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domingo, 21 de abril de 2013

CARLOS BLANCO, HACIA UNA SALIDA, TIEMPO DE PALABRA

FRAUDE Y ESTADO
La oposición ganó las elecciones del 14 de abril en un doble sentido. Obtuvo una formidable victoria política que siempre se ha planteado desde este rincón de la palabra como indispensable para la electoral, y también obtuvo una victoria electoral. La renuencia a contar de una vez, sin demora, los votos emitidos es una prueba de la derrota de Nicolás Maduro.

La victoria política se expresa en la legitimidad nacional e internacional que ha alcanzado la oposición democrática a la cual, por primera vez después del turbulento período de 1999-2005, se le reconoce y se trata con respeto. Los demócratas encabezados por Henrique Capriles demostraron ser y constituir un proyecto de poder con agallas para desafiar al autoritarismo rampante, aunque decadente, del chavismo. 
El afortunado cambio de estrategia opositora, convertida en una propuesta firme, radical, con dientes, creó una situación política novedosa. Se demostró que la dureza, el enfrentamiento a las condiciones electorales impuestas por el CNE, el llamar las cosas por su nombre, no produce abstención sino que galvaniza los espíritus opositores, además de convencer a los chavistas descontentos en unos casos para no acompañar a su candidato y en otros para apoyar sin mediaciones la propuesta democrática. El cambio de estrategia dio excelentes resultados.
La victoria política también se expresa en un hecho trascendental, se adquirió la conciencia de mayoría. Sí; "somos mayoría". La visión y posición pacata que suponía que la oposición era una minoría en busca de preservar sus pequeños espacios cedió ante la evidencia según la cual los demócratas son mayoría. No es que se volvieron mayoría ahora sino que por primera vez en años una postura radical permitió que la mayoría se expresara y no drenara en alguna proporción, como otras veces, por los meandros del desencanto.
Para el país que incluye a chavistas y antichavistas de diferentes grados de intensidad, la victoria es de la oposición, aunque escamoteada por un Estado fraudulento e impresentable.
DESESPERACIÓN DE LOS HEREDEROS.
La avalancha que se produjo en cuestión de días permitió que la fortaleza política de la campaña se convirtiera en indetenible fortaleza electoral. El régimen empleó los recursos conocidos del ventajismo, la intimidación, el abuso de toda ralea con los recursos públicos, el manejo de los instrumentos tecnológicos electorales, el uso de la Fuerza Armada, además de otras amenazas como el terrorismo motorizado en las calles.
Cómo será la cosa que los más desesperados ya han procedido a despedir funcionarios públicos y hasta algunos claman por la Lista Tascón que Chávez mandó enterrar cuando pensó que ya no era necesaria porque se sentía eterno y seguro.
No es verdad que el recuento de votos es necesario para darle satisfacción a una oposición nerviosa que tiene sospechas y requiere valeriana intravenosa. No. Por todos los fraudes cometidos existe la convicción que la oposición ganó estas elecciones y que Henrique Capriles debería ser el Presidente de acuerdo a esos resultados. Por eso se exigió el recuento del 100% de los votos antes de que se traspapelen, desaparezcan o sustituyan, lo cual a estas alturas podría ser tarde. Eso que se denomina "incidencias" electorales es un eufemismo para la trampa; no es una ni cien, son miles que en su conjunto afectan un universo electoral de millones de votos.
Ahora se ve que cuando la oposición se planta firme logra resultados: que se admita la auditoría del 46% además del 54% que fue supuestamente auditado es una victoria. Se puede sospechar que la manipulación ya existió, pero pone en evidencia los efectos de la determinación opositora. La auditoría requiere participación de la oposición en todas sus fases, que se cuenten las papeletas, que se auditen los centros que tienen una sola mesa que reúnen el 8.9% de los inscritos (más de 1.600.000 electores, extraños centros -1176- en los que Maduro sacó ¡más votos que Chávez!) Y en relación con otros fraudes ya denunciados por Capriles entre los que están 535 máquinas dañadas, voto asistido en 564 centros, violencia en 397 centros, proselitismo en 421, testigos retirados en 286, lo que en su conjunto afecta potencialmente a más de 5 millones de votos.
En próximas elecciones no habría razón para que no se audite el 100%.
LA SALIDA.
Como suele ocurrir, siempre que el gobierno está débil hay voces que claman por el diálogo como una especie de tente-allá para distraer la atención mientras se recupera. Si hubiese voluntad de diálogo se contarían los votos, se liberaría a los presos políticos y se establecería una agenda común para abordar los gravísimos e impostergables problemas del país, pero mientras eso no ocurra, lo del diálogo es un episodio más del fraude electoral destinado a proporcionar caldo de sustancia a los impacientes.
La única salida es restablecer el imperio de la ley. Si no se cuentan los votos porque las cajas que los contienen han sido contaminadas por la manipulación oficialista no queda más que convocar nuevas elecciones presidenciales, lo que ha sido asomado discretamente por el propio candidato Capriles.
El gobierno ha entrado en fase de desesperación acelerada. La violencia en las calles contra la protesta opositora es una forma sangrienta pero no única de expresar esa desmoralización roja. A esto se une cómo los representantes de los exangües poderes públicos se han unido en un coro de amenazas represivas que sólo muestran su debilidad política y flacidez ética. Diosdado Cabello, tenido por algunos como la esperanza alternativa frente a las cubanías de Maduro, ha mostrado su faceta más sombría con su decisión de convertir por su real gana en no-parlamentarios a los diputados de oposición porque no dicen lo que a él le da la gana. Sólo imagínense a dónde conduce esa conducta opresiva cuando le pregunten a los directivos de medios, periodistas o ciudadanos en general, si reconocen a Maduro como Presidente y la respuesta sea "no". También Cabello intentará el silencio en la forma desorbitada, furiosa, salida de todo cauce civilizado en la que emplazó y negó el derecho de palabra a los diputados opositores y luego destituyó de posiciones directivas en las comisiones parlamentarias.
El país democrático y la comunidad democrática internacional se enfrentan a un régimen ilegítimo, producto de un inmenso fraude continuo y continuado, que llegó a un nivel de descaro tal que se le vieron las costuras desde el propio 10 de enero cuando se violó también la Constitución por parte del Vicepresidente, casualmente el mismo Maduro, y con ese sellito adicional de impunidad que suele otorgar el TSJ a las barbaridades oficialistas.
Capriles ha dicho que Maduro está allí "mientras tanto". La calle en forma pacífica, una firme dirección política, el reconocimiento internacional, el apoyo de sectores institucionalistas de todas las áreas, constituyen la clave.
www.tiempodepalabra.com
@carlosblancog

