el librito delante de la nación, expresándose como un político más. El presidente de la Asamblea insulta desproporcionadamente a un diputado de la oposición, que excedía su tiempo de palabra, sin que se le mueva una ceja.
Asambleístas y Ministros que avanzan en la técnica de descalificar a los otros, en ambos bandos, como herramienta de trabajo. Discursos gritados, con referencias a pasados lejanos, llenos de rencores, imprecisiones, medias verdades y medias mentiras. Eso es lo que hay.
Reconocerse implica respetarse mutuamente. La revolución no puede seguir hablando de un pueblo, que cada vez más es una entelequia antecesora de un cascarón vacío. Pueblo es el qué con sus votos ha venido creciendo en las urnas y se ha manifestado en las dos últimas consultas. La revolución no nos reconocerá hasta que le explotemos en la cara. Tampoco lo hicieron en Túnez y Egipto, hasta que la presión de esos desconocidos e inexistentes empujó las puertas de palacio.
La oposición tiene una combinación interesante, con personas muy preparadas, en la bancada. Aprenderán rápido a manejarse en ese ambiente hostil y a gritar menos y prepararse mejor con información sólida y bien elaborada. El país observa y es el país el que decide. Desnudar a los asambleístas que gritan discursos vacios es una necesidad inminente. Casos concretos, bien soportados, le hablarán a la nación de lo que esta Asamblea ha estado ocultando por años. Procesos de investigación, ahora que se puede hurgar puertas adentro, mostrarán al país la realidad de esta revolución. El juego apenas comienza.
Este debe ser el camino. Extirpar a la revolución de mentiras se hará por la vía de terminar de convencer a la poca plataforma que los soporta. Sin dinero y sin pueblo, no se puede extender esta sarta de barbaridades que cometen cada día. Los aplausos y las risas no consideran al pueblo que dicen amar y que sufre cada día los resultados nefastos de su gestión. Yo me uno al grito de rechazo de este socialismo de mentiras que acaba con nuestro progreso.
Enrique Pereira @pereiralibre
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