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domingo, 11 de noviembre de 2012

CARLOS BLANCO, (RE) CUERDOS Y (RE) CUENTOS, TIEMPO DE PALABRA

"Parece haberse llegado al convencimiento de una convergencia con un sector chavista"
 (RE) CUERDOS Y (RE) CUENTOS
Catorce años son como mucho ¿no? Y 20 años desde el golpe de estado de Chávez parece un tiempo infinito si se piensa cómo el personaje ha gravitado desde entonces sobre las almas de esta atribulada esquina del planeta. Los que eran niños se convirtieron en jóvenes que no han tenido otra música de fondo que las marchas rojas; los jóvenes se convirtieron en adultos de este domicilio; los adultos mutaron en miembros de la especie de adultos mayores; y los que ya eran mayores se convirtieron en inmortales. Veinte años de fandango con la expectativa de seis más es una vida. Algunos, como quien escribe, dedicados a llevarle la cuenta al Comandante y este dedicado a meterse en los dobladillos de la existencia de cada uno de sus hartados compatriotas. Hoy este narrador la ha dado por hacer meditaciones. Unas graves y otras agudas.
FUNCIÓN PEDAGÓGICA DE LAS DERROTAS
Los niños aprenden en la casa y en la escuela, más tarde en la vida. Los padres y maestros tratan de enseñarlos para que eviten los errores de sus mayores, pero es imposible. La adolescencia de los hijos recuerda que nadie aprende en cabeza ajena y que mientras ellos van por allí al volante de su existencia, los padres al lado: ¡cuidado con el semáforo!, ¡quita el pie del acelerador!, ¡frena!
A los pueblos les pasa peor. No van a seminarios; no leen los artículos de prensa; aunque deseen educarse no quieren que algún samaritano los eduque (los notables suelen ser pavosos). Aprenden a los trancazos.
En el caso del pueblo opositor, las experiencias desde 1999 en adelante constituyen su escuela. Las luchas en los marcos de la rebelión civil, de las elecciones, de la abstención, de las "guarimbas", de las primarias, de los paros y huelgas, de las protestas cotidianas, han sido y son el espacio de su aprendizaje. Cada una ha dejado enseñanzas, victorias y derrotas provisionales. Recuérdense las breves horas de la salida de Chávez en 2002 por obra de las masas en la calle y la desobediencia militar; recuérdese la sensación de poder luego de la abstención de 2005; piénsese en los días precedentes al reciente 7-O y los planes que cada opositor hacía sobre la reconstrucción de su futuro...
Por estas razones, dividir la historia opositora en "el fracaso" antes de 2006 y "las victorias" desde entonces constituye tontería. Si se pasa la raya en la contabilidad de la existencia el resultado es que Chávez sigue allí... tan campante; pero si se escarba se verá que ha habido de todo y fundamentalmente aprendizajes.
"UH, AH, CHÁVEZ NO SE VA" O "CHÁVEZ, ¡VETE YA!" O "CHÁVEZ, ¿POR FAVOR TE RETIRAS... ?"
El principal aprendizaje de esta época pareciera ser sobre la naturaleza del régimen. Unos, más temprano y otros, más tarde, los dirigentes comprendieron que Venezuela vive bajo el imperio del autoritarismo: hasta los más delicados con el caudillo, que pensaban que solo era un gobierno atrabiliario en una democracia imperfecta, han llegado a convencerse que hay un neoautoritarismo que no evoluciona hacia la democracia sino en su contra.
