La
democracia, para ser lograda cabalmente, supone un saber que, puesto al
servicio de la voluntad de generar --en
la mayor parte posible de los miembros de la Sociedad-- una sólida conciencia que, de particular
entre pocos de ellos, se haga colectiva y capaz de orientar la conducta social
de la manera más eficaz, en el sentido de lograr la realización cierta de
proyectos y actitudes del todo social,a fin de que la gran mayoría de toda la
población alcance su propio desarrollo personal y contribuya al logro del
desarrollo colectivo.
A
falta de ello, cuantos llamados de alarma y atención hicimos abundantes
pocos ciudadanos para que el país y su dirigencia política de
entonces --quizá acostumbrados a tiempos
cómodos, vividos en verdadera
democracia, con errores pero siempre perfectible como todo lo
humano-- reaccionara con fuerza y
conjurase la amenaza, ya manifiesta
desde 1992, que con el propósito protervo de hacer de la libertad
opresión y de la democracia espantosa tiranía, urdieran quienes
desde hace más de 15 años así gobiernan a este noble pueblo venezolano.
La
Venezuela amante de paz está hoy emplazada, por fuerza de los hechos,
a defenderse con el coraje y la valentía que le ha caracterizado
desde que es Nación. Pero más allá de eso y por eso mismo,
es menester fortalecer y elevar al pueblo, cuyos integrantes sin
excepciones excluyentes, por ser personas y parte de esa realidad que
es el pueblo, son sujetos de derechos y deberes civiles y políticos.
Hay
dos elementos que es menester conocer y practicar para realizar ese
indispensable propósito:
a) Lo primero es aprender a asimilar el
pasado como parte inseparable
de lo que somos, pues integra nuestra identidad y el propio
ser. La realidad de que el pueblo es,
como decía Don Mario Briceño
Iragorry, “parte de un proceso que viene de atrás.” Se trata de
rescatar de ese pasado todo lo que de válido y vigente tiene: valores,
hechos, actitudes, propuestas y acciones que venezolanos, en singular
o en colectivo, realizaron y ejecutaron en momentos y circunstancias
precisas, sin atender a compromisos o inclinaciones personales,
sino orientados por el bien general.
b) En segundo lugar tenemos todos que
entender la indispensable necesidad
de la tolerancia. En efecto, la tolerancia es resorte amortiguador
fundamental para asentar toda Sociedad y todo orden civilizado.
Es además, la tolerancia, el principal recurso para oponerlo
a la negación en un país, como el nuestro, que ha vivido siempre
de negación en negación: comenzamos por negar a España, como si
tres siglos no hubiesen dejado huellas en mentes, conciencias y espíritus
de los venezolanos de entonces y del presente. Después, la negación
siempre fue de lo anterior, fuese político, económico o social
¿No fue acaso negado el Libertador y por más de diez años impedido
que su cuerpo mortal entrase en su Patria?
Por
otra parte, es en tiempos de escepticismos, de crisis de valores y de
fe, cuanto necesario es el sembrar, en conciencias de nuestros ciudadanos,
las ideas de la permanencia de los valores y de la defensa de
las convicciones. Vivimos tiempos muy difíciles; tiempos cuando los ciudadanos
tenemos la responsabilidad indeclinable de formar nuestra gente; de ayudar a nuestro pueblo para que se mire a
sí mismo, pues, como
lo escribió Don Mario Briceño, (2)[2] “él es historia viva que reclama
voces que le faciliten su genuina expresión… Debemos ayudarle, no
a que grite, como aconsejan los demagogos, ni a que olvide sus desgracias,
como indican los conformistas del pesimismo, sino a que reflexione
sobre sí mismo, sobre su deber y su destino.”
Ayudarle también
a superar la subestima que le degrada y fomenta el aislamiento
y
la evasión de sus responsabilidades ciudadanas. Todo esto implica, para
tener éxito en ese propósito, entender que es indispensable enseñar.
¿Enseñar
qué?
Por
una parte, es necesario enseñar y hacer conocer las estructuras e instituciones
de nuestra Sociedad Nacional; la
realidad que somos, sus
raíces y las proyecciones que nos pueden lanzar a un devenir de progreso
y de paz; las tendencias que permiten
eliminar lo negativo y realizar
en profundidad lo positivo; nuestras urgencias; nuestras posibilidades
reales para avanzar y también nuestras imposibilidades actuales
para no proyectar sueños inalcanzables.
