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domingo, 6 de octubre de 2013

EUGENIO MONTORO, AUTOESTIMA Y FELICIDAD

         Por estos días nuestro estimado historiador Elías Pino Iturrieta escribió un artículo en el que advertía que sería un descanso al usual tema político y le agradecía a Monseñor Parolin, Nuncio en Venezuela y nombrado recientemente como el chivo más grande después del Papa, por ser el causante del receso. Elías trató sobre el tema, que movió Parolin en una entrevista, del posible matrimonio de los curas y lo sazonó con sabrosos cuentos de clérigos en la Venezuela de 1800 a los que nunca abandonó la testosterona.
        
Pirámide de las necesidades según Maslow
Solo se atienden necesidades superiores cuando
 se han satisfecho las necesidades inferiores,

Pues debemos agradecer ahora a Elías la buena idea del descanso y tomarla para estas letras sobre la autoestima.

         La autoestima es la forma en que nos vemos y creemos somos. Como la mayoría de los asuntos de la mente se forma en la edad temprana y se convierte en rasgo de personalidad.

         Alguien la adjetivó como “Alta” y “Baja”. Se agruparon en Alta comportamientos supuestamente deseables pues van de la mano con la felicidad de la persona y en la  Baja coinciden los comportamientos menos deseables y que nos amargan la vida.

         Sobre este tema hay toneladas de libros que son bastante inútiles para los lectores actuales que buscan rapidez y concreción. Así que nuestra colaboración será enumerar algunos rasgos típicos de cada uno de los extremos de la autoestima y que cada quién los use como quiera. Lo ideal sería autoevaluarse y ver por donde andan los tiros. También pueden usarse para evaluar a otros pero en cualquier caso se debe ser muy prudente y cuidadoso pues aquí no hay precisiones matemáticas y las posibilidades de errar son inmensas.

         Así que las listas que se muestran a continuación solo son capaces de dibujar trazos, algunos sonidos y débiles olores pero nunca serán verdades fuertes. Veamos.

         Rasgos de Autoestima Alta. Sonrisa frecuente/ sencillos, amables y tolerantes/ no exigen perfección/ no critican ni ofenden/ no hablan mal de otros/ admiten sus errores con facilidad/ oyen más que hablan/ perdonan fácil/ solos o acompañados se sienten bien/ optimistas.

         Rasgos de Autoestima Baja. Mal genio frecuente/ se quejan mucho/ tendencia a ofender, criticar, regañar a otros/ poca tolerancia a imperfecciones/ tendencia a culpar al mundo externo de sentirse mal/ necesidad del halago para sentirse bien/ tristeza en soledad/ pesimistas.

         Ninguno de nosotros corresponde a estos extremos. A veces vamos y venimos y nos acercamos a uno o al otro. Quizás solo tenemos alguno de los rasgos pero lo importante es que nos empeñemos en buscar el mejor.

         El como hacerlo tiene dos posibilidades. La primera es buscar un especialista que nos cobrará bastante por sesión y la segunda es hacerlo nosotros mismos.

         Un ejemplo copiado de un libro. “Por mucho tiempo me he quejado y por supuesto la culpa era de otro. Tomé la decisión de no quejarme más. Cada vez que me doy cuenta que me estoy quejando me detengo, cierro la boca y me digo: asume tu responsabilidad”.

         No es fácil pero buscar la felicidad vale la pena.

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lunes, 23 de septiembre de 2013

GABRIEL S. BORAGINA, LA CRÍTICA AL EGOÍSMO

De acuerdo al diccionario:
"egoísmo.
(Del lat. ego, yo, e -ismo).
1. m. Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.
2. m. Acto sugerido por esta condición personal.[1]"

Pareciera que lo "inmoderado, excesivo" y "desmedido" del amor a si mismo surge (según la definición de la Real Academia Española) cuando no se cuida el "propio interés" "de los demás". 

