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lunes, 3 de febrero de 2014

GIOCONDA SAN BLAS, PABELLÓN CON BARANDA, AL COMPÁS DE LA CIENCIA

En 2008, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura se basó en las maquilladas estadísticas del régimen para anunciar que el descenso en el Índice de Subnutrición era tal que Venezuela ya había satisfecho la Meta del Milenio para 2015. A lo que el Instituto Nacional de Nutrición (INN) añadió delirante que el 98% de la población comía más de tres veces diarias, "en razón de las políticas gubernamentales en seguridad y soberanía alimentaria y dado el incremento en el poder adquisitivo del ingreso familiar".

En esa línea, el Instituto Nacional de Estadística quiere hacernos creer que la Canasta Alimentaria Normativa para una familia de 5 personas fue de Bs. 3.324 en diciembre de 2013, 0,68% más barata que el mes anterior.

Más realista, el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros informa que ese mes la Cesta Básica para una familia de 4 personas fue de Bs. 6.234, subiendo a Bs. 15.622 cuando a ella se le añaden productos de higiene, servicios, vivienda, educación, salud y vestido y calzado para formar la Canasta Básica Familiar: 5,3 salarios mínimos, con una inflación de 56% (en alimentos casi 75%) en 2013.

No en balde, en su reciente informe "Lo suficientemente bueno para comer", la organización global para el desarrollo Oxfam señala que si bien en cuanto a desnutrición y niños con bajo peso Venezuela tiene nivel aceptable, la nación se ubica por debajo de todos los países suramericanos y el 13º peor del mundo en costo de los alimentos, promediando en la posición 71 entre 125 países.

Oxfam también mide calidad y salud alimentarias, relativas a la obesidad. De nuevo, cifras en rojo: el país ocupa el primer puesto en América del Sur y noveno en el mundo en población obesa.

El propio INN admitió en 2009 un 20% de sobrepeso y obesidad y 16% de desnutrición en la población de 5 a 16 años, causados por una alimentación desbalanceada o insuficiente. Es que una dieta equilibrada en proteína (carnes), poca harina y azúcar, mucho vegetal y fruta, se hace cuesta arriba para la familia venezolana cuando la inflación se come sus magros salarios. Pagar Bs. 50 ó 35 por kilo de cebolla o tomate, o Bs. 150 por kilo de pescado resulta inalcanzable para las grandes mayorías.

Inevitable entonces su sustitución por harinas de todo tipo que además, con una escasez de 22,2% (dato BCV), hay que conseguirlas en largas y humillantes colas.

El muy criollo pabellón con baranda, hecho con carne mechada (de Brasil), arroz (de Guyana), caraotas refritas (de Dominicana) y plátano frito (¿de Barlovento?) no estará completo nutricionalmente, a menos que lo complementemos con costosos vegetales y frutas que ahora, con una inflación desatada y la reciente devaluación ("sistema dual de cambio") de casi 100%, nos costarán cada vez más.

¡Tremenda seguridad y soberanía alimentarias!

Gioconda San-Blas
gsanblas@gmail.com

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lunes, 16 de julio de 2012

IRENE CASADO SÁNCHEZ, EQUILIBRAR LA BALANZA

Mientras alrededor de mil millones de personas sufren malnutrición, el consumo de alimentos en el planeta ha aumentado un 15% por la explosión demográfica. La pobreza no disminuye y la población de los países ricos está cada vez más gorda y desperdicia más. La obesidad se ha convertido en una epidemia que perjudica también la salud del planeta.

Las personas con sobrepeso necesitan más cantidad de energía para moverse. Cerca de 111 millones de personas podrían alimentarse con lo que consumen de más los adultos con sobrepeso. Esos excesos servirían para cubrir las necesidades nutricionales de los países más pobres.

“La producción mundial de alimentos daría para comer a toda la población, pero el acceso es desigual”, afirma Amador Gómez miembro de Acción Contra el Hambre. Mientras la obesidad es uno de los principales factores de muerte en una parte del mundo, en la otra mueren millones de desnutrición.

Al reparto desigual de alimentos se suma el crecimiento descontrolado de la demografía. La población mundial alcanza hoy los 7.000 millones de habitantes, las previsiones estiman que en 2050 la cifra rondará los 9.500 millones. Sin un consumo más sensato, sin educar a los más pequeños, sin concienciar a todos los pueblos del problema de la explosión demográfica, la vida en el planeta se hará insostenible.

“La lucha contra la gordura puede ser crucial para la seguridad alimentaria y la sostenibilidad ecológica”, se afirma en un estudio de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. La batalla empieza en la educación: enseñar a los más pequeños a comer en función de sus necesidades; evitar el derroche de alimentos que genera millones de toneladas de desperdicios de productos comestibles; erradicar los hábitos de consumo voraces e innecesarios. De tal manera, que la balanza se lograra equilibrar y se cubrieran las necesidades alimenticias de la población.

“La educación es clave para que las nuevas generaciones entiendan que el actual es un mal modo de desarrollo y un mal modo de vida”, afirma Francisco García Novo, catedrático de la Universidad de Sevilla. Un estilo de vida en el que predominan los excesos y el despilfarro y que tiene consecuencias. Cada año fallecen alrededor de 2,8 millones de personas adultas como consecuencia del sobrepeso o la obesidad. En 2010, alrededor de 40 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso.

La obesidad se ha convertido en el “enemigo público número uno” de los países desarrollados, en palabras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Sin embargo, las pautas de consumo desmedido se empiezan a extender por los países empobrecidos. Millones de teléfonos móviles y comida basura comienzan a invadir los hogares más pobres. En dichos países no existen políticas de planificación familiar ni de prevención de embarazos tempranos. Un binomio peligroso que sólo se puede combatir desde la educación.

