La
injusticia se pronunció. Si amigo lector, tal como lo lee, la decisión de
condenar a Leopoldo López a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de cárcel
pasara a la historia como el primer acto judicial que ha criminalizado a la
palabra. En efecto, la sentencia a este joven dirigente del grupo político Voluntad Popular, no tan
solo es contraria al estado derecho, sino igualmente, con ayuda de expertos en
lingüística, se pretendió obtener evidencias que permitieran criminalizar sus
palabras y atribuirles responsabilidad e instigador de las manifestaciones del
año 2014, que provocaron la muerte de 43 personas.
A
partir de esta decisión, el discurso político opositor estará bajo sospecha y,
podrá achacársele, la responsabilidad de actos de violencia (provocados por el
oficialismo) que pudieran suscitarse en jornadas de masas que protesten medidas
gubernamentales.
Es
evidente, entonces, que la voluntad de
cambio es inexistente dentro del oficialismo. Sufren de una terquedad
discursiva que les impide ver la realidad de lo que esta sucediendo en el país.
A esta testarudez debemos agregar el hábito de aferrarse al poder y sus
beneficios. Circunstancia esta que es típica de regímenes autoritarios y
burocráticos. Los sondeos de opinión, por ejemplo, resaltan varias
circunstancias. El gobierno se encuentra ubicado en niveles bajos de aceptación
y, a pesar de esta realidad, no muestra una voluntad de cambio. Por el
contrario, cada día emite señales de querer jugar todas las cartas posibles con
la finalidad de mantenerse en el poder. La aberrante sentencia y condena a
Leopoldo López es una muestra que ejemplifica esta perversa voluntad.
Los
venezolanos se enfrentan a una crisis social y económica profunda. Por un lado,
la nomenklatura gobernante presenta síntomas irreversibles de agotamiento, por
el otro, la oposición muestra cada día señales de crecimiento. Esta doble
direccionalidad es significativa y anuncia, en lo inmediato, el surgimiento de
una nueva correlación de fuerzas políticas en el país.
Este
último tema es interesante. En ese sentido sería vital investigar las
características presentes en la conformación de esta nueva mayoría. ¿Se
encuentra ella, por ejemplo, en sintonía con las identidades partidistas
presentes en nuestra abigarrada oposición? O dicho en reversa ¿están estas
identidades partidistas a la altura de la insatisfacción presente en la
población? ¿Los actores que conforman la Mesa de la Unidad comparten el mismo
horizonte estratégico? Preguntas vitales. La práctica y el día a día darán
respuestas a estas interrogantes.
Es
importante tener presente la naturaleza del cambio que se avizora. Comprenderlo
y estar a la altura de sus demandas. El que requiere las actuales
circunstancias no es de carácter adaptativo. Los de esta naturaleza se llevan a
cabo para conservar lo existente. El país demanda, por el contrario,
transformaciones “disruptivas”. Cuidado,
no vayan a criminalizar estas palabras. Entiendo por disruptivo cambios que
modifiquen la estructura interna del sistema, su identidad y el sentido de su misión política. Los ciudadanos,
y aquí no debe caber ninguna duda, están
apostando por modificaciones de este calibre. Por esta razón se volcaran
masivamente a las urnas el 6 de Diciembre. Seria criminal no responder
programáticamente a estas expectativas.
Regresemos
a Leopoldo López. Es indudable que este líder es, hoy por hoy, el rostro más
visible de la oposición democrática. La torpeza gubernamental lo ha colocado en
una posición privilegiada. Su sacrificio conlleva un mensaje con una alta carga
emotiva: si podemos enfrentar las injusticias y, más temprano que tarde, la
alegría se posará de nuevo en los corazones de los venezolanos.
No
tengo duda, la política es así.
Nelson
Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
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