Esta comprensión poco a poco vuelve a convocar formas de lucha más complejas aunque pacíficas. La lucha electoral es una de ellas pero no la única. En las autocracias que se ven obligadas a hacer elecciones, éstas pueden ser usadas para impulsar la vuelta a la democracia. Siempre es de recordar el plebiscito de Pérez Jiménez en 1957 que fue birlado por el dictador y en cinco semanas más tuvo que irse a refocilar con Rafael Leonidas Trujillo, el otro asesino. El referéndum de Pinochet al final fue la ocasión para que la fractura militar se expresara y el dictador tuviera que medirse en elecciones que ganaron los demócratas al año siguiente. En esos casos, las luchas de calle, la unidad política, la alianza con los militares, las elecciones, y conexiones internacionales importantes, permitieron una coyuntura para salir de los dictadores. No se hizo sin elecciones; no se hizo sólo con elecciones.
La oposición venezolana parece estar en el momento de que sus luchas por la recuperación de la democracia apuntan a generar esta vasta alianza que incluirá a muchos chavistas de hoy.
LA CITA CON EL CHAVISMO.
No parece ser muy sensata la idea según la cual los chavistas que se pasan a la oposición son gente que se ilumina y que los opositores que se pasan al chavismo son unos vendidos y arrastrados. Hay de todo; entre otras cosas porque en este lado también hay prácticas que se hace necesario rectificar y superar. Por supuesto que no es lo mismo estar en una acera o en la otra: la lucha por la libertad establece un nivel moral superior al de la lucha por conculcarla, pero a veces las conductas de ambos lados se imitan demasiado. En todo caso pareciera haberse llegado al convencimiento de que una convergencia deberá producirse con un sector chavista. No por cierto, a través del método de hablarles "pasito", mentirles con ofertas y semejarse a su caudillo, sino a través de las realidades más duras: en algún momento del futuro el país se va a encabritar, porque hay vastos descontentos sociales, políticos, económicos, militares e institucionales; entonces se planteará una convergencia inevitable. La rebelión cívica está a la espera de su tiempo.
LAS CONDICIONES: "A DIOS ROGANDO Y CON EL MAZO DANDO"
Lo que no quiso hacer casi nadie antes del 7-O por aquello de que reclamar condiciones electorales promovía la abstención, ha cambiado. El descontento con el triunfalismo y con el desprecio a las voces que clamaban por enfrentar al CNE, ha hecho que una parte sustancial de las voces opositoras se sume al reclamo por condiciones electorales democráticas y entienda que se puede votar y reclamar, denunciar al CNE y llamar a elegir gobernadores opositores.
La tontera según la cual había que aceptar sin chistar lo que dijera ese tortuoso organismo chavista, ha sido superada. Esto no garantiza que se obtendrá lo que se desea pero sí que se pone al CNE en el lugar en el que están los enemigos de la democracia y es posible que se obtengan algunas -no todas- exigencias opositoras, además de mostrar ante el mundo la naturaleza del régimen prevaleciente. Después de ojo sacado no vale Santa Lucía, pero si esto previene para sucesivos desastres, es mejor. Ojalá no sea muy tarde. Que la MUD dialogue con Esdata, Súmate, VotoJoven y otras sería muy útil.
UNIDAD.
La unidad es propósito y consigna. La hubo parcial para el 7-O con las exclusiones de "los radicales" y "los viejos". Es de esperar los sectarios de "la nueva" política no lo sean-aunque tarde- ahora. Viene una larga marcha; hay que votar en estas próximas elecciones y hay que continuar mediante el debate, las luchas sociales, las alianzas cívico-militares, y una mejor disposición a que las diferencias se empleen en sumar y no restar.
www.tiempodepalabra.com
Twitter @carlosblancog

