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miércoles, 17 de septiembre de 2014

ISAAC VILLAMIZAR, VIVE Y MUERE FELIZ

Es uno de los fenómenos que más inquietan al individuo. Causa una serie casi infinita de preguntas y a la vez muy poco en realidad se sabe de ella. Me refiero a la muerte. En la sociedad se estudia como fin y como tránsito. Produce, en consecuencia, una serie de condicionantes que determinan creencias y actitudes frente a ella. Posee diversas dimensiones, entre las que destacan la religiosa, la médica, la jurídica y la filosófica.

¿Qué ocurre a los seres humanos tras la muerte? ¿Por qué se le teme tanto por muchos? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Es un tránsito hacia una dimensión llena de plenitud?  En todo caso, la experiencia enseña que estar consciente de la muerte nos hace madurar personalmente. La certidumbre de que algún día ella nos llegará, nos humaniza, como dice Savater, nos convierte realmente en mortales. Es decir, no es mortal quien muere, sino quien está seguro que va a morir y no le teme a ello. Porque sabemos que dejaremos de vivir, en el mundo físico, y que en eso consiste la vida, es lo que la hace única e irrepetible.
En el aprendizaje filosófico y del razonamiento lógico, uno de los silogismos elementales se refiere a la muerte. “Todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal”.  De tal manera que la muerte no sólo es necesaria, sino que resulta el prototipo mismo de lo necesario en nuestra vida. La muerte suele producir dolor cuando se trata de la ajena, pero cuando nos toca pensar en la propia causa un gran miedo. ¿Por qué causa ese temor? Algunos temen que después de la muerte haya algo terrible, castigos, amenazas desconocidas. Otros piensan que no haya nada y eso es precisamente lo más inquietante.  Y ese inmenso temor que tiene el yo de morir, que surge del miedo a lo desconocido, nos impide vivir a plenitud. Porque si deseas vivir has de estar dispuesto a morir.
En el cristianismo esa necesidad imperiosa que tenemos de asumir la inevitable muerte de nuestro ego, es una enseñanza de Jesús, si se sabe entender el significado de acarrear con la propia cruz. Por ello, Jesús le decía a sus discípulos: “Tendréis que llevar vuestra propia cruz”. Otros místicos así también lo reconocen. Osho, por ejemplo, señala que Jesús en este pasaje no ha sido plenamente comprendido, pero que su significado es muy simple. Osho explica que todo el mundo ha de acarrear continuamente con su muerte, todo el mundo ha de morir a cada momento, todo el mundo ha de estar en la cruz, porque este es el único modo de vivir plenamente, totalmente. Y esta carga, agregamos, es absolutamente personal e intransferible, porque nadie puede morir por otro. La deuda que todos tenemos con la muerte, desde que nacimos, la debe pagar cada cual con su propia vida, no con otra. Entonces, no hay nada que temer, porque nunca coexistimos con la muerte; mientras estamos nosotros, mientras estamos con vida, no está la muerte; pero cuando llega la muerte, dejamos de estar nosotros, por lo menos en este mundo físico.
La muerte debe servirnos para pensar en la vida, para intentar comprenderle. En vez de cerrar los ojos para no verla o dejarnos estremecer por ella, la muerte nos debe dejar la reflexión de que la vida es un baile, una canción, un poema, unos ojos, una comida, un abrazo, un mar, un aroma, una batalla, una guerra, una esperanza, un fuego, un beso, un  libro, un árbol, un helado, un peluche, un recuerdo, una voz. Y aunque no siempre podemos escoger todo lo que la vida nos trae, sí podemos decidir nuestras actitudes ante ellos. Ya lo afirmó la escritora francesa Maguy Lebrun: 
“Cuando llegue la hora del gran viaje, tarde o temprano, no tengáis miedo, no estéis tristes, pues dulce es la muerte, dulce es la vida, y dulce es la mano de Dios”.
Isaac Villamizar
isaacvil@yahoo.com
@isaacabogado

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