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jueves, 20 de noviembre de 2014

ENRIQUE MELÉNDEZ, DIALÉCTICA DE LAS COLAS

ENRIQUE MELÉNDEZ
         ¿La cola incita a la compra? El otro día una señora, que pasaba por la cola que se forma todos los días en un Micro de la cadena de Mercal, que tiene el gobierno en La Candelaria (Caracas), encuentra allí una amiga, y le pregunta:
         -¿Esta cola es para comprar qué?
         -Yo no sé. Pero lo que estén vendiendo, lo compro.
         Si hoy están vendiendo aceite de maíz, se compra aceite de maíz; si es harina de maíz, se compra harina de maíz. En ese sentido, se ha configurado la figura del profesional de la cola. El tipo que se cala varias horas frente a un supermercado; va a su casa con cuatro paquetes de harina de maíz; regresa, saca otros cuatro paquetes, y así sucesivamente, y paquetes que, luego, en su puesto de buhonero, los pondrá al triple, y que es el que considera el economista Francisco Faraco, que se siente feliz con la escasez, porque le saca partida; de modo que, si bien las colas para unos son un tormento; para otros constituyen una bendición de Dios.
         Porque, si usted que busca pañales, que están en el rango de los treinta productos, que están desaparecidos del mercado, consigue un paquete a 200 bolos; enseguida los paga; aunque se tenga que sacrificar la compra de otra cosa, que también hace falta en casa, o la salida de la pareja un viernes en la noche; que es por donde comienza a “enmierdársele”, perdón por el galicismo, la vida a uno: limitaciones tras limitaciones, que te van condenando a vivir encerrado, sin diversiones algunas; porque, por lo demás, no es sólo con respecto a los pañales que usted está dispuesto a pagar ocho veces el precio, que marca lo estipulado en forma oficial; sino también por la harina de maíz y por el aceite de maíz y por el champú: más de treinta productos están desaparecidos del mercado, y la gente paga oro por ellos.
         Es decir, el mercado negro se forma, porque hay la necesidad, y como reza el lugar común, la necesidad tiene cara de hambre. He allí lo que los economistas conocen como una distorsión, y que no fecunda en aquellos países, donde la racionalidad política está por encima de las ambiciones personalistas, como en nuestro caso; brillando por su ausencia eso que se conoce como la responsabilidad política, cuando se tiene mando; de modo que se mantiene el equilibrio de las variables macroeconómicas; algo que se vivió en los ya lejanos años de antes de la llegada de los bárbaros al poder; los famosos “ángeles de la rebelión”, como se les conoció, cuando aún no habían mostrado sus látigos, como diría Enrique Heine, a propósito de una premonición muy preclara de lo que iba a ser el comunismo, ante este pobre y desventurado país.
         No razón dice el dicho que el que mucho abarca, poco aprieta. Esto lo digo por la política económica de este gobierno basada en los controles, y, en ese sentido se genera una dialéctica entre el control y el descontrol, es decir, todo control tiene un límite, más allá del cual comienza la opacidad, donde, como diría el Libertador, no prospera sino el vicio y las malas costumbres (no olvidemos a Giordani chillando porque una mafia cambiaria se había birlado 25 mil millones de dólares a través de empresas de maletín), y el problema aquí es que quien se aprovecha de esta zona que queda sin control no hace sino medrar; esto es, vivir a expensas de algo que es, completamente, improductivo.
         Medra el representante de una de esas empresas de maletín, que dice Giordani, con las divisas, que le salen por el Cencoex, antiguo Cadivi, y del que medra también un cierto entorno, que le diligencia las asignaciones, correspondientes a las mismas; como medra el tipejo que hace la cola frente a un supermercado por el ama de casa, que está ocupada, y que no tiene tiempo para estar allí; incluso, esto va más allá en el género de nuestra picaresca: hay el sujeto que se compone con el personal de determinado supermercado que le hace la segunda, en el sentido de que le avisa cuando un camión llegó cargado de harina de maíz, para que se venga, y por esa segunda le da una recompensa de unos quinientos bolos, que se los reparte con la cajera; pues en componenda, además, con ella le han permitido sacar algunos paquetes demás, y hablo, en especial, de la harina de maíz; porque también por aquí hay toda una cadena de microempresas, a nivel de todo el país, que vive del producto que le saca a la misma: arepas, empanadas; lo que Chávez llamó alguna vez, entre sus planes demagógicos, “La Ruta de la Empanada”; es decir, la industria de la harina de maíz, y microempresas que tienen que estar muy pendiente de la circulación y distribución de lo que para ellos sería su insumo, y así con la necesidad de esta gente dicho personal aprovecha para complementar la miseria de sueldo, que le pagan en el supermercado, en unas condiciones de altísimo costo de la vida, y de modo que este se ha convertido en un sistema de subsistencia, que se ha enquistado en la microeconomía, y que es muy difícil de extirpar, y lo cual es algo que ahora, desafortunadamente, pretende el gobierno.
         Pues todo este parasitismo se ha enquistado como un cáncer que corroe a nuestra sociedad, y que resulta muy difícil de extirpar, porque no hay voluntad. El gobierno se ha venido a dar cuenta de esta situación, pero ya es demasiado tarde; esa forma de subsistencia, como hacía ver va a ser muy difícil de desmantelar. ¿Por qué Maduro no se atrevió a adoptar el famoso plan de ajuste económico que anunció, y para lo cual incluso condicionó a la opinión: macrodevaluación, aumento de la gasolina? Porque lo primero que tendría que hacer sería deslastrarse de los cubanos; que son los primeros medradores de este país, y la causa de su falta de autoridad moral para encarar el resto de distorsiones de este tipo, como los que estamos viendo, repito, a nivel de nuestra microeconomía.
Enrique Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo

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