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martes, 14 de abril de 2015

LUIS UGALDE, S.J., ¿ES REVERSIBLE ESTA MUERTE?

Para que haya vida en Venezuela hay que transformar en vida y esperanza esta economía y poder de muerte, sus persecuciones, injusticias, anarquías y corrupciones

Pocos- aun entre los chavistas – dudan de la muerte de esta “revolución”. Todavía tienen poder, pero murió la esperanza. Los soldados armados custodian un sepulcro vacío y la esperanza ya no está ahí. Pero los pueblos no mueren ni renuncian a sus sueños de vida libre y digna.

Ningún año de nuestra historia es tan terrible ni tan de muerte como 1814. “Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado nuestro seno, derramado nuestra sangre, incendiado nuestros hogares y os han condenado a la expatriación”. Así escribía Bolívar en Carúpano a punto de escaparse al exilio. Pero en medio de esa noche espantosa y en vísperas del envío español del ejército mayor y mejor entrenado, Bolívar afirma la esperanza contra toda esperanza: “No habrá potestad humana que detenga el curso que me he propuesto, seguir hasta volver a libertaros” (Manifiesto de Carúpano, 1814).

En diciembre de 1957, el amañado plebiscito ratificaba la invencibilidad de la dictadura con un pueblo resignado. Pero un mes después la esperanza y conducción decidida de unos cuantos trajo la huída del dictador y la explosión democrática del 23 de enero; luego la democracia concretó programas de esperanza y creatividad constructiva.

En 1998 el bipartididismo democrático- acostumbrado a contar con 80% de los votos- agonizaba por su corrupción, su falta de iniciativa renovadora y su desconexión con las necesidades de la gente. Sucumbió ante la esperanza ilusionada, conectada con las penurias del pueblo, que encarnaba Chávez.

Los partidos y los gobiernos mueren, pero los pueblos continúan con quienes encarnen la confianza de vida y de cambio. Hoy, muerto un modelo que ha agravado la enfermedad con su corrupción e ineptitud y con una propuesta política insensata e inviable, la gente está urgida de líderes que conecten con su confianza apagada y la enciendan como hoguera contagiosa.

Cuando nos va mal como ahora, algunos solo ven cenizas de desolación y concluyen con aire de sabiduría autosuficiente que nuestro pueblo es inferior a sus retos, que aquí no hay remedio y lo mejor es irse del país. En su miopía no aprecian que debajo de las cenizas hay brasas en espera de un soplo inspirador que las convierta en fuego indetenible. En ambos lados de la triste Venezuela dividida están las frustradas brasas y restos del optimismo; unidos y sólo unidos, y avivados con nuevo soplo de creencia en políticas razonables, podemos salir de esta muerte y desolación.

En estos días santos oímos al ángel que sorprende a las mujeres que, tras la noche oscura del Calvario, fueron a amanecer en el sepulcro de Jesús: “No tengan miedo. Ustedes buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. No está aquí, ha resucitado” (Mateo 16,6). La muerte de Jesús fue una derrota espantosa para sus discípulos y con ella murió la esperanza y de sus corazones se apoderaron el miedo, la desolación y la dispersión sin sentido. Días después, salidos de su escondite, empezaron a proclamar en plaza pública: A este hombre justo que pasó haciendo el bien, ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. Pero Dios lo resucitó “porque la muerte no podía retenerlo” (Hechos 2,24). Al encontrarse con el Resucitado la derrota se transforma en esperanza de los discípulos, el miedo desaparece y empiezan a entender lo que en vida de Jesús no habían comprendido: que dar la vida es el camino para hallarla, pues el amor es más fuerte que la muerte. La Resurrección de Jesús es para nosotros: “Dios resucitó a su siervo y lo envió primero a ustedes, para bendecirlos y transformarlos” (Hechos 3,26).

Las autoridades prohibieron y encarcelaron a aquellos discípulos del Crucificado, emborrachados de Espíritu, que a la amenaza respondieron: “Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hechos 4,20). Mientras los soldados seguían cuidando el sepulcro vacío y el poder reprimía, la comunidad cristiana crecía alimentada del Espíritu de Jesús, que por dar su vida fue resucitado por el Padre y puesto como Salvador.

Nuestra primera necesidad es saber convertir la esperanza del Resucitado con la convicción de que quien da la vida por otro no la pierde, sino que la encuentra. Para que haya vida en Venezuela hay que transformar en vida y esperanza esta economía y poder de muerte, sus persecuciones, injusticias, anarquías y corrupciones. Es nuestro reto de hoy y el logro de mañana con una Venezuela unida en lo fundamental.

Luis Ugalde S.J.
lugalde@ucab.edu.ve

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jueves, 26 de diciembre de 2013

NELSON CASTELLANO-HERNÁNDEZ, NADIE MERECE LO QUE ESTÁ PASANDO

Lo que sucede en Venezuela no es irreversible, aunque se moleste la Rectora del Consejo Nacional Electoral. Lo que debemos comprender es que nos encontramos dentro de un “Contexto Situacional”, algo que comenzó por unas circunstancias y que terminará cuando estas cambien, como sucede con todas las cosas humanas.

