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viernes, 29 de marzo de 2013

CLODOVALDO HERNÁNDEZ, ¿ALGUIEN ME LLAMÓ MERIENDA DE NEGROS?

Hace muuucho tiempo (no tiempo cronológico sino ideológico), mi amigo Ibsen Martínez escribió un artículo llamado "Escoria, ¿alguien me llamó escoria?" (El Universal 06-03-1999) en el que, aparte de ridiculizar a Henrique Salas Römer, comentó que Francis Scott Fitzgerald dijo que si uno no ha nacido rico le resulta casi imposible entender lo que significa serlo y comprender por qué los ricos se portan como lo hacen. El autor de El gran Gatsby resumía la cosa diciendo que los ricos siempre se creen mejores que nosotros, aunque algunos de ellos hasta accedan a arrastrarse de vez en cuando por las calles sucias de nuestro mundo.

Bueno, han pasado catorce años de aquel artículo y el amigo Martínez parece haber perdido la fe en el aserto de Fitzgerald. Por una de sus más recientes creaciones periodístico-literarias, todo parece indicar que ha comenzado a entender a los ricos, a pensar como ellos, aunque haya nacido –como lo dice orgullosamente en su pieza de 1999– en el barrio Los Alpes, por los lados de El Cementerio.

Ibsen ha pintado las manifestaciones populares que acompañaron las exequias del comandante Hugo Chávez, con la expresión "merienda de negros", que –vaya ironía– le hubiese cuadrado mucho mejor al objeto de sus críticas de entonces, el godo Salas, porque ese sí tiene los ojos azules.

Creo que este episodio indica la profundidad del drama que atraviesa nuestra oposición (es nuestra, no pretendan quitárnosla): por un lado, la dirección política y la vocería la llevan unos ricos y unas ricas que –no logran ocultarlo ni con los consejos de diez asesores– se creen mejores que la gente común, aunque últimamente anden en plan de dirigentes sociales; y por el otro lado, el sustento ideológico de ese movimiento de ricachones corre por cuenta de unos intelectuales que nacieron pobres y algunos hasta fueron de izquierda, pero es obvio que se cansaron de ser pueblo.

Sobre los ricos y las ricas que han tomado el timón opositor me basta con citar a Fitzgerald, citado a su vez (en 1999, aclaremos) por el autor de la telenovela hiperrealista Por estas calles: "son blandos donde el resto de nosotros somos duros; y cínicos donde somos crédulos". ¿Puede haber una mejor definición de lo que hemos visto en esta última y sui géneris campaña presidencial?

Se supone que corresponde a los intelectuales opositores curtidos de pueblo tratar de suplir las carencias de los millonarios metidos a políticos en aspectos clave para llegar al poder democráticamente, como lo son el contacto con el pueblo y la sensibilidad social. Pero –al menos si se juzga por el caso de Ibsen– ha ocurrido un proceso contrario: de tanto colearse en "degustaciones de blanquitos", estos personajes han terminado poniéndose blandos donde antes eran duros y cínicos allí mismo donde lo son los ricos (pero sin la plata).

clodoher@yahoo.com

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domingo, 24 de marzo de 2013

CLODOVALDO HERNÁNDEZ, LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN UNIDIRECCIONAL. LOS MEDIOS HABLAN Y EL PUEBLO SE CALLA