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lunes, 18 de marzo de 2013

CARLOS BLANCO, "EL AVASALLAMIENTO INSTITUCIONAL ES MÁS DESPIADADO QUE CUANDO EXISTÍA EL COMANDANTE", TIEMPO DE PALABRA,



CANDIDATO ENCARGADO

Ganarle a Nicolás Maduro no es fácil. Su campaña comenzó el día del último discurso de Chávez, tres meses antes del anuncio del fallecimiento presidencial. El Tribunal Supremo ha hecho dos veces Presidente a Maduro, el 10 de enero y el 8 de marzo, lo que significa asignarle una calidad institucional que le hace competir con ventajas inimaginables, además de una faltriquera de recursos menos imaginable. Como diría la jurista del proceso y del horror, Luisa Estella Morales: "No podemos seguir pensando en una división de poderes porque eso es un principio que debilita al Estado". El evangelio Morales está en plena ejecución cuando los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y Ciudadano se encuentran mascando a dos carrillos para volver papilla todo vestigio de institucionalidad democrática y servir al propósito de elegir presidente al candidato preferido por Chávez y por el TSJ. La decisión de convertir al candidato del gobierno en Presidente para que con todos los recursos del Estado y mediante "cadena perpetua" (María Corina dixit) gane sin contestación, es una decisión que vicia de ilegitimidad de origen su posible elección. No huelga repetir que Maduro es Presidente sin un voto y es Presidente con esa pequeña "ayudaíta" del TSJ. Dispare primero y averigüe después: Presidente primero y los votos después.

En ese propósito están unificados los grupos que fragmentan el régimen. Como se sabe allí están la izquierda procubana, el sector militar relativamente nacionalista, la mafia petrolera, la alta burocracia pública, los gobernadores del chavismo y la entusiasta boliburguesía. Todos se han acordado provisionalmente, de grado o por fuerza, para mantener el tinglado, porque se entiende que a todos interesa conservar el control. Hasta nuevo aviso han aplazado el cobro de facturas y la lucha por poder, aunque ya nadie se cuida de expresar sus críticas al sobrevenido Presidente.

Frente a esta situación de brutal ventajismo, ¿podría la oposición plantearse siquiera la victoria electoral?

BREVE EXCURSIÓN SOBRE TEMAS INHÓSPITOS.

