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lunes, 4 de agosto de 2014

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ, MUJERES DESORIENTADAS

Venezuela está muy lejos de ser una sociedad de mujeres que caminan como zombis

El presidente de una de las encuestadoras oficiosas, declaró que Venezuela es una mujer desorientada que necesita un hombre fuerte, consistente, con la carga subliminal de esta palabra en el contexto. La afirmación da mucha risa, no solo por ser un prejuicio decimonónico, sino por ver a alguien lanzarse voluntariamente para que lo despedacen las fieras, hacerse el harakiri sin que se lo pidan.

La posición sicológica de entrega es hacer sentir padrote al poderoso. En algunas especies los machos débiles en la manada levantan la colita ante el macho alfa como prueba de sumisión.

Cualquier estudio histórico, social o actuarial de Venezuela o el planeta, revela una vieja verdad siempre sabida y siempre ocultada, pero de persistente develación: las mujeres suelen ser más duras, decididas e implacables que los varones en las decisiones y responsabilidades. Que no lo sepan quienes estudian la opinión pública es inexcusable. Durante 500 años el mundo se ha estremecido ante el El príncipe de Maquiavelo.

Y resulta que los personajes históricos que más se asemejan a este complejo arquetipo son precisamente mujeres. Cleopatra, Isabel de Castilla, Isabel I de Inglaterra, y Cristina de Suecia, tan maquiavélica ella que escribió escandalizadas críticas a la obra, pero era su manual de cabecera para gobernar.

El marxismo explica la historia como una secuencia interminable de explotación y rebelión e introduce al pensamiento social el odio, no como hipótesis, sino como metodología: la lucha de clases. Pero la verdadera clase dominada ha sido el sexo femenino, fustigado durante cuarenta mil años en el principio más primario y brutal: superioridad física y violencia doméstica. Posiblemente el señor encuestador tanto tiempo sumergido entre retortas y humaredas en su laboratorio de alquimia electoral, perdió contacto con ellas y no se enteró que a pesar de todo eso, las mujeres se impusieron.

Entra por los ojos

Venezuela está muy lejos de ser una sociedad de mujeres que caminan como zombis, cegadas, con las extremidades abiertas, y todo el mundo sabe que la mayoría de los hogares son matriarcales.

Precisamente la inocencia interrumpida y el abandono a su suerte las hace deslomarse desde niñas con cargas mayores que los varones, para dar de comer a sus hijos.

Como notable diferencia, no faltan al trabajo y no incumplen los horarios. Pero los prejuicios suenan hasta en las mejores familias.

El vecino Aristóteles, que no se caracterizó por valorarlas positivamente, decía que el enamoramiento era producto de una infección. La hembra deja a su paso una mínimas gotitas de sangre, que entran por los ojos del varón, siguen por sus venas y van hasta el hegemonikón, ubicado en el miocardio. A partir de allí se riega la peste al resto del cuerpo y el sujeto es caso perdido.

A los médicos de la antigüedad como Galeno, y mil años más tarde Averroes, les alarmaba la entrada por los ojos del fantasma femenino.

Por eso en la Edad Media se les consideró dotadas de muchas artes oscuras por las que merecían destruirlas, un peligro para las instituciones, entre otras porque se acostaban nada menos que con el maligno y contaban con su poder.

El enamoramiento se consideraba una enfermedad, llamada hereo, causada por ellas mediante hechicería. Los síntomas de los enfermos eran "omisión del sueño... la comida. Todo el cuerpo se debilita... inestabilidad emotiva, pulso desordenado y manía por deambular... si (los pacientes) no se tratan, se convierten en unos maniáticos y mueren". La etapa final del tratamiento era restregarle al enfermo en la cara un trapo con menstruación y hacerlo gritar "¡ella es una maldición de la naturaleza!".

Peor que la Gestapo

Según comprobó el Alto Mando Aliado en la II guerra, las mujeres cumplían las tareas clandestinas prácticamente sin ausencias, y frecuentemente morían en las salas de tortura antes de delatar, a diferencia de los agentes varones mucho más liberales al respecto.