"Seamos serios, serísimos, pero de verdad: ¿si alguien festeja la muerte ajena, puede exigir algún tipo de comedimiento en las reacciones de los deudos, que en este caso son millones?"
Siento una periodística (es decir, una parcialmente morbosa) curiosidad por saber qué dicen los correos electrónicos, mensajes de texto y pines que reciben los periodistas, editorialistas, humoristas, caricaturistas, articulistas, blogueros y tuiteros opositores, merced a los cuales se califican a sí mismos –y mutuamente- como perseguidos, hostigados, acosados y amenazados. Pobrecitos.
Supongo que han de ser cosas verdaderamente graves las que les dicen. No creo que ninguno de ellos se moleste en armar un escandalete (como dice la semi-oligarca Ña Magda) por una ramplona mentada de madre ni por la clásica maldición del burro negro. Me imagino que deben ser insultos e invectivas mucho más atemorizantes. Son gente seria (serísima) y no cabe suponer que vayan a ir a quejarse con la doctora Luisa Ortega o a armar llantinas en Globovisión solo para salir en sus propios medios en plan de víctimas. No les hace falta.
Tanto como conocer el contenido de esos mensajes me intriga el saber cuál es la idea que estas personas tienen acerca de la libertad de expresión. Todo parece indicar que en su concepto, esa libertad debe ser unidireccional, privilegio de unos pocos (de ellos, por supuesto, faltaría más). Es decir, yo como dueño de un medio, articulista o caricaturista tengo derecho a expresar lo que me venga en gana y cuando me venga en gana, pero quienes reciben ese mensaje y estén en desacuerdo están obligados a tragarse sus opiniones sobre lo que han captado para no menoscabar la libertad de los emisores. Así más o menos parece que funciona la cuestión en estos cerebros iluminados. ¡Qué manguangua!
Pongamos un ejemplo. Al día siguiente del fallecimiento del presidente Chávez, apareció una caricatura sin palabras de un rey de ajedrez rojo, caído sobre el tablero. Un grito de jaque mate, pues, en la sección del periódico dedicada al qué-risa-me-da.
En estricto ejercicio de la libertad de pensamiento y de expresión que nos ampara a todos, hay que admitir que la autora de esta caricatura estaba en su derecho de expresar así lo que sintió frente a la muerte del Comandante. Hay que admitirlo, aunque uno, por dentro, se reviente de la indignación. En eso consiste esta libertad, ¿o no?
De acuerdo, pero aquí vamos a la otra parte de la libertad de expresión, que es el derecho de quienes leen, escuchan o ven lo expresado por otros, a opinar acerca de ese mensaje. En esa parte de la libertad no parecen creer quienes más la cacarean a diario. Sigamos con el ejemplo: ¿tiene o no derecho alguien -cualquier persona de este pueblo herido- luego de mirar esa caricatura, a soltar una barbaridad como, por decir algo, desearle a la persona que la hizo el mismo jaque mate para ella o para alguien de sus familia?
Seamos serios, serísimos, pero de verdad: ¿si alguien festeja la muerte ajena, puede exigir algún tipo de comedimiento en las reacciones de los deudos, que en este caso son millones?
Unos días después, el editorial de un diario que alguna vez fue ejemplo de excelencia periodística abordó nuevamente el sensible tema de la enfermedad grave de una figura de nuestra escena política. De una manera torva y vil le auguraron una pronta muerte a la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena. Esta vez ni siquiera se puede esgrimir el atenuante del humor, que pudiera emplearse en el caso de la caricatura, pues el editorial se presume que es la parte más seria de un diario (aunque algunos ya no tienen partes serias, dicho sea de paso). ¿Qué se puede hacer ante una ignominia tan descarada? Nada. Como gente respetuosa de la libertad de expresión, hay que aceptar que no se puede ni se debe evitar que se emitan hasta las más siniestras y desalmadas opiniones.
Pero, entonces, volvemos a lo anterior, a la otra dirección de la calle de doble vía que debe ser la libertad de expresión en una democracia verdadera. Y la nuestra lo es. La gente que se siente lacerada por semejante infamia sale a gritarle “¡ojalá te mueras, desgraciado!” al dueño del medio (criatura responsable del editorial), en ejercicio claro de su derecho a opinar y de la reciprocidad que casi siempre es un parámetro justo.
Y es aquí donde viene la lloradera y la victimización. Según los autores de las ominosas piezas periodísticas, las respuestas de la gente no cuentan como libertad de expresión. Por el contrario, son ataques a la de ellos que los convierten en perseguidos, amenazados, hostigados, insultados, acosados. ¿Usted qué opina?

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