La pregunta que brota de inmediato es ¿cuál es el "propio interés de los demás" que el supuestamente egoísta "debería cuidar", y por que debería cuidarlo el acusado de egoísmo y no deberían cuidar su propio interés esos otros (demás)?. O, en otros términos, ¿por qué los demás "deberían" cuidar nuestro "propio interés" y nosotros "deberíamos" cuidar el "propio interés" de los demás, en una suerte de "obligaciones" recíprocas y cruzadas? Por otro lado, aparece otro interrogante que no es menor, a saber: ¿cuál es la medida para todo ello? Es decir, ¿cuál es la medida de lo "inmoderado, excesivo, desmedido" y además ¿cómo definimos el "propio interés" y cuáles son sus límites? Esos otros o "demás" ¿quiénes y cuántos son y dónde están ubicados geográficamente? Estas preguntas no tienen para nosotros ninguna respuesta satisfactoria, porque cualquiera que se quiera dar será enteramente subjetiva y por completo arbitraria.

Sin embargo, las cosas no parecen ser tan claras como lo sugiere la definición de la Real Academia Española, como, por ejemplo, demuestra la siguiente cita del Dr. Alberto Benegas Lynch (h):
"También el que es caritativo con el prójimo especula con la satisfacción del destinatario. Conviene repasar un pasaje estampado en el primer libro que escribió Adam Smith en 1759 sobre filosofía moral (quien, en esta materia, siguió la tradición iniciada primero por Carmichael y luego por Hutcheson). En el primer párrafo de aquella obra se lee que “Por mucho que sea el egoísmo que se supone del hombre, hay evidentemente ciertos principios en su naturaleza que lo hace interesarse por la suerte de otros y considera esas felicidades necesarias para la suya propia, aunque no se derive nada para él excepto el placer de contemplarlas”. Esta aseveración es del todo congruente con su idea de la “mano invisible” que hace que todos los seres humanos atentos a sus propios intereses benefician a los demás aunque ése no haya sido su propósito inicial (lo cual, como queda expresado, no excluye que la satisfacción del sujeto actuante resida en la realización de obras filantrópicas)."[2]

Paradójicamente, el egoísmo puede dar lugar a acciones altruistas, aunque el acusado de "egoísmo" no las considere de dicho modo, lo que podrá ser quizás motivo de condena moral, pero sociológica y económicamente -tal como lo señala Adam Smith con su metáfora de "la mano invisible"- las conductas en principio calificadas de "egoístas" resultan ser siempre sumamente provechosas para el conjunto social. La cooperación social nace, pues, de acciones que siempre tienen un origen egoísta. Por eso siempre hemos sostenido que no existe un verdadero antagonismo entre "lo social" y "lo individual" como pretenden muchos.

El término egoísmo no mantuvo un significado univoco a lo largo de las épocas, como lo marca Friedrich A. von Hayek, quien diferencia el "egoísmo" del "individualismo":

 "Hay un punto en estas presunciones sicológicas básicas que de alguna forma es necesario considerar de manera más completa. Como se cree que el individualismo aprueba y estimula el egoísmo humano, esto hace que mucha gente no lo acepte y debido a que esta confusión es provocada por una verdadera dificultad intelectual, debemos examinar cuidadosamente el significado de tales presunciones. Por supuesto, no puede haber duda de que en el lenguaje de los grandes pensadores del siglo XVIII el “amor a sí mismo” del hombre, o incluso sus “intereses egoístas”, representaba algo así como el “motor universal”. Estos términos se referían principalmente a una actitud moral que, pensaron, prevalecería ampliamente. Sin embargo, estos términos no significaban egoísmo en el sentido restringido de preocupación exclusiva por las necesidades inmediatas de uno mismo. El “ego” por el que supuestamente las personas debían preocuparse claramente incluía a la familia y a los amigos. Ninguna diferencia significativa respecto del argumento habría si se hubiera hecho extensivo a todo aquello por lo cual la gente de hecho se preocupa."[3]

Por lo tanto, el vocablo egoísmo puede interpretarse en dos grandes sentidos: uno amplio y otro restringido, este último correspondería -en su totalidad- a la definición que el diccionario de la Real Academia Española le da por completo.

