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martes, 4 de agosto de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, LA CONTROVERSIAL “HORA CERO”

Al Gobierno Nacional no le agradó que un dirigente empresarial, el de los licoreros formales del país, declarara que su sector estaba rodeado de problemas, y que corrían el riesgo de tener que asistir al funeral de un importante número de pequeños y medianos negocios si, adicionalmente, se paraban las industrias fabricantes de cerveza. Es decir, si por algún tiempo no determinado no corría por Venezuela la “savia del pueblo”, como la denominan los despachadores del citado producto.

Ese dirigente, simplemente, apeló al último recurso defensivo de sus representados: despertar la atención de los llamados a solucionar gran parte de sus problemas. Y precisó que si no había respuestas inmediatas, sencillamente, se enfrentaban a una situación de “hora cero”. Es decir, a eso mismo con lo que debe lidiar cualquier venezolano con una enfermedad terminal, cuando al acudir a un centro público de salud o a una clínica privada en procura de asistencia, se encuentra sin la respuesta debida; la opción de la salvación o de la sobrevivencia.

Ciertamente, a quienes hoy tienen a su cargo la responsabilidad del ejercicio gubernamental y se encuentran ante la multiplicidad de cuestionamientos a los que se enfrentan, por no poder ofrecerle respuestas satisfactorias a los millones de venezolanos que claman por atención y solución, no les deben agradar tales reclamos públicos. Tan poco les gusta que perfieren ignorarlos o silenciarlos.

Pero ¿no es acaso también una “hora cero” la que hoy esperan más de 100.000 trabajadores venezolanos que participaron por décadas en el ensamblaje automotriz, la producción de autopartes, el suministro de insumos para dicha industria y la comercialización de automóviles,  después que  se enteraron que Ford Motors pudiera declararse en quiebra?. ¿Y qué expresar si, además, también son informados que General Motors, Toyota, Mitsubishi, Crhysler tendrán que parar su producción por la carencia de materia prima, y por no saber cuándo podrán tenerla?.

Desde hace meses, por otra parte, los cañicultores, los productores de papa, de maíz, café, arroz, hortalizas y vegetales han declarado, declarado, declarado y declarado que están huérfanos de asistencia de parte de quienes tienen a su cargo la administración del monopolio de semillas, herbicidas, fungicidas, equipos de lucha contra la maleza, repuestos para sus maquinarias, entre otros. Y que eso, por supuesto, los está llevando a enfrentarse a un cuadro de dificultades que se proyectan poderosas  ante ellos y los propios consumidores. ¿Por qué decidieron acabar con Agro Isleña si no estaban en condiciones y en capacidad de reemplazarla por algo mejor?, es lo que se preguntan.

Esos productores, adicionalmente, tienen que abstenerse de hablar de precios, porque ahí la “hora cero” es asunto de mayor trascendencia. Depende de una Ley, de unos costos que vuelan a la velocidad del rayo, y del criterio de múltiples equipos de técnicos para quienes la renta o la ganancia, como suene mejor, jamás puede adecuarse a la consideración de términos que no se compadezcan con los alcances del “espíritu socialista y la soberanía alimentaria popular”.

En cuanto a los productores de carne de res, de pollo y huevos, de cerdo, sus “horas cero” están hermanadas por su dependencia del  oportuno suministro de alimentos balanceados para animales, también conceptualizados bajo el principio del monopolio del Estado.  Es decir, del denominado “nuevo” sistema de relación con los mercados internacionales; de los mismos donde, desde luego, se ventilan con angustia, detenimiento y preocupación todos y cada uno de los casos relacionados con el más complejo y crudo de los problemas.

Ese problema se trata de la deuda que compromete a las empresas privadas del país y que, después de someterse al serio cumplimiento de las obligaciones adquiridas para no fallarle a sus proveedores de siempre, hoy, sencillamente, no pueden resguardar su relación comercial. Su condición es la de morosas, aun habiendo cumplido con lo que establece  el vigente  control de cambio, debido a los argumentos -o excusas- a las que apelan las autoridades monetarias, porque, supuestamente, hay escasez de dólares.

Hoy nadie ajeno al Gobierno sabe en Venezuela qué sucederá finalmente con esa deuda, que Conindustria cuantifica en casi 10.000 millones de dólares. Pero lo cierto es que más allá de las fronteras, no son pocos los exportadores que recuerdan las experiencias vividas con los importadores venezolanos durante otros momentos de sometimiento a controles de cambio. Esas, estiman ellos, son razones más que suficientes para ser cautelosos, cuando se trata de retomar negociaciones con ese país del Sur, más allá de sus innegables potencialidades para convertirse en una nación próspera, con una economía de avanzada.

