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domingo, 21 de septiembre de 2014

ALBERTO JIMÉNEZ URE, LO QUE DEL «DRAE» NO ACATAMOS, RIGUROSAMENTE, LOS ESCRITORES

«[…] En teoría, cada letra debería corresponderse con un solo sonido. Pero los cambios experimentados por las lenguas a través del tiempo son causa de que la escritura alfabética ofrezca inadecuaciones, de manera que una misma letra pueda referirse a más de un sonido, o, a la inversa […]» (Emilio LLORACH ALARCOS)

Hace décadas, más por desafío que a causa de haber experimentado desasosiego por hirientes comentarios de una sabihonda tutora de tesis académicas, me impuse la tarea de redactar una novela en la cual prescindiese del pronombre-conjunción-preposición «que» (del Lat. «quid») y que titulé Facia (1). Lo hice porque mi ya escindida  e italiana esposa, cuando ella estudiaba Letras en la Universidad de Los Andes (Mención «Lenguas Clásicas», apodadas «Muertas»), me confidenció que una de sus profesoras le expresó deplorar mi estilo escritural expuesto en Facia: al cual calificó «tarzánico» (2). Trama y lenguaje experimental que fascinaría a María del Amparo PASTOR y COS (española, adscrita a nuestra institución académica, ya en situación de retiro estatutario), colega de mi detractora. Facia le impactaría tanto como Aberraciones (3) y, por ello, la añadió a las demás lecturas para análisis que sucesivamente sugirió a sus alumnos en el curso de su intachable carrera en la Facultad de Humanidades y Educación.
Desde mi iniciación literaria, he publicado obras en las cuales son profusos los «neologismos» y «desacatos» en materia de Semántica («Fonología», «Morfología» y «Sintaxis»). Cito un ejemplo: a los ascensores defino «claustromóviles» (porque mi vocablo me parece más lógico: un ámbito, minúsculo o no, que «asciende» o «desciende» y puede  «moverse»). Cuando quise ilustrar la consumación del coito en tramas novelescas o de cuentos, prodigué que un individuo «falotraba» (del verbo falotrar, inexistente en la DRAE: empero, de más compacta significación que «penetrar» y que anhelo sea admitido por la venerable Academia. En cities, un morfo-fonólogo extranjero con apellidos LAGOS NILSSON lo ha registrado). ¿Por que? -Ya todos, en la plática diaria, dicen: que «penetran» en los túneles, edificaciones, corredores, bosques, paredes, alcobas, aguas, recintos religiosos […] torciendo al significante y su causalidad. En ocasiones, he fusionado vocablos: como «uno» y «otro», convirtiéndolo en «unotro-unotra». He llamado «Laruedan» a la autopista, «procerimpreso», al billete, «ruedanbebés» a los cochecitos, «falaciego» a quien actúa con negligencia o «mujellera» a una dama de malas costumbres.
Una muy querida, admirada y destacada profesora me advirtió que omití acentos en un texto que recién escribí a una de mis Divas en Postales (que aparecen en un libro que progresiva y parcialmente publico en mis cuentas de Facebook y Sónico).  Aun cuando no profirió un infundio, luego de mostrar al lector uno de los párrafos de mi prosa poética, «en descargo de mis culpas», revelaré las motivaciones que adhiero. He aquí unas líneas: […] «Como tu, hoy sólo un (quizá, presumo) inexistente sendero que eufórico recorrí enclavado entre cuatro elevadísimas montañas de la Cordillera Andina: como tu, el granizo plagado de lux que caía en mis manos una noche de clima templado en otro país del Norte del Mundo […]».