Desde un punto de vista estrictamente social, y dado que ningún individuo puede bastarse a sí mismo, cualquier conducta que despliegue, aun así sea calificada por sus semejantes de "egoísta", tendrá siempre algún efecto beneficioso sobre una o muchas personas. Este efecto útil va mucho más allá -como dejamos dicho- de las posibles intenciones negativas o positivas que tenga el sujeto actuante. Quien por muy egoísta que sea deberá interactuar como consumidor y como productor en el mercado, y ya sea en un rol o en el siguiente, cualquier acción que despliegue favorecerá a sus congéneres, inmediata o remotamente. La única excepción a este principio general será, indudablemente, el del ladrón, quien con su accionar delictivo sólo a él mismo alivia, en tanto perjudica a todos los demás y -en lo inmediato- al sujeto robado. Fuera de este caso particular (y dentro de la sociedad civil, minoritario) el egoísta mas aborrecido del mundo deberá, le guste o no, intercambiar bienes y servicios con sus prójimos, y en dicho intercambio estos saldrán atendidos.

@GBoragina

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jueves, 7 de marzo de 2013

JOSÉ LUIS CATALÁN, MENTIRA Y AUTOESTIMA

     Llevados por la inseguridad y desconfianza en nuestra capacidad de ser aceptados tal como somos, podemos caer en la tentación de adornar aquí y allá nuestra historia y nuestras habilidades de forma que causemos una impresión favorable en las demás personas. 
     Un ladrón podrá aseverar más robos de los que realmene ha hecho si tiene que presumir delante de los compañeros carcelarios, o se pueden haber realizado más proezas sexuales de las habidas entre un grupo de hombres que se retan en su capacidad viril, o una madre puede hacer que su hijo mejore las las notas y apruebe cursos con fin de que aparezca como una madre exitosa con un hijo bien educado.
     Mentir es un recurso fácil de valer sin tener que pasar por esfuerzos ni penurias, aunque el precio que se corre es la posibilidad de ser descubierto. En esto sucede algo similar a la persona que lanza rumores falsos para disminuir a las personas que envidia: puede ser descubierto y la conducta desvelada, ir en su contra desprestigiándolo ante a los que quería influir.
     Mientras que la persona sincera no tiene que vigilar la versión que da de sus anécdotas y los episodios vividos, porque los transcribe al dictado de su memoria, en cambio el mentiroso debe controlar qué versión da de su historia, para que resulte coherente con la escuchada por cada persona ante la que ha presumido.
     Contra más se cae en la tentación de mentir más difícil es controlar la abundante base de datos de las versiones dadas y más imposible resulta comentar, repetir o seguir con coherencia lo novelado, de forma que los detalles chirrían y de pronto un personaje famoso es novio de una prima mientras que antes lo era de una hermana, estuvimos dos años estudiando en el extranjero mientras que esos mismos años estudiamos un Master de prestigio en la localidad donde vivimos, conocemos a quien luego resulta que no nos conoce, etc. .
     El hábito se mentir se puede transformar en un trastorno de la personalidad que podríamos llamar 'seudologia fantástica' que es una compulsión a imaginar una vida, unos acontecimientos y una historia en base a causar una impresión de admiración en los espectadores.
     Este afán por impresionar esta basado en la imperiosa necesidad de resultar valiosos e geniales por medios tramposos ya que por los naturales de la simpatía y ser espontáneos dudamos el poder conseguirlos.
     Refleja, por un lado, la ambición de ser dignos de amor y ojito derecho de los demás como antes de ser destronamos por el proceso de maduración lo éramos de los padres; por otro lado, se pone de manifiesto nuestra profunda duda de no ser dignos en base a la distancia, la dureza, el aislamiento y la falta de adaptación que sufrimos, que asemejan pruebas de algún tipo de minusvalía.