Dos mujeres Lily Sergeyev y Josefina de la Fuente participaron en el comando secreto de la operación doble cruz, dirigida por Juan Pujol (Garbo), cuyo fin era la bicoca de infiltrar la Gestapo y engañar al alto mando alemán sobre el desembarco a Normandía.

La australiana Nancy Wake, líder clandestina de cientos de agentes de la resistencia francesa y responsable de la muerte de muchísimos nazis, declaró que lo único que lamentaba de ese período "es no haber matado más", como uno de los bastardos sin gloria. La conocían como "el ratón blanco" por su capacidad para escabullirse. Nada de "ni con el pétalo de una rosa" de la cursilería.

Peor si una idea tan pueril y parroquial como eso de las desorientadas se usa de metáfora sobre el país. Lo dijo Goebbels con insistencia y antes que él lo defendieron sicólogos sociales y sociólogos autoritarios. Las masas son hembras y cuando gritan es que están en celo. Hace años se hizo un estudio para averiguar cómo los venezolanos que representaban al país, cómo lo describirían, con qué imagen lo asociaban y una mayoría dijo verlo como una mujer morena de pelo negro lacio, atractiva pero grave, en los treinta años. Pero en ninguna parte de aquel trabajo, realizado con mucha seriedad por un equipo multidisciplinario, se decía de una mujer morena desorientada por falta de un padrote.

Carlos Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@carlosraulher

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jueves, 11 de julio de 2013

VÍCTOR MALDONADO C., ¿HOMBRE FUERTE Y BUENO?