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jueves, 15 de marzo de 2012

FERNANDO MIRES: DESDE RUSIA SIN AMOR

  En política, a diferencias de la lotería, se puede perder ganando. Esto último fue lo que ocurrió con Vladimir Putin en las elecciones presidenciales que tuvieron lugar el 4 de marzo del 2012.
En cierto sentido, pese a que Putin ganó holgadamente, podemos hablar de cuatro derrotas.
La primera fue el resultado mismo. Sobre un 60% puede ser para cualquier candidato un éxito resonante, pero para alguien que siempre obtenía sobre el 70%  fue una caída. La segunda, la pérdida de legitimidad. Que el mismo Putin hubiera reconocido irregularidades en los recuentos, hace pensar en un fraude de enormes proporciones. La oposición habla de por lo menos un 20% de votos falsos. Hubo lugares en donde la cantidad de votos emitidos superó a la de los electores inscritos. La tercera derrota, fue la de Moscú. En un país tan centralizado como Rusia, no obtener la mayoría de votos en la capital, es un desastre; y así sucedió. La cuarta derrota fue quizás la más importante, y ella ocurrió antes de las elecciones. Putin y su partido Rusia Unida han perdido las calles frente a una oposición que, en gran medida, no se encuentra alineada en ninguno de los partidos oficiales.
Hay efectivamente en Rusia dos oposiciones: la partidista y la callejera. Frente a la primera, aún sin cometer fraude, es difícil que Putin pierda; y quizás hay que alegrarse de que así ocurra: Los partidos contrincantes de Putin están lejos de ser un primor democrático. Todo lo contrario. El mal llamado Partido liberal Demócrata (6,22%) es ultranacionalista y su líder Vladimir Zhirinovsky es lo más parecido al reaccionario Viktor Orbán de Hungría (conocido en Europa como “el Chávez húngaro”) El Partido Comunista y su candidato Gionadi Ziuganov (17,18%) reivindican si tapujos a la Rusia de Stalin. El candidato independiente, Michail Prójorov, es un empresario ultraliberal. Y Rusia Justa, con su candidato Sergei Mironov (3,8%) es también ultranacionalista. Mironov, para colmos, viene del “Ejército Rojo”.
En esa ensalada rusa que contiene estalinistas, fascistas y ultranacionalistas, Putin, pese a su estilo mafioso, a la corrupción de su gobierno, y a sus aventuras internacionales, representa para muchos el mal menor. Por lo menos Rusia Unida porta consigo restos del espíritu de la Perestroika y de los primeros tiempos de Boris Jelzin de quien Putin fue su delfín. De la oposición partidista Putin no tiene mucho que temer. Sus temores vienen del otro lado: de la oposición en las calles.
Quienes se movilizan en las calles en contra de la corrupción y de las múltiples irregularidades son en primera línea estudiantes, académicos e intelectuales no identificados con la oposición partidista. Constituyen, si así se quiere, una protesta social muy similar a la de los “indignados españoles”, o a las masas de jóvenes citadinos que hicieron detonar las insurrecciones de Túnez, Egipto y Libia. No pocos de ellos –esa es una espina en el ojo de Putin- provienen del mismo partido de gobierno. Puede que en términos cuantitativos dicha oposición no sea un peligro inmediato para Putin, pero en términos cualitativos, sí lo es. Putin, para decirlo en breve, ha perdido el apoyo de la “intelligentsia” rusa. Y si Putin conoce la historia de su país, debe saber que esa pérdida fue la principal razón que llevó al comienzo de la caída del zarismo en la antigua Rusia y de la Nomenklatura en la URSS.
El retroceso político de Putin no tendría nada de dramático en ningún otro país del mundo. El problema es que Putin representa un proyecto hegemónico internacional. Su objetivo es (era) convertir a Rusia en una potencia militar en condiciones de disputar la hegemonía a China y a los EE UU. Siguiendo ese propósito, Putin ha intentado, cultivando entre otros el negocio de las armas, un proyecto de alianza con los gobiernos más anti-norteamericanos del planeta (casi todos dictatoriales). Ahora, para que ese proyecto fuera posible, Putin necesitaba antes que nada presentarse como un gobernante que tiene muy ordenado “el frente interno”. Pero después de las elecciones y de las protestas que seguramente no cesarán, ese frente interno se ve muy debilitado. Fue quizás esa una de las razones por las cuales Obama se apresuró a reconocer el triunfo de Putin pues como consumado político debe saber que un enemigo internamente debilitado no es un verdadero enemigo.
Por si fuera poco, los acontecimientos del Oriente Medio han significado una gran derrota para Moscú, hecho que los comentaristas internacionales no han resaltado en toda su dimensión. En efecto, las dictaduras árabes derribadas eran íntimas aliadas de Rusia. Con ese capital geopolítico contaba Putin en sus apuestas internacionales. Los nuevos gobiernos árabes, en cambio, parecen más bien dispuestos a intensificar contactos con la EU y con los EE UU. El eje formado por Moscú, Damasco y Teherán es, en ese sentido, la última línea de fuego que resta a las aspiraciones rusas. Si cae el tirano Bachar el Asad, Putin no tendrá otra alternativa que revivir el sueño de Tolstoi y hacer de Rusia la capital de las autocracias del Asia Central, es decir, un simple poder regional de mediana estatura como es, por ejemplo, Brasil en Sudamérica.
Pero hay quizás otra alternativa: y esa es convertir en realidad el sueño de Dostoyevski. Eso quiere decir, hacer de Rusia una nación plenamente occidental, una donde los derechos humanos se cumplan con rigor y en donde impere la democracia política sobre la barbarie imperial. Pero ese sueño está muy lejos del Kremlin. Por el momento sólo aparece en las calles, en un ambiente revuelto y confuso, y en un tiempo que recuerda al que precedió a la Perestroika.

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