Estamos viviendo dentro de unas coyunturas, dentro de las cuales debemos orientarnos, para poder interpretar correctamente el contenido de un mensaje o de una realidad.
Nos encontramos inmersos en un aquí y un ahora, conformado por circunstancias, que por su propia naturaleza económica-social son tornadizas, durarán un tiempo definido.
Así funcionan los equilibrios políticos y sociales, dentro de una ecuación de causas y efectos. Tan solo se necesita que se cambien ciertos parámetros para que todo se altere. Un nuevo elemento podría desencadenar avalanchas indetenibles, que terminarían por construir un nuevo sistema de funcionamiento.
Lo que está sucediendo no es permanente, no estamos condenados de por vida, nadie se merece lo que está sucediendo. Si nos metemos eso en la cabeza, si lo creemos profundamente, seremos indestructibles, no existirá fuerza, ni chantaje, ni fraude que nos desilusione, que nos agote, que destruya nuestra voluntad y nuestra decisión.
El futuro será nuestra obra. En lo más profundo de nuestro ser sabemos que jamás cederemos frente a quien nos niegan nuestros razón de ser y nuestra posibilidad de existir.
Tendríamos que comenzar por adquirir una conciencia de la situación, hacernos una representación mental, que nos lleve a la comprensión de las cosas que sucedieron, de la conducta de la gente, de la interacciones que funcionan hoy en día en Venezuela, de las condiciones en las que se encuentra el mercado, la producción, las fuentes de trabajo, los servicio, la explotación petrolera, los programas sociales, en definitiva todos los factores que están influyendo en nuestra realidad.
Una comprensión de esta magnitud, permitiría entender lo que ocurre, para así poder definir lo que deberíamos hacer a partir de ahora.
¿Cómo cambiar las circunstancias?, ¿Qué podemos hacer?, es lo que se pregunta el Venezolano preocupado por nuestro destino como país, inquieto por el futuro de sus hijos.
La situación exige un proceso de formación, información y de acción. Precisa del ejemplo, de la respuesta clara, concisa y certera, frente a tantas interrogantes, ¿Qué sucedió? ¿Por qué?, solo así podremos responder al ¿Y ahora qué?
El tener conciencia permitirá tomar decisiones apropiadas y efectivas. Ellas tendrán necesariamente que estar investidas de audacia, coraje y firmeza. Significa estar dispuesto a arriesgarlo todo, para no dejar de ser lo que somos.
Exige un trabajo de largo alcance, con el cual se cambien hábitos, costumbres, distorsiones culturales. Significa aceptar la dimensión de cada quien, sus realidades, sus problemas, sus deficiencias.
Pasará por ponerse en el puesto de los que esperan dadivas, ayudas, asistencia y por comprender esa manera de pensar. Situar las cosas en su contexto, entender, escuchar, conversar, discutir, razonar y convencer, es la única manera de superar atavismos, malas costumbres y valores equivocados.
Le experiencia servirá para diseñar caminos, rutas y metas que de verdad nos acerquen a la perfección como seres humanos, con valores sociales y cívicos, con ciudadanos respetuosos y responsables.
Actores serios, que asumen con eficiencia la construcción de su propio destino, aceptando al otro, sus aspiraciones. Respetando las leyes, los principios democráticos y la convivencia social.
Un país que adolece de tantos fallos estructurales es víctima fácil del mesianismo, del demagogo, del manipulador, del deshonesto, de todo aquel que una vez que se instala en el poder, es capaz de imponerse a sangre y fuego, pasando por encima de toda disposición jurídica o principios morales.
Allí se encuentra el verdadero enemigo, el que nos aleja de nuestra condición de “gente”, del que pretende sustituir nuestro gentilicio de venezolanos. De los que vehiculan una imagen de “vivos”, pero que no son más que una banda decidida a asaltar las riquezas nacionales para su uso y abuso personal.
El peligro es cierto, podemos dejar de ser lo que somos, si continuamos en manos de los que pretenden transformarnos en otra cosa. De reducirnos a una condición de vasallos de un régimen, de súbditos de un proyecto concebido en tierras lejanas. De convertirnos en una masa informe, inculta, irrespetuosa, que roba, saquea o expropia.
Que la colocan debajo de un balcón a gritar consignas, o dentro de lo que antes fueron recintos patrios insignes y que hoy en día se han convertido en teatro de atropellos, de golpizas y de decisiones contrarias a las leyes y a la Constitución Nacional.
Nos encontramos dentro de una profunda crisis nacional, los recursos millonarios que han ingresado al país no han servido para que el pueblo progrese. Se encuentran en cuentas extranjeras de los “favoritos” del régimen.
Nada de lo que sucede es justo. Con un barril de petróleo a 100 dólares, no es posible que los hospitales, las calles, la delincuencia, la escasez, la falta de trabajo estén en el nivel que nos encontramos. Ningún venezolano merece vivir en estas circunstancias.
Solo dos respuestas podrían explicar esta situación, o todo es intencional y obedece a intereses oscuros o la situación es producto de la más grande incapacidad que hayan demostrado dirigentes políticos responsables de los destinos del país.
Estamos llamados a encontrar una salida, los caminos no son muchos, dependen de factores humanos, implican tomar las decisiones apropiadas y efectivas. No está permitido equivocarse más, la situación no acepta repetir más errores, originados por fallas humanas. La sobrevivencia está en juego.
Si se pierde el sentido de los eventos que están ocurriendo, podemos anticipar que la inflación más alta del mundo, una economía dependiente de las importaciones, la delincuencia desbocada, la poca capacidad de generar confianza, sin inversión privada y con una realidad que en vez de avanzar hacia el progreso se atrasa cada vez más, serán los factores protagonistas del cambio.
Podemos anticipar los acontecimientos futuros, de nuestra capacidad para tomar decisiones inteligentes, dependerá lograr la victoria y recuperar el país.
nelsoncastellano@hotmail.com

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