“El doble debate sobre población y consumo es un asunto que nos afecta a todos, países desarrollados y en desarrollo, y debemos asumir nuestra responsabilidad colectiva”, afirman los presidentes del Global Network of Science Academies.

La lucha contra la obesidad no sólo se debe centrar en los alimentos, se tiene que educar sobre el consumo. Al mundo le sobran toneladas de peso, pero la balanza no está equilibrada. Los países ricos crean excedentes de producción que se pudren en los contenedores y alteran los precios en el mercado. El envío de esos excedentes a países empobrecidos no resuelve el problema del hambre y se convierte en un despilfarro de energía y de recursos por lo que cuesta transportarlos.

Somos responsables de un consumo desaforado al que debemos poner fecha de caducidad. Empezar por comprender que no necesitamos tantos alimentos, tantos teléfonos, tantos coches, ropas, y demás productos. Y educar a los más pequeños en la idea de que tener más no es mejor. Sino que lo mejor es tener en la justa medida.

El ritmo de consumo exacerbado e insensato de los países ricos y el crecimiento de la población en los países empobrecidos amenazan la sostenibilidad del planeta, sobreexplotado y sobrepoblado. Es responsabilidad de todos dar un respiro al mundo. No necesitamos todo lo que consumimos. No necesitamos vivir así.

ccs@solidarios.org.es

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martes, 5 de junio de 2012

SOLEDAD MORILLO BELLOSO, DE LA OBESIDAD DEL GOBIERNO

Buena parte de los seres humanos cambiamos el metabolismo con el paso de los años. Nuestro cuerpo se va transformando. Algunos adelgazan. Otros engordan. Cambian las medidas. La cintura se ensancha, las caderas se redondean y una panza necia se insinúa con descaro. Eso es normal. Es un proceso paulatino. Se llama envejecer.

Pero lo que ocurre en los personeros del gobierno nacional nada tiene que ver con ocurrencias metabólicas. Piensen más en la obesidad de estos personajes como una consecuencia de la bonanza... y acertarán.

La ministro Iris nunca fue bonita. Tuvo y tiene un lamentable peinado. Su peluquero es sin duda su peor enemigo. Y si descuella por la ferocidad y vulgaridad de su verbo, en igual medida la ha distinguido la más violenta carencia de gusto en el vestir. Al principio del gobierno estaba rellenita. Tenía esas curvas hasta voluptuosas que resultan de tanto agrado en la población masculina venezolana. De hecho, solía contonear las caderas al entrar al hemiciclo para acaparar las miradas de sus colegas. Ahora luce una gordura avasallante, típica de quien no sólo no tiene problemas económicos sino que ha experimentado el sabor de los platillos extra calóricos y los bolsillos extra repletos.

El diputado Diosdado impresionaba por sus ojos claros que fulguraban. En varias reuniones a las que me tocó asistir fui testigo de cómo coqueteaba sin reparo. Hoy Cabello es un vil gordito. Sus ojos se hunden en el rostro hinchado. La panza recrecida empuja los botones de la camisa. Imposible esconder el pecado de la glotonería, emparentado directamente con ese otro pecado, la codicia.

Ni hablar de la anchura creciente del canciller Maduro, de la frondosidad de la señora Cilia, del vientre impávido del vicepresidente Jaua, de la faja que no consigue esconder los muchos kilos de sobra de la presidente del TSJ, del volumen que no resiste un close-up de la opaca Defensora del Pueblo, del impertinente y tan poco profesional grosor de la periodista Vanessa Davies, de la señora Yadira Cordova y sus pantalones atrincados que destacan sus rollos, de los muslos inflados del grosero Pérez Pirela de VTV, del cada vez más voluminoso abdomen del showman nocturnal de La Hojilla, de las reporteras y anclas del "canal de todos los venezolanos" con sus sostenes que hospedan senos implantados por la pericia de cirujanos plasticos.

Todos gordos, todos obesos. En todos el incremento de los kilos ha "coincidido" con el aumento del poder. La obesidad mórbida es hoy uno de los principales problemas de salud del mundo. Pero es mucho más grave cuando es consecuencia de la obesidad sórdida, esa que es producto del poder, grosera expansión corporal de quienes nomás ponerle las manos al coroto comenzaron a disfrutar de lujos y comodidades indisimulables a las que accedieron sin que las cuentas den. Los obesos del gobierno exhiben orgullosos sus abultadas figuras con el desparpajo de quienes han conseguido aumentar su status -y su peso- a costa de enflaquecer la salud y el erario de la Nación. Mientras más débil la república, mientras más hambrienta la población, su poder se apoltrona. El gobierno cada vez más obeso evidencia su desprecio a un país cada vez más famélico.

Esos obesos mandan, aplastan, destruyen. En los ministerios, en la Asamblea, en el sisema de justicia, en los medios bajo la égida del gobierno. Su gesta es de gula pantagruélica. No son esas personas gorditas bonachonas que la psicología del siglo pasado clasificaba como "pícnicos". Estos son ofensivos, desfachatados, metáfora presente de la sequía institucional que ha arrastrado a nuestro país a una decadencia del siglo XIX que ya creíamos superada. 

Quienes al pasar al gobierno cambian su originaria delgadez por un protuberante volumen nos están diciendo que han engordado a nuestras costas. Eso dice mal. Eso dice mucho. En la otra acera política, vean el cuerpo de los alcaldes, gobernadores y funcionarios públicos de la alternativa democrática. Entre ellos abundan los atletas, los delgados, los prudentes. Eso no es mera coincidencia. El cuerpo habla. Manda mensajes. Escuchemos esa comunicación corporal.

smorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

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