Genera una gran curiosidad preguntarse cómo los cubanos
van a celebrar el sexagésimo segundo aniversario del asalto al Cuartel Moncada
sobre todo ahora, en una realidad que parece ir desplazándose de la tradicional
conflictividad esgrimida por el gobierno de la isla hacia una revisión de sus
relaciones, al punto de que la misma semana en la que se celebra el 26 de julio
y su significado en la caída de la dictadura de Fulgencio Batista Zaldívar, la
bandera cubana empezó a ondear en la que será la embajada de Cuba en Estados
Unidos.
Pareciera que las proclamas y discursos escandalosos van cediendo en pos de posturas mucho más moderadas que si bien no se excusan de la política impulsada desde La Habana con la llegada de la revolución, tienden a mirar en otra dirección donde el horizonte se colorea de inversiones y de iniciativas extranjeras.
Los cantos de Carlos Puebla y el tributo de Daniel Santos
a la Sierra Maestra no quedan ni de música de fondo en una nueva realidad que
transita hacia modelos como el de China o Vietnam en los que una economía libre
se fusiona con sistemas políticos de control donde sólo un partido político
puede participar y transmitir sus ideas a través de medios oficiales. Incluso
la libreta de racionamiento, ese mezquino instrumento de control instaurado en
1961, puede tender a desaparecer mientras el gobierno cubano llama a la
participación de los actores privados.
No será únicamente la tradicional clase política cubana la que tenga motivos para pensar, pues la disidencia tiene bastante para reflexionar. Es indudable que este paso que dan Estados Unidos y Cuba representa un gran avance. Sin embargo, pareciera que las violaciones a los derechos humanos quedan en el olvido y que los desmanes cometidos en el nombre de un proyecto político son cosa de la historia.
Frente a la nueva embajada en Washington seguramente se
concentrarán personas de diversas opiniones. Algunos celebrarán el empuje de
las relaciones, mientras otros protestarán enérgicamente. Fidel Castro, luego
de los sucesos del Cuartel Moncada indicó que la historia lo había absuelto,
pero sesenta y dos años después la realidad parece haberlo condenado al peor de
los ostracismos, el del señalamiento por su crueldad y engaño. El que su
hermano decidiera retomar las relaciones con Estados Unidos puede ser el mejor
ejemplo de la equivocación fidelista.
Luis D. Alvarez V
luis.daniel.alvarez.v@gmail.com
@luisdalvarezva
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