A lo largo de nuestras vidas nos encontramos en la
posición de resolver situaciones, de elegir el camino más conveniente en algo
específico, de discernir entre lo correcto y lo equivocado, y aun más difícil,
entre lo correcto y lo excelente. Constantemente se nos presentan encrucijadas,
nos vislumbran caminos maquillados que ejercen sobre nosotros una gran
atracción, pero que no siempre nos conducen al lugar y la posición que bendice
nuestra existencia.
Enfrentamos situaciones que demandan de nosotros firmeza de
carácter y fuerza moral para no dejarnos abatir. Somos sometidos a toda clase
de pruebas que revelan, hasta para nuestro propio asombro, lo que realmente
yace en nuestros corazones. Y ante todo esto no podemos quedarnos de brazos
cruzados, y si así lo hiciéramos, esa sería una decisión.
Cada día y casi a cada instante nos encontramos
tomando decisiones. Son las decisiones que tomamos las que van moldeando
nuestro carácter y allanando nuestro
camino. Y aunque a veces vivamos circunstancias o situaciones que nosotros no
hayamos decidido, aun en esos casos, las decisiones asumidas ante esas
circunstancias determinarán consecuencias a las que tendremos que hacer frente.
Sí, porque eso es precisamente lo que hacen las decisiones, determinan
consecuencias. Las decisiones son semillas que siembras y luego en su tiempo
disfrutas del fruto; cada decisión se manifiesta más tarde de una forma
diferente. Y todas estas manifestaciones o consecuencias van produciendo un
entramado de conocimientos, de sentimientos, de virtudes y desaciertos que se
convierten en el escenario en el cual nos desempeñamos día a día.
Si decidimos escuchar probablemente se nos revele un
corazón, o podamos recibir un consejo oportuno; si decidimos perdonar nos
libraremos de la amargura; si decidimos guardar nuestro dolor probablemente
ocupe tanto lugar en nuestro corazón que nos deje sin capacidad para volver a
atesorar el amor; si decidimos ser amables siempre conquistaremos un alma
agradecida que nos regalará una sonrisa; si decidimos gritar despertaremos al
ogro que duerme en el otro; si decidimos amar al dinero nos convertiremos en
sus esclavos; si decidimos disfrutarlo con inteligencia probablemente seamos
gente muy próspera; si decidimos aprender encontraremos a cada paso al
conocimiento y la vida será una lección permanente; si decidimos quejarnos
probablemente nos convirtamos en las personas más tristes; si decidimos ser
agradecidos encontraremos cada día múltiples razones para sentirnos felices.
Cada decisión depende del valor que le asignamos a las cosas en la
vida. Depende de nuestras prioridades, de la manera como anticipamos lo más
valioso e importante a lo menos trascendente. No se trata de una jerarquía
inflexible en la cual una cosa o persona sea más importante permanentemente que
otra, se trata de discernir el tiempo y la individualidad de cada momento, de
la voz callada de la inspiración que nos ilumina y nos conduce a darle
prioridad a algo o alguien. Se trata en definitiva de la apreciación del
significado y trascendencia de cada cosa y cada persona en lo que somos y
queremos ser.
Sobre esta apreciación me encanta pensar en lo que
mi esposo le ha dicho siempre a nuestros hijos: Quizá puedan equivocarse en el
color adecuado para combinar la ropa que llevan, o en la vía que tomen para
llegar a algún lugar, o en la película que escojan en el cine. Pero hay tres
cosas en las que su decisión determinará sus vidas: la escogencia de la
compañera del camino, de la que será la madre de sus hijos; la profesión, el
trabajo con el que se ganen el pan de cada día y, sobre todo, en tener a Dios
como el guía de sus vidas.
Tres decisiones fundamentales, pero sin lugar a
dudas, que la última es la primera, la más importante y a veces la más
pospuesta de todas las decisiones. Todos los seres humanos tenemos un llamado
de parte de Dios. En el evangelio de Juan en el capítulo 1 en el verso 12 se
nos dice que todos aquellos que deciden recibir y aceptar a Dios en sus vidas,
El les da el derecho de ser sus hijos. ¡Y sabemos los privilegios de ser hijos!
Esta es la decisión más trascendente e importante de nuestra existencia. Sobre
ella todas las demás decisiones estarán inspiradas en la luz y el amor de Dios.
¡No la pospongas! ¡Este es el tiempo!
Rosalía Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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