Esos exportadores se atreven a confiar en que no están ante una eventual “hora cero” en su relación con Venezuela, por el riesgo de un desconocimiento de esa deuda. No obstante, les mortifican otros detalles. Es el caso de la persistente aparición en medios especializados del mundo de Informes Técnicos basados en el precario estado de salud de la economía nacional. Y todo asociado con el hecho invariable de que el precio del único producto de exportación, el petróleo, no termina de ofrecer pruebas fehacientes sobre un posible crecimiento sostenible.

Por el contrario, cuando el caso es de que la producción pueda crecer y que dicho crecimiento pudiera traducirse alguna vez en posibles mejores ingresos, lo  que se  deja entrever es que la industria está afectada por una especie de asfixia mecánica. Todo porque  cada vez que los propios expertos en la materia alertan que aquellas empresas que hoy viven de la explotación de los esquistos, han logrado alcanzar niveles excepcionales de eficiencia productiva, entonces el asunto pasa a otro terreno: eso se ha traducido en una merma sensible en los costos de producción que hace poco equivalían a más de 70 dólares por barril.

Sí. En fin, definitivamente, tiene que ser así. A esos funcionarios, incluyendo a quienes tienen a su cargo la conducción de la industria petrolera, no les debe resultar agradable escuchar públicamente esa controversial expresión de la “hora cero”. Porque si de algo hay que ocuparse en esa área, es de entender que los países consumidores, poco a poco han ido aprendiendo a cómo surtirse de nuevas fuentes de energía, distintas a las que proveen los reservorios fósiles, y que los productores de crudo tienen que saber competir en ese nuevo ambiente productor tan díscolo.

¿Y las más grandes reservas petroleras del mundo?. ¿Por cuánto tiempo más se mantendrá la tesis de que bastan las sociedades con China, Rusia, Vietnam, etc para desarrollar nuevas fuentes de producción, cuando la tecnología no tiene en tales “hermanos” su origen, diversificación y opciones para trabajar en el tipo de petróleo nacional?.

Tales convicciones petróleo-ideológicas parecieran no ser las que necesita Venezuela. ¿Qué hacer con dichas reservas, entonces, cuando por insistirse en depender de tales fundamentos inspirados en delirios sobre supuestas transformaciones globales, hasta se ha sacrificado la oportunidad de convertir al país en un verdadero reservorio productivo de alimentos en Latinoamérica y para el mundo?.

Los productores venezolanos de alimentos en cualquiera de sus fases, por su parte, lo consideran inevitable, mientras la pasión sea predominantemente la importación, alrededor del culto a las “nuevas amistades comerciales”. ¿0 de los abundantes negocios y negociados que proliferan en torno a esa y demás actividades similares?.

Aunque, dicho sea de paso, el asunto no debería considerarse en razón de lo agradable o de lo desagradable, hasta concluir en circunstancias tan extremas como la que se convirtió en motivo para abrirle un juicio a un dirigente empresarial de entre los centenares de ellos que, voluntariamente y ad-honorem, hablan a diario a favor de sus gremios, afiliados y representados. Sino de prestarles atención, interpretar responsablemente el alcance de sus reclamos, y convertir su mensaje en aprendizaje, para no seguir incurriendo en errores.

Asimismo, para impedir que las empresas privadas cierren sus puertas, se produzcan pérdidas de empleos decentes, se someta a los consumidores a seguir entre colas, desabastecimiento, sombras y gritos de penurias, y que  la informalización productiva y comercial continúe en proceso de expansión.

Al día de hoy, no aparecen síntomas siquiera de que a corto plazo se pondrá sobre la mesa de las realidades la posibilidad de que el Gobierno Nacional, finalmente, con responsabilidad y gallardía, acepte que sus estrategias económicas han sido anuladas por la pobreza de los resultados obtenidos; tampoco que, en razón de dicha gigantesca verdad, estaría dispuesto a cambiar radicalismo ideológico por pragmatismo político.

Sin embargo, otras muchas “horas cero” gravitan sobre esa nada tranquilizadora circunstancia histórica. Y a los gobernantes, si quisieran, les corresponde convertirlas en oportunidad de reorientación estratégica, ante la valiosa importancia de no seguirse evaporando como opción político partidista; o, sencillamente, insistir en su sometimiento a la peor  manifestación de torpeza en el ejercicio del liderazgo gubernamental: lo que hoy se hace día a día.

Es por eso, por esta última razón por la que, difícilmente, será posible que en 125 días hasta el 6 de diciembre, la torpeza administrativa sea transformada en milagro electoral. Es otra “hora cero”, sin duda alguna. Sólo que en este caso, por tratarse de un evento electoral, ya exhibe anticipadamente un rostro de derrota merecida para los que insisten en vivir encadenados a sus errores. Es su derecho conquistado en buena lid.

Egildo Lujan Navas
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