Enseñar a aprehender nuestro
ser nacional mostrado en su totalidad. Eso todo es lo que se debe
conocer para que, a partir de tal saber, podamos actuar con acierto
y no improvisar nunca más.
Tal
conocimiento desterrará definitivamente, de nuestras mentes, tópicos
que se repiten y se presentan como verdades inconcusas, pese a que
carecen de validez y son inservibles pues no tienen fundamentos: Aquello
de creer que “somos un país riquísimo”; o “tener el mejor puente
del mundo”; “la mejor red de autopistas”, o la “moneda más fuerte
que existe”. También el inventar
“panaceas milagrosas”, como en
el pasado relativamente reciente fueron “el pacto social” o “la participación”
que, si bien aprovechables en ciertas circunstancias, muy
poco significan como esfuerzos para profundizar
a fin de fundar realidades
sobre el verdadero ser de nuestra entidad histórica y actual.
Lo peor es que, cuando fracasan unas “panaceas,” se sale a buscar
otras peores, como este falso y engañoso “socialismo del siglo XXI”,
que no hace sino reproducir el cúmulo de frustraciones que siempre
ha arrastrado, en su historia, toda la vida de nuestra Nación.
Se
ha hablado en el pasado y en el presente de un “proyecto de país”; sobre
ello mucho hecho hay que es realmente valioso. Pero la clave de nuestro
histórico problema de país, es el desconocimiento de nuestro pueblo --entendido no a lo populista o demagógico,
sino como conjunto
de todos los ciudadanos-- de sus
verdaderos intereses y reales
necesidades. Cualquier “proyecto de país” que no dirija a un pueblo
que sabe y no ignora sus verdaderos intereses, está condenado a caer
en el vacío como cayeron los anteriores proyectos en 1811, 1819, 1830,
1858, 1864, 1870 … 1899 … 1945 … 1952 … 1999 …
Los
principales y fundamentales intereses.
El
principal y fundamental interés es que cada venezolano tenga conciencia
de ser persona humana y sepa hacer respetar su eminente dignidad
que como tal posee.
Para
saberlo, debe entender, elemental y simplemente, qué es eso. Por
tanto, es indispensable ayudarle a saber: esto es, enseñarle, de manera
simple y elemental, pero clara, en qué consiste esa dignidad; de
dónde proviene y para que se posee. Cada venezolano debe saber y entender
que, la persona humana que él es, no es obra de casualidad alguna
o de accidente afortunado, sino que su existencia como persona tiene
una causa que es la voluntad del Creador; de su Creador que le dio
vida, y al dársela le hizo persona; al hacerle persona le hizo inteligente;
le dio razón para pensar y actuar con una libertad interior
que le hace dueño y responsable único de todos sus propios actos
conscientes. Que le dio un conocimiento natural que le permite, aún
en sus posibles y reales pobreza e ignorancia, distinguir entre el bien
y el mal; entre lo que está bien hacer y lo que no lo está bien.
Que
ese conocimiento lo orienta, naturalmente, hacia la realización del
bien y el rechazo del mal, pero que la libertad interior que el Creador
le dio, le deja actuar según su propia voluntad, pues sus actos
no están determinados. De ellos habrá de dar respuesta a su Creador
y también a las instancias jurídicas de la tierra en la que nació,
que es su Patria, o la que libremente haya elegido para vivir.
Debe
saber también que, aunque no lo crea “por ahora”, el Creador le dotó
de un potencial inmensamente grande de capacidades para entender; crear;
analizar; juzgar; apreciar; etc., que puede aplicar en los campos
que desee del quehacer humano.
Qué el Creador hizo deliberadamente
que Su Creación de la Tierra quedara incompleta, para que
él mismo y cada una de sus creaturas humanas participaran libremente
en la tarea que les dejó para complementar Su Creación,
pero
que el hombre o la mujer no están obligados a hacerlo porque sus voluntades
son libres e incondicionadas.
Debe
saber que el humano es un ser sociable por naturaleza y no por razón
de pactos o contratos algunos. Que en la
Sociedad, que constituya
con sus semejantes, debe encontrar, como todos aquellos, condiciones
indispensables para poder realizar el desarrollo del potencial
que todos hemos recibido al ser creados por Dios. En esa Sociedad,
todos han de ejercer, para garantizar el desarrollo del mencionado
potencial, una libertad externa distinta a la interna también
conocida como “libre albedrío”. Pero la diferencia entre ambas libertades,
la interna y la externa, es que la primera es un regalo de Dios
a todas sus creaturas humanas, mientras que la segunda, la externa
o de independencia, debe ser conquistada por las personas en el
seno de sus propias Sociedades. Por tanto, hay que saber cómo, a veces,
es indispensable luchar hasta lograrlo.