En ambos casos, rehusé acentuar el pronombre tú (del Lat. tu, que no tuvo el oblicuo apéndice o rayita) por cuanto no tiene relevancia y -desde hace mucho tiempo- los miembros de la Real Academia Española de la Lengua han admitido la moción de extinguir el acento en variedad de sílabas o sonidos que dan cuerpo a la Fonética de nuestro idioma. Un notabilísimo «Individuo de Número Correspondiente de la Academia en España», Emilio ALARCOS LLORACH, lo inferiría en una formidable tesis gramatical (4) Entre múltiples e importantes asuntos, aduce: «[…] Ha habido, y aún hay, vacilaciones en el puesto del acento en palabras de origen culto. Hoy se vacila, por ejemplo, entre período y periodo, atmósfera y atmosfera […]»
He experimentado divertidas anécdotas relacionadas con mi discurso y redacción, con las formas del habla, la mía y de los demás, y nuestras pretensiones o preferencias individuales: la «cotidiana», «académica», «científica», «defensiva», «forajida», «lunfarda»  y más. Recuerdo a mi gran y apreciado hermano, el infortunadamente fallecido poeta Jesús SERRA, cuando un día le envié una misiva desde la Oficina Prensa del Rectorado de la Universidad de Los Andes. Le sugería que, por su mayor accesibilidad, realizásemos en el Paraninfo determinada ofrenda a un académico y hacedor extranjero. Inicié mi carta así: (previa fecha) «[…] Jesús SERRA/Director del Instituto de Investigaciones Literarias/Su Despacho.- Querido y respetado amigo: me satisfaría, infinitamente, que programemos el acto pautado en […]». Al recibir y leer mi correspondencia institucional, el poeta me telefoneó de inmediato para decirme: Alberto, ¿qué vaina es esa que has escrito según la cual te «satisfaría»? ¡Esa palabrita está mal escrita! Me precipitó una carcajada y le propuse una apuesta: quien tuviese la razón sería invitado a comer y libar en una tasca que frecuentábamos.
En el primer párrafo de mi novela Aberraciones, aparece el vocablo «extático». Un mal famado escritor y ex amigo, cuyo nombre omitiré, me lo reprochó: ¡Empiezas con un error ortográfico, JIMÉNEZ URE! Cualquier otro lector, no maledicente como lo fue y todavía es hacia mí el innombrable, entendería que mi personaje Federico FLAVIOS sólo quedó pleno de «éxtasis» y no «estático». Se extasió a causa de la felación: no inmovilizó su Ser Físico.
Hace años, le obsequié un ejemplar de Las fantasmagorías (de PLATA RAMÍREZ) al noble amigo Julio CARRILLO en el Centro Cultural «Tulio Febres Cordero». Lo tomó entre sus manos y leyó el texto de la contraportada. Discernió que tenía un error ortográfico lamentable: A su juicio,  el término «avocamientos» (que aparece ahí) debió escribirse con labial: es decir, «abocamientos». Esta vez no le formulé ninguna apuesta, porque el DRAE lo registra de ambas formas. Como «mezclar» y «mesclar» (con «s» o «z»). Pero, si lo invité a indagar. Me prometió hacerlo, sonreído. En una revista de la Website, me publicaron un enunciado poético donde me cambiaron el término «irgo» por «yergo», para sospechosamente corregirme (el director del sitio internetiano creyó que me había equivocado). Irgue ni siquiera es uno de mis neologismos, sino presente indicativo del verbo erguir en primera persona. En una de las sesiones que tuve con estudiantes en el curso de un Taller de Cuento y Periodismo de Opinión que dictaba para el Vicerrectorado Académico de la ULA, yo solía pedirle a los participantes que conjugasen ciertos defectivos: como «abolir». Alguien se atrevió hacerlo: «Yo abuelo», dijo, y sus compañeros se mofaron. Yo les preguntaba: ¿Ustedes «forzan o «fuerzan? ¿«Tuercen» o «torcen»? ¿Cuántas personas «habemos» o cuántas «somos»? ¿«Van a regresar mañana» o «regresarán mañana»? Los han llamado sus padres: ¿«van a ir a verlos» o «irán a verlos»? Me incomoda tener que escribir «haz tu comentario aquí» (prefiero el presente imperativo de ese verbo con «s»).  De coloquialismos e infracciones ninguna persona está salva. Pero, se puede ser una especie de RODIN transmutado al quehacer literario (escultor parisino, 1840-1917, quien, pese a su dominio de la Anatomía, fue a prisión por haber transformado monstruosamente la figura de BALZAC en una estatua que le solicitó y pagó por su hechura el gobierno)