     El mentiroso fantasioso coge el atajo de robar atención y aprecio por la vía del fácil engaño (las palabras son cómodos sustitutos de los hechos) en vez de por su Ser-sincero, tal vez mucho mas modesto de lo que su ambición soporta.
     No se conforma con ser una persona cualquiera -tal vez se vería a sí misma con excesivo desarraigo-, sino que desea ser siempre una personalidad de primera magnitud, de esas que los demás admiramos embelesados y envidiosos.
     También mintiendo sobre lo que hacemos llevamos a cabo algo que proporciona un pequeño resto de placer que nos da una migaja de lo que nos gustaría. Imaginando que somos ricos, que seducimos a las personas más bellas, sentimos un gusto que el disgusto de ser sólo fantasías no acaba de eliminar y que puede convertirse en deleitoso manjar para satisfacer necesidades que esta forma engañosa nunca realmente será completa, pero que a base de engaño tras engaño, fantasía tras fantasía nos hace sentir el sueño tan real que casi lo podemos creer.
     Lo que nos gustaría hacer, lo que en ensueños nos prometemos, lo que según nuestros cálculos inflados seguramente nos pasará puede hacernos correr tanto en el tiempo que disfrutemos precipitadamente de lo que todavía no somos, y ello nos prepara mal para el naufragio de nuestros ilusiones durante el transcurso despiadado de la vida. Este tropiezo no le sucede a quien su mirada alcanza al escalón de arriba sólo cuando ha mirado bien que ha subido el actual.
     El problema del pseudólogo es que para mentir tanto y que no se note ha de hacer lo mismo que un actor que representa un personaje y quiere resultar creíble: esforzarse tanto, como si uno fuera esa persona inventada, que realmente uno se confunda y olvide de quien es realmente.
     El personaje suplanta al yo, con lo que su personalidad se instala en una base inautentica muy peligrosa, porque los halagos, impresiones y valoraciones que arranque a los demás con sus tretas, en realidad nunca los podrá saborear, porque sabe que no están dirigidos al Yo autentico, sino al falso, con lo cual no logra sentir lo que le gustaría sentir: sus dobles vínculos impiden que los placeres le lleguen.
     Como la sed de mérito nunca se sacia por este procedimiento cada vez está la persona más descarriada e insatisfecha y más encuentra motivos para curarse con la medicina que le agrava.
     Lo que debe plantearse el mentiroso es su misterioso desánimo, la progresiva languidez que simular produce en él. Su afán de caer bien produce el efecto contrario de que los demás se decepciones, se sientan despreciados y se disgusten, generando una profunda desconfianza muy difícil de superar (piénsese por ejemplo lo difícil que es olvidar que tu pareja te ha engañado, o te miente sistemáticamete).
     La cura del mentiroso es sustituir la mentira por la búsqueda de la excelencia. Reconociendo su necesidad de brillo y atracción dedicarse con firmeza a mejorar sus méritos verdaderos (profesionales, de cultura, relaciones interesantes, etc.) con suficiente persistencia (porque si ha caído en la mentira es por impaciencia) y seguridad (garantizando con pruebas evidentes las suposiciones).
     Jugar limpio, ser nosostros mismos, es el mejor camino para ser aceptados por los demás. Lo primero es que nos acepten aun siendo humildes y mediocres. Una vez conseguida esta aceptación básica entonces se pueden intentar el asalto al mérito, que ya no será un mérito agresivo (de esos que aunque la persona valga mucho nos da igual porque nos cae antipática) sino un afán de darnos más, de buscar una mayor cualidad, de jugar más fuerte, una activa entrega para participar, colaborar, sugerir y animar la vida familiar, los equipos de trabajo, los grupos de amigos o la excelencia profesional.
jcatalan@correo.cop.es

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