En situaciones turbulentas, como suelen decir en el bufete del diablo sus más destacados abogados, todo es posible. Alberto Fujimori, que en 1990 no tenía la fama de bandidín como ocurrió después, ganó la presidencia peruana con una combinación de sorpresas electorales y arreglos institucionales. Beppe Grillo, audaz payaso, se ha convertido sorpresivamente a punta de votos en figura definitoria de la política italiana. Chávez emergió desde la prisión y un escuálido 2% en las encuestas a ser el candidato más votado en 1999. Todo es posible; aun lo que no parece probable. Sin embargo, no es responsable pronosticar una victoria de Henrique Capriles hoy, incluso si se tienen en cuenta las sorpresas que da la historia.

Si la probabilidad electoral de Capriles es baja, ¿qué sentido tendría su participación electoral? Habría que decir que esta candidatura era inevitable. Aunque se barajaron otros nombres que parecían viables ni la oposición tenía opción ni Capriles tampoco. La abstención, que es otra salida, ha sido desterrada por las fuerzas democráticas y ante esa posibilidad retrocede como Satanás ante la cruz; en esta circunstancia tampoco parece ser salida aconsejable. Así es que la oposición está condenada a participar en las elecciones que se sabía iban a ser convocadas. Nadie podía repicar muy duro con el tema porque equivalía a anunciar la falta absoluta de Chávez, es decir, su muerte, mientras los voceros oficiales anunciaban su "recuperación".

Hay elecciones "milimétricamente programadas" desde el gobierno y que toman a la oposición, no por sorpresa pero sí con limitaciones políticas, financieras y organizacionales muy elevadas. ¿Tiene sentido participar?

¿DERROTA ELECTORAL Y VICTORIA POLÍTICA?.

Desde esta esquina se piensa que se puede participar y obtener victorias. Puede haber una derrota electoral y una victoria política. La derrota electoral puede venir del ventajismo total existente, aún mayor que con Chávez. El extinto Presidente tenía un margen de apoyo popular indudable que aunque variable era suyo. Maduro no. Maduro quiere ser, parecer, camuflarse como Chávez, pero siempre se le ve el bigote.

Por eso, pelo a pelo, el avasallamiento institucional es más despiadado que cuando existía el Comandante. El lamentable Ministro de la Defensa puede ser la más grotesca expresión del fraude institucional pero no es la única ni la más grave.

Ante esta situación, ¿es posible alguna opción? Recuérdese el 7 de octubre de 2012 cuando una entusiasta oposición terminó desmoralizada y dispersa por los errores del candidato y de los dirigentes, lo que se expresó el 16 de diciembre en las elecciones de gobernadores, temas todos recogidos en el Informe Hospedales que al parecer pasó a la clandestinidad. El error no fue la derrota -al fin y al cabo es el riesgo de todo combate- sino la forma en la que se llegó a ella y se le trató luego. Hoy la situación es distinta.

Capriles puede encabezar una victoria política hoy aun si no lo acompaña una victoria electoral en la medida en que aglutine las fuerzas democráticas dispersas, encabece la batalla y procure conservar esas fuerzas intactas para el fandango que vendrá más adelante cuando se asienten los polvos de la barahúnda funeraria y de las elecciones. Para lograr este propósito, Capriles cuenta con varios activos y necesita otros. El primero es que el candidato opositor adoptó en las declaraciones iniciales una postura política de quien quema las naves en una faena en la que empeña su destino. Trazó un límite a partir del cual plantea no dar cuartel al adversario, condición indispensable para asumir los grandes retos; aunque luego retrocedió en forma importante con excusas innecesarias si en realidad pensaba que no había ofendido y al no haber acudido al CNE por las amenazas del oficialismo. El segundo activo es que Capriles ha reconocido que se equivocó en la anterior campaña y ha ofrecido excusas y amplitud real; esto debería traducirse en la incorporación de los excluidos en su anterior campaña lo cual hasta este momento no ha ocurrido. Tercero, a los jefes del gobierno el candidato opositor podría salírseles del esquema: querrían que se limitara a ofrecer casas y bacheo pero sin abordar los temas cruciales que plantea una dictadura posmoderna.

Todavía hay un tema pendiente: las condiciones electorales. El Gobierno quiere derrotar a las fuerzas democráticas y procura disminuir su porcentaje con respecto al 7-O.

Por esa razón se hace indispensable que Capriles se libere de las tonteras que le susurran quienes dicen que "no hay tiempo" para luchar por las condiciones electorales, porque la sola lucha por este objetivo tiene capacidad retadora e inspiradora. Lo menos que lograría es mostrar ante el mundo el fraude institucional que ya ha denunciado.

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