Inmediato
a los conceptos de libertad está el de justicia, que significa
que, en las relaciones con las demás personas cada cual merece
recibir lo que le corresponda y que, por tanto, cada cual debe también
respetar y hacer respetar la justicia respecto a él mismo y respecto
a los demás, lo que normalmente se hace ante quienes tienen la
responsabilidad otorgada para dirigir la Sociedad como gobierno. Es esa
otra lucha que hay que dar.
Todos
los seres humanos somos, como personas, esencialmente iguales en dignidad;
sin embargo, existencialmente, todos los seres humanos somos radicalmente
diferentes, al punto que el fenómeno humano que cada persona
es, resulta único e irrepetible en la tierra y en el cosmos todo
y por los siglos de los siglos. Además,
hay otra forma de igualdad
que es la de oportunidades, la cual se desprende de la igualdad
esencial pues, en medio de las diferencias de las realidades individuales,
existe esa igualdad y, en virtud de ella, todos los miembros
de la Sociedad poseen el derecho a que ésta les garantice la posibilidad
de realizar su propio desarrollo personal cuyo potencial
reside
en los dones del Creador y que debe ser alcanzado, por cada cual,
de manera libre y voluntaria.
Son
las anteriores algunas nociones básicas que, con otras, constituyen
la base y fundamento de los intereses de una población, sin
lo cual no tendrá capacidad para reclamar y defender sus derechos ni
cumplir sus deberes, así como tampoco podrá satisfacer las fundamentales
necesidades propias del hecho de ser humano. Por
otra parte, no se trata --como algunos
dicen o pretenden-- de
desterrar
el discurso ideológico y sustituirlo por “acciones eficaces” para
hacer “auténtica” política, en el entendido de que el discurso ideológico
no es una monserga de disparates inventados para, con demagogia,
encantar masas ignorantes deslumbradas por el “carisma” de algún
personaje seductor; ni tampoco es el construir mitos o utopías sobre
supuestas realidades sociales, políticas o económicas que, o son aventuras
simples de la imaginación o mecanismos de engaño para lucrar con
peculados y saquear los bienes de una Nación.
Es cierto, sin embargo,
que el debilitamiento de la función política, en Venezuela y en
todas las latitudes del planeta, tiene
mucho que ver con la confusión
y el desprestigio que, sobre tan necesaria, noble y laudable actividad,
han propiciado la demagogia, la inventiva sin metas ni fundamentos
y la carencia de sólidas bases de pensamiento de la mayor parte
de aquellos que asumen hacer política, más por calculado interés que
por una verdadera vocación de servir.
En
gran parte mayoritaria de la tierra, los pueblos están ávidos de políticas
responsables, pero ignoran cuales han de ser sus contenidos esenciales.
De lo que se trata es de hacer política sin demagogia que se
abra verdaderamente a la participación de los ciudadanos, de las sociedades
intermedias y de las instituciones sociales privadas y públicas.
Acciones políticas que desarrollen diálogos serios y responsables,
en los que se pueda introducir el discurso ideológico sin
pretensiones de creer tener la verdad única en el orden contingente
de lo temporal.
Espacios en los que el liderazgo asuma tareas
de gobierno para realizar técnicas eficaces y tenga el consenso que
procede de respetar acuerdos y normas por todos asumidos en función
del Bien Común y no de intereses grupales o individuales.
En
el presente, la verdadera democracia tiende a ser confiscada por la práctica,
de muy confuso significado, que llaman “anti-política,” cuya práctica
parece servir sólo para liquidar el verdadero ejercicio democrático.
Pero los venezolanos no podemos permitir que se extinga para
nosotros la democracia. Contamos con un nuevo liderazgo generacional,
joven y honesto, dispuesto a luchar sin tregua para
defender
y desarrollar a fin de hacer, de esta Patria nuestra, una verdadera
y bendita Tierra de Gracia.
¡Si
hay camino! ¡Si hay futuro! ¡Si tendremos de nuevo y pronto democracia!
________________________________
[1]
Jacques Maritain. “El alcance de la razón”.
[2]
Briceño Iragorry, Mario. “Mensaje sin destino.”
Pedro
Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
@PedroPaulBello
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