Uno de los retos que tenemos por delante es desasirnos de la exaltación histórica a la dictadura. Desde tiempos pretéritos nuestro gentilicio ha estado esclavizado por el imaginario que nos presenta al “buen dictador” como el solucionador de todas nuestras desgracias. 
Por alguna razón todos nuestros afanes terminan invocando a ese “déspota ilustrado” que elevándose sobre las miserias nacionales si va a poder administrar y distribuir la cosa pública con honestidad y eficacia. Esta ansiedad impostergable no es fácil de explicar, sobre todo en las clases medias supuestamente educadas, pero lo cierto es que las generaciones que vinieron después del gobierno de Pérez Jimenez vivieron una nostalgia fatal que ansiaba esa época, supuestamente edénica, donde el único delito era el meterse en la política. Y se pagaba con creces.
Luego vino el experimento democrático que tuvo que aprender rápidamente lo que podía ofrecer, presionado como estaba por el tiempo y asonadas de izquierdas y derechas. Ofreció también su propia versión de lo mismo, matizado, eso sí, por ese proyecto de modernización que suponía crear ciudadanía y oportunidades, pero que se enfrascó fatídicamente en esa dialéctica del poder que hizo sagrados y estratégicos los recursos de la nación,  y se engarzó en una relación de desconfianza con el emprendimiento privado, que tuvo que vivir sin garantías económicas, dispuesto por lo tanto a negociar cada espacio de oportunidades como si fueran privilegios.
Buscando al déspota irredento nos conseguimos con el chavismo. Todos estos años hemos estado encajados en un dilema casi fundacional que nos impide romper con ese socialismo silvestre que pretende la ilusión de un gobierno que se entromete para resolver entuertos. Todos somos socialistas en la medida que todos esperamos nuestra porción de la renta nacional sin que por eso nos sintamos responsables en la creación de nuevas riquezas y oportunidades.
Todos aplaudimos un régimen que obliga a determinar costos, fijar precios, administrar las divisas y establecer unilateralmente las condiciones de las relaciones laborales. Todos nos complacemos con la oportunidad de tener divisas sobrevaluadas, o una casa bien equipada, pero sin costos, o mantener ese precio ridículo de la gasolina. Todos, de alguna manera, no tenemos problema en participar de esa lotería nacional, siempre y cuando no empecemos a notar el desguace que ocurre detrás del escenario.
Pero lamentablemente un gobierno como el que nos gusta  solo tiene sentido interviniendo el sistema de mercado, sofocándolo a punta de controles y medidas y jugando a la candileja del “pan para hoy”. 
Este tipo de regímenes se alimenta de poder y del espectáculo de su propia arbitrariedad. Por eso ejerce de confiscador, monopolista y empresario capitalista, encargado de esos menesteres,  mientras el resto del país espera una distribución goteada de la supuesta riqueza, y paradójicamente aprecia y valida  la corrupción, la lenidad y ese discurso que confisca libertades y que iguala por la fuerza y hacia abajo, allí donde la estrechez de posibilidades y las largas colas nos hermanan a todos en tanto y en cuanto somos los menesterosos de la patria. Los presumidos “gobiernos fuertes” viven del cuento del “gallo pelón”.
El hombre fuerte no es bueno. Esa debería ser la gran conclusión de nuestra experiencia republicana. Las dictaduras y los supuestos redentores de la patria han resultado ser sus expoliadores. El hombre fuerte pero ocurrente, con piel de “tío tigre” y  talante del “tío conejo” no hizo a Chávez más eficaz ni al país más próspero. Así como los desplantes expropiadores no nos han dado mejores empresas y ni siquiera una mayor capacidad productiva.
Estos regímenes de insolencias autoritarias y violencia dosificada deberían ser valorados en sus resultados concretos.  Comencemos, por ejemplo, por el resguardo de la soberanía. El resultado al respecto es patético. 
Simplemente no sabemos donde se toman las decisiones de Estado. Algunos aseguran que en Cuba, otros dicen que los hermanos Castro operan como los grandes consejeros que por eso mismo arriman la sardina para su propio sartén. Pero sabemos que la ausencia de soberanía se paga en términos contantes y sonantes, y también en forma de intrusión obscena de  los sistemas de inteligencia y de defensa nacional. 
El hipotético “gobierno fuerte” ha convertido en escena cotidiana la intervención cubana en muchas áreas consideradas paradójicamente como estratégicas.
Pasemos entonces a algo más terrenal. La solidez económica, porque se supone que ese es un indicador de los gobiernos que hace gala de su fortaleza. La deuda ha escalado a velocidades sorprendentes. Las reservas internacionales son un galimatías tramposo y opaco que nadie se atreve a interpretar positivamente. Dependemos como nunca del negocio petrolero al que sin embargo se ha maltratado hasta dejarlo en condiciones francamente precarias. Y para colmo, la guerra contra el sector productivo nos ha dejado con la mitad de las empresas del pasado y sin ninguna oportunidad de que alguien sensato venga a invertir.  ¿Y los dólares? Ya sabemos el vacío en las arcas que resulta  inexplicable a menos que le pongamos costo a ese afán de dirigir la suerte del continente en el que se embarcó el chavismo.
Todo lo demás es debilidad. Hospitales que no funcionan. Policías que no garantizan ni siquiera la seguridad de sus propios funcionarios. Bandas armadas que funcionan como “leviatanes” alternativos e imponen su ley en las calles. Escuelas Públicas que son puro déficit y carencias. Universidades colocadas en el extremo de la inanición. Y todo esto conviviendo con decisiones rocambolescas como la financiación de satélites (aunque no tengamos como importar teléfonos celulares o proveernos con un internet de banda ancha razonable) o un parque de armas de guerra que pronto será chatarra y deuda. Entonces, ¿tiene sentido endosarnos al hombre fuerte y bueno?
El reto es lanzar al basurero de la historia ese mito y elaborar una nueva narrativa democrática, menos vinculada al usufructo del poder y más comprometida con el respeto a la ley y la garantía de derechos y libertades. 
Esa nueva narrativa debe tener límites y prioridades. Debe saber que decir, cuales son compromisos legítimos y cuales otros son espurios. Debe apostar a las instituciones y no a las montoneras de seguidores. Debe respetar las reglas del juego y no preponderar la trampa. Debe tener líderes y no caudillos endiosados. Y debe renunciar al cohecho, a la corrupción institucionalizada, al compadrazgo, el nepotismo y al juego cerrado que considera buenos solo a los amigos. Debe creer en la validez de las libertades y derechos así como apostar al emprendimiento nacional. 
Si no lo hacemos, no tiene sentido alguno pasar de este socialismo a otro, pero tampoco tendremos tiempo para evitar el desastre.
victormaldonadoc@gmail.com

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