En textos de novísimos (de breve tránsito) en el campus de la Literatura Iberoamericana, los lectores podrán captar distintas improntas (ajenas o de plagio) que giran centrífugamente en redor del «coloquialismo» o «habla vulgar»: y que, sin dudas, tanto gusta a los editores de best sellers. Y a dispersos críticos de literatura que repiten: «Este narrador escribe sin rebuscamientos». Si lo importante es redactar con ininterrumpida diarreica, vender masivamente ejemplares y no la hipotaxis en materia de escritura, grabemos a un malhechor y vagabundo: transcribamos sus impertinencias, improperios, confesos delitos, etc., y, luego, convirtámoslo en un maravilloso novelista. En bestseller, suelo hallar párrafos análogos al siguiente: «X dijo que iba a ir a la fiesta donde había que estar porque habían muchas amigas que fornicaban y bebían con él» […] Entre ese texto y el siguiente, elija: «X irá a la fiesta porque allá estarán amigas que suelen fornicar y beber con él» […].
Las «tildes» en los vocablos vio, dio, se, cárceles y rio (excepto que sea de un afluente, de un río) no necesitan del  «calco» y la Real Academia Española ya lo admite. Tampoco es imperioso decir «pienso de que» y tantas-tontas formas de escritura. No digamos: «Voy a ir a verte a tu casa esta noche». Sólo tenemos que proferir: «Te veré en tu residencia al anochecer» (¿No les parece mejor el segundo estilo? Es, acaso, una forma escritural tarzánica?) Para vejar al vulgo, el Funcionariado Mayor de Comandancia ha ideado un slogan que dicta «vivir viviendo». Entre todos los estilos escriturales, el «jurídico» destaca por su premeditada truculencia destinada a dictar absurdas sentencias o imponer edictos.
«Vio», «ti», «dio», «se» y «tu» son unívocos (del Lat. «univocus», de idéntica valoración o naturaleza) con o sin la varilla en declive. El signo sobrepuesto en una específica letra sólo sirve para, visualmente, denotar una vehemencia que ya está explícita en la psiquis del lector-emisor y también en el receptor. Cuando nos inquieren si vimos algo, respondemos positiva o negativamente: sin que el acento se refleje en nuestro hipotálamo. Temprano, la Lengua Española irá deslastrándose de léxicos y la obcecada sintaxis. En el discurso, la preeminencia de la Fonética determinará su belleza y compactación que no empantanamiento. Desde hace rato, los anglosajones han despojado y exorcizado el Inglés.
Los escritores propendemos, infinitas veces y desde inmemorables épocas, a ser prejuzgados como criaturas hostiles hacia la Real Academia Española de la Lengua y su DRAE: la cual, sistemáticamente, ha claudicado ante nuestros aspavientos al extremo de mostrar su explícita comunión con quienes fuimos o somos infractores. Tenemos jurisprudencia en el oficio de escribir atrocidades o purificaciones, con la majestad que nos concede la Edad Intelectual Provecta.
NOTAS.-
(1) «Damocles Editores», Mérida, Venezuela, 1984.
(2) En mis días de infante, disfruté infinitamente con las historietas de Tarzán («El hombre de la Selva») y otras, menos difundidas, las de un personaje similar pero advenedizo y más culto llamado Tawa.
(3) Con dos ediciones, la segunda con el sello la ULA (1987-1993, respectivamente)
(4) P. 48 de LLORACH ALARCOS, Emilio: Gramática de la Lengua Española. «Espasa Calpe», Madrid-España, 1994.

Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor

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