Plinio Apuleyo Mendoza publicó el sábado en
El Tiempo una crónica impactante llamada “Viaje a las entrañas del Catatumbo”
que, si pasó más o menos desapercibida, fue porque este veterano periodista
sufre del síndrome del pastorcito mentiroso.
Como más de una vez ha disfrazado de lobo
feroz a lo que no era más que un poodle belicoso, pocos le creen. Esta vez, sin
embargo, no se trata de la versión maquillada que Plinio da, digamos, de la
vida y milagros del condenado general (r) Rito Alejo del Río, sino que dejó
hablar de largo a un funcionario innominado que fue testigo de la manera
obsecuente en que funcionarios del Estado entregaban dinero del erario sin
preocuparse por que probablemente fuera a parar a manos de la guerrilla.
De la preponderancia de las Farc en esta zona
se sabe hace mucho. Álvaro Sierra, un cronista al que nadie acusaría de
derechista, escribía en 2012 en Semana: “Hoy el Catatumbo es quizá el único
lugar de Colombia donde las Farc lograron copar los espacios dejados por los
paramilitares. ‘Ven todo, saben todo’, dice un habitante”. Es, en efecto, una
situación excepcional, pues son pocos los lugares con tradición violenta en
Colombia donde hoy sigue predominando un solo agente armado.
Plinio se descacha, en cambio, al sugerir que
el Catatumbo es un microcosmos del país. No hay tal. En toda la región viven
algo más de cien mil personas, por ahí el 0,2% de la población nacional, y los
municipios propiamente rojos —El Tarra, Teorama, San Calixto y Hacarí— suman
treinta mil votantes, el uno por mil del censo electoral. Lo que no se puede
negar es que esta región tan poco poblada tuvo en vilo al país hace un año con
un paro de gran notoriedad, que estuvo a punto de poner patas arriba nuestra
vida política. Un segundo desplante como el de 2013 justo antes de las
elecciones presidenciales, y mañana se estaría posesionando el presidente
Zuluaga, no Juan Manuel Santos.
Tampoco es la primera vez que las Farc y sus
aliados usan una palanca pequeña para producir grandes efectos mediáticos. Lo
que no parecen entender es que son efectos mediáticos contraproducentes en
materia política y, muy en particular, electoral, como se vio en las elecciones
parlamentarias de marzo, cuando los movimientos afines a la guerrilla fueron
barridos casi sin excepciones. De ahí que uno no entienda el miedo de algunos
por el futuro político de quienes van a dejar la lucha armada. Con esos
métodos, no van para ninguna parte.
Aunque yo recorrí buena parte del país por
carretera cuando todavía era posible hacerlo, nunca pasé por el Catatumbo. Me
dicen que es una zona espectacular con un inmenso potencial, más grande por
fortuna que la tremenda tragedia que ha vivido y que tiene a muchísima gente
cultivando coca, en vez de, por ejemplo, cacao, un producto escaso en el
mercado mundial desde hace décadas y que, según las proyecciones, seguirá
siéndolo por varias más.
Caer, como cayeron en el Catatumbo, en manos
sectarias no les ha servido a los lugareños de nada. César Jerez, el notorio
dirigente “campesino” formado en la URSS —estudió geología en Bakú, capital de
Azerbaiyán— que mandaba a callar durante el paro, ha salido del foco noticioso
y ahora aparece dando entrevistas en Oslo. Paracaidistas como él tienen poco
que ofrecer a los campesinos del Catatumbo. El Estado, hay que decirlo, tampoco
ha sabido darles lo que necesitan. Tal vez sólo una paz exitosa sirva para
sacarlos de la encrucijada.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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