Con una pendiente de aproximadamente 20
grados ha intentado el gobierno remontar la cuesta. Pedalea y pedalea con la
misma intensidad con la que en su época de esplendor lo hacía exitosamente el
ciclista estadounidense Lance Armstrong. Pero nada, Maduro sigue detenido, por
más intensidad que imprime al pedaleo no se mueve del mismo lugar, luce
estático, inmóvil.
Tiempo atrás intentó modificar su
estancamiento tratando de emocionar y movilizar al país alrededor de las
sanciones impuestas por los Estados Unidos a una serie de venezolanos acusados
de violadores de los derechos humanos; algún techo logró avanzar, nada
importante, pero avanzó. Las firmas ficticias recogidas en respuestas al
imperio quedaron en el imaginario colectivo y, tras intensos pedaleos, regreso
al mismo lugar de partida.
Entre pedal
y pedal, primero Guyana apareció como antojo tempranero para luego, en
ausencia de entusiasmo por la zona en reclamación, resurgió un impulso xenófobo
contra los colombianos pero nada, todo
inmutable, los avances aspirados quedaron encerrados en una idea que,
por lo demás, nunca llegó a prender en los corazones de los
venezolanos.
La crisis del país es demasiado grande,
profundamente grave como para lograr cautivar la atención del venezolano en
asuntos cuya veracidad es demasiado endeble. Si el gobierno ha perdido legitimidad es porque ha echado por la borda la confianza
que por casi tres lustros brindaron importantes sectores de la sociedad
venezolana. En estos tiempos, transcurridos los primeros 15 años del siglo XXI, la credibilidad del gobierno y la de Maduro
es comparable a la leyenda del Silbón.
El gobierno nada tiene que anunciar. Cuando
ofrece la esperanza del socialismo como
vía para la reivindicación de los sectores más débiles de la sociedad
inmediatamente salta a la vista como, tras administrar una renta petrolera
extraordinaria, solo pudo sembrar pobreza y desesperanza: cuando anuncia
aumentar la producción quiebra las pocas empresas venezolanas con compras en el
exterior; cuando pretende poner orden la desbordada inseguridad que padecen los
venezolanos los policías tienen que quitarse los uniformes por temor a un hampa
mejor armada. Cualquier anuncio de Maduro es sinónimo de tragedia, de penuria y
de desazón.
El gobierno y su conductor siguen pedaleando sin cesar, sudorosos y casi deshidratados se percatan que lejos de subir la cuesta del 20% de aceptación poco a poco retroceden, no hay cadena que les garantice el impulso. No hay anuncio que estimule un avance aunque este sea leve. A casi dos meses de los comicios electorales los pronósticos son cada vez peores. Una irremediable derrota toca las puertas de Miraflores y los asientos de la Asamblea Nacional se prestan a recibir a una nueva mayoría.
Así ocurre cuando los gobiernos se
enceguecen, cuando suponen que el ejercicio del poder es mera coacción, cuando
se extravían del juego democrático que implica, entre otras cosas, considerar a
todos los que juegan pero sobre todo que dicho poder es temporal.
Leonardo
Morales P.
leonardomorale@gmail.com
@leomoralesP
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