JOSÉ RAFAEL AVENDAÑO TIMAURY |
Alrededor del veinte de noviembre de 1948 el
diario El Gráfico, de orientación social cristiana, publico una caricatura
donde se observaba una mata de mango cargada con sus racimos buchones casi al
nivel del suelo. Pocos días después aconteció la caída del régimen democrático
y civilista de Rómulo Gallegos el 24 de noviembre. No se trataba de que el
caricaturista de marras poseyera dones extrasensoriales que le permitían
predecir el futuro. Consistía de una crisis con acento cuartelario, adobada con
sentimientos civiles minoritarios de orientación derechista y de algunos
liberales desplazados del poder que coincidían en confrontar a un régimen que
había ascendido al poder con una incuestionable mayoría que representaba a la
izquierda democrática de aquellos tiempos.
La
asonada golpista no se justificaba de ninguna manera, salvo por las apetencias
y ansias de poder de una casta milico-civil que deseaba asumir el mando
omnímodo del país. El régimen apenas tenía ocho meses de haberse instaurado, lo
presidía un insigne venezolano, no había corrupción administrativa porque se
había erradicado el peculado; ni crisis económica, social y política. Además se
estrenaba una magnífica Constitución Nacional producto de una Asamblea Nacional
Constituyente progresista y con acentos de modernidad desconocida para la
Venezuela de entonces, cuya letra se cumplía a cabalidad y sin interpretaciones
torticeras.
La
sedición triunfante gobernó durante casi diez años. En el ínterin se produjo el
único magnicidio consumado en la historia patria, un presidente marioneta-civil
en la Junta de Gobierno, sucedánea de la Junta Militar de Gobierno. Tambien se
produjo el primer fraude electoral moderno en elecciones populares con la
complacencia de un Consejo Electoral sumiso al régimen lo que permitió al
gobierno constituir un congreso espurio que se permitió promulgar una
constitución nacional incolora. De igual manera se produjo una represión
sangrienta contra los adversarios políticos del régimen y el exilio a
centenares de venezolanos.
El
gobierno lo presidio luego un milico que mandaba en nombre de las Fuerzas
Armadas, pero el ejecutivo nacional estaba en manos de civiles complacientes,
algunos de ellos con innegable competencia. Por ello se pudo contrastar
ejecutorias palpables en obras civiles ostentosas, además de la instauración
del robo y peculado como practica administrativa. Tambien la ciudadanía en
general no fue asolada por la inseguridad. La Seguridad Nacional, policía de
entonces, se encargó de reprimir eficientemente al hampa común, así como
también a la oposición política cuyo balance final, en el área represiva, dejo
un hándicap de civiles y militares asesinados y torturados en las calles y en
las ergástulas del régimen.
Paradójicamente la dictadura militar dejó fluir con liberalidad jurídica
a los tribunales y a los jueces -desde los parroquiales a los magistrados de la
Corte Suprema de Justicia- ya que ostentaban una respetable formación
académica. Jamás el gobierno necesito de interpretaciones “meta-jurídicas” para
agredir a los opositores, ni para aparentar principios de legitimidad y
legalidad. A escasos días de que se produjera la caída tumultuosa, el avispado
ministro del interior de entonces, aconsejó al presidente dictador de que no
era necesario efectuar elecciones presidenciales –de acuerdo a la constitución,
deberían celebrarse cada cinco años- y el 15 de diciembre de 1957, mediante
plebiscito, avalado por el consejo electoral de la época, dictaminó con cinismo
increíble que la inmensa mayoría de los venezolanos deseaban la continuación del
oprobioso régimen, exhortando al país a prepararse para las celebraciones
navideñas de rigor. Diez y siete días después, el 1° de enero de 1958, aviones
militares insurrectos bombardearon y ametrallaron el Palacio de Miraflores y la
SN, sede de la policía política.
Así
ha sido nuestra historia republicana. Aleccionadora siempre, independientemente
de los aspectos puntuales de época y ocasión. A los encumbrados en el poder se
les obnubila el juicio y se permiten las más inimaginables argucias, disquisiciones
y argumentaciones falaces creyendo erróneamente que el pueblo en general puede
ser engañado y manipulado a perpetuidad.
“El
cielo encapotado anuncia tempestad” al igual que a mediados del siglo XIX,
ocasionalmente en el siglo XX y por primera vez en el siglo XXI. Los oligarcas de siempre suelen disfrazarse y
camuflar como el camaleón. La mayoría de las veces el falso ropaje que ostentan
se desliza y puede vislumbrarse una desnudez bochornosa. En la hora del juicio
final, en la tierra o en el infierno, la historia se encarga de pasar la
factura correspondiente con fecha cierta e inmodificable para el pago de la
deuda. Inexorablemente se cumple aquello de que “con buenas intenciones está
pavimentado el camino al infierno”.
En
beneficio de los crédulos me he abstenido de hacer las consideraciones de rigor
referentes al venidero proceso electoral parlamentario hasta nueva ocasión.
Todo indica que la composición del nuevo CNE será tres a dos a favor del
gobierno otorgada como una concesión graciosa para apuntalar el diálogo en
ciernes. Las Salas Constitucional, Electoral y Penal del TSJ se mantendrán
incólumes. Seguiremos, por supuesto, protegidos como hasta ahora de los
diversos desmanes por la FGR, CGR y DP.
José
Rafael Avendaño Timaury
cheye@cantv.net
@CheyeJR
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