El pasado martes, en
mi programa de radio, estuvo como invitada la doctora Isabel Pereira. Hablamos
de las comunas. Para ella, el Estado comunal es el fin del Estado democrático
plural.
Alertó sobre las
consecuencias de su aplicación y cómo podría representar el fin de la familia y
del individuo, para sustituirlos por un colectivo represivo y sin rostro.
Casi finalizando la entrevista, un oyente, desde Antímano, llamó al estudio. Sin identificarse, le dijo al productor que en la populosa parroquia estaban contentos con las comunas porque ahora tienen “caña, parrilla y anarquía” y, sin esperar respuesta, trancó el teléfono.
El comentario me
pareció tan infeliz. Reflejo de la realidad que viven estas comunidades -que
están a merced de delincuentes y colectivos empoderados por el régimen-
que andan armados y a sus anchas, amedrentando a la gente decente y
trabajadora, para que no se atrevan a contravenir sus mandatos, o subvertir
este nuevo “¿orden?” repleto de antivalores. ¿Qué es lo que ha logrado este
régimen con el venezolano? Porque la expresión “caña, parrilla y anarquía”,
para mí, no es más que la caricatura de una sociedad –o de un grupito que a
punta de violencia, pistolas, balas y muerte logra imponerse y someter a
haraganes de oficio- despreocupada por
su porvenir, sumida en la vagancia y en el ocio absoluto, sin aspiraciones de
alcanzar un nivel distinto y mejor.
Pero, qué se puede
esperar de un régimen mediocre, cuyos líderes han pregonado que para subsistir
“necesitan que los pobres sigan siendo pobres” o “que no los sacarán de la
pobreza porque no quieren que se vuelvan escuálidos”. Quizá eso explique el por qué de la “caña, la parrilla y la
anarquía” que según este oyente del programa se promueve en su comuna. Me
pregunto si Nicolás, cuando anunció el nuevo sistema presidencial de gobierno
con el que pretende hacer avanzar el Estado comunal e instaló el Consejo Presidencial
de las Comunas, fue eso lo que ofreció: cervecitas, ron, carne y anarquía
pa'tirar p'al techo.
Hace poco se publicó
la noticia. Según, con el nuevo sistema presidencial de gobierno, al que Maduro
quiere llamar “el sacudón”, la intención es “gobernar con el pueblo, desde los
diversos sectores sociales; que el pueblo sea presidente”. Y transcribo las
palabras de Nicolás: “Esa es la consigna: el pueblo al poder, a ejercerlo. Ya
basta que la burguesía ponga un pelucón en el poder, a un títere de los
intereses económicos. Vamos a ir perfeccionando (el sistema). Usted tiene que
ser presidente. Plantéese frente al espejo: ¿por qué no puedo ser presidente?”.
Y la respuesta es muy simple Nicolás, porque tú eres el mejor ejemplo de cómo
una persona con muy escasa preparación, lleva a un país a la quiebra. Con
fantasías y cuentos de hadas no se construye una nación. Mucho menos
inoculándole al pueblo “pajaritos preñados”. Tener aspiraciones es válido;
pero, para ello, también hace falta estudiar, prepararse, nutrirse y adquirir
conocimientos, habilidades y herramientas. Aquí, en Venezuela, sobran ejemplos
de personas muy valiosas, trabajadoras como nadie, venidas de abajo, pero que
lograron lo que tú, y la pandillita que te acompaña no han conseguido: sacarse
el rancho de la cabeza. ¡Esos venezolanos humildes; pero trabajadores, lo
lograron! Hoy son prósperos y, en algún momento, cuando en nuestro país había
democracia, se respetaban las garantías y la propiedad privada, todo lo
apostaron y construyeron en nuestro país.
Resulta de todo esto
-y es evidente que la revolución no puede esconder más- es que su pretensión
radica en ensalzar lo chabacano, lo mediocre, lo vulgar, lo orillero. Incluso,
la propaganda del régimen se ha encargado de hacer ver que eso es lo popular. Y
con el cuento del drama de la pobreza, ha habido una campaña sistemática para
atacar a la democracia venezolana. Una cosa es la justicia social y otra cosa
es lograr la depauperación de toda la gente que conforma la sociedad. Este
desgobierno, a través de su maléfica propaganda, inyecta mensajes para
enaltecer la pobreza. Esta revolución mercadea que la pobreza es chévere. Y nos
la impone: es evidente que cada día todos somos más pobres.
Lo lamentable es que
en la Venezuela de hoy se necesita trascender esos planos de pobreza. Ya
sabemos que hay núcleos de personas inteligentes y de buena voluntad; pero, no
consiguen los cauces para incorporar al ser. Tiene que existir un grupo que,
con criterio, exponga los escollos que hicieron que el comunismo haya fracasado
en todas las naciones donde intentaron imponerlo. Y siempre llego a la
conclusión de que ese grupo existe; pero, tiene miedo porque al promover sus
ideas, cree que podría ir en contra de los pobres y perder sintonía con esa
gente que es la que, al final de cuenta, la que más les importa. Existe una
masa de dolor y de necesidades que esta revolución la hace cada vez más grande.
Lo trágico es que no vemos, por ahora, una alternativa a este desgobierno con
respecto al tema de la pobreza, porque evidentemente no se puede regresar a lo
que había antes de Chávez, que hizo implosión. Soy un convencido de que el
espíritu de insurgencia debe estar basado y apalancado en un criterio válido
que saque a la gente de la indigencia. Ese drama de los desposeídos, que se
resume en la frase “caña, parrilla y anarquía,” después de ya casi medio siglo
de democracia, pareciera que es poco lo que la sociedad civil venezolana ha
aprendido en términos de valoración de la misma pobreza y de las más genuina
generación de un sentido de contribución y compasivo frente a ella. Antes de
Chávez había pobres y olvidados.
Hoy, con Maduro, hay más pobres; pero,
reconocidos. ¡Qué daño nos ha hecho el caudillaje que a todas luces colma la
escena de las expectativas colectivas! Porque en esta revolución se confunden
la inclusión y el desprecio, gracias a los lineamientos que impone la
maquinaria comunista.
José Domingo Blanco (Mingo),
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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