…Pero,
¡oh, desilusión!, fue para hacer colas.
Uno los ve, pacientes, resignados, bajo el sol o la lluvia, para tratar
de obtener los productos más básicos que necesitan. Parece que ninguno de ellos se acuerda de
cuando era normal ir al abasto, agarrar un pote de leche o un litro de aceite,
y dirigirse hacia la caja registradora, sin restricciones, sin ser marcados en
los brazos con chocantes números garrapateados por un uniformado
analfabeto.
Cuando, ¡al fin! logran su
cometido tras horas de espera incivilizada, regresan resignados hacia sus
barrios. Porque solo consiguen lo que
buscan en supermercados que quedan a varios kilómetros y un par de autobuses de
distancia. Ya que en su vecindad, y por
más que el régimen diga que lo suyo es la inclusión de los más pobres, no se
logra adquirir esas cosas. Saben que en
los mercales no abunda sino los estantes vacíos y los milicianos obesos. Y fotos del Intergaláctico fallecido, ¡no
faltaba más!
Todo,
porque este es un régimen que hacen poco
con las manos (aparte de robar) y destrozan mucho con los pies. Han dilapidado cantidades de divisas que para
enunciarlas hay que escribir quince ceros a la derecha del guarismo. Sin que se vean los resultados. Ni una sola obra de envergadura en estos
quince años. El tren de Puerto Cabello a
Caracas es la muestra más patente porque corre paralelo a la Autopista Regional
del Centro y puede ser visto por los usuarios de esa obra —que ya cumplió
sesenta años y sigue con los mismos dos canales con la que lo inauguró Pérez
Jiménez. Antes dije: “corre paralelo”,
pero solo es una figura retórica, porque si algo está inmóvil es ese monumento
a la desidia, a la imprevisión económica y a la falta de sensatez en la
programación. Son tan superficiales en
la planificación que, al verse sin fondos, decidieron recortar el proyecto y
terminar en Cúa. Y ni así han podido
terminar algo que el Supercomandante dijo que iba a inaugurar en el 2008. Si la carga que llega por Puerto Cabello no
puede ser llevada hasta Caracas, las autopistas seguirán llenas de gandolas, el
puerto de La Guaira —cuya vocación es, más bien, turística y de pasajeros—l
seguirá recibiendo mercancías que tendrán que llegar al Área Metropolitana por
otra autopista supercongestionada. Como
este ejemplo de incuria, dejadez e impericia oficiales, cientos más pudieran
ser comentados: las empresas de Guayana, los galpones de los valles de Aragua,
las plantas cementeras; pero creo que ya queda claro lo que se pretendía decir.
La
tragedia de la robolución es que siguen empeñados en poner por encima de la
obstinada realidad los principios trasnochados de un fulano “Plan de la Patria”
que preconiza hasta la regeneración del género humano en todo el orbe pero que
no es capaz de resolver los apagones, la inseguridad y la provisión de
alimentos a las masas. La gente más
humilde, la que ellos han manoseado y utilizado desde el inicio, la está
pasando terriblemente mal. Con razón se
les están escabullendo; después de agarrarse durante quince años al clavo
ardiente de las promesas, encuentran que
no hay para ellos una esperanza que se sustente en basamentos creíbles. Ya despertaron del opio que les insufló Mentira
Fresca; lo que notan ahora es que las ansias de poder, el afán de ganancia, la
prédica del odio y la ineptitud de los dirigentes terminaron por matar eso que
se les vendió como “revolución”. Ahora
ven que mientras duró el dinero para comprar votos y corromper voluntades los
lisonjearon, que lo que hacían era sobornarlos.
Pero que, al llegar la época de las vacas flacas —sin tener un José
bíblico que los asesorara, sino un Giordani obcecado en el socialismo real—,
los dejaron de lado; no importa cuánto se deshagan Platanote y sus cómplices en
embelecos radiotelevisados. Que están en
el país de “no hay”.
El
más reciente embuste es: “Vamos a cambiarlo todo para servir al pueblo”. ¿Y entonces? ¿Qué es lo que habían estado
haciendo durante ya larguísimos quince años y medio? El tipo es tan insubstancial, tan sin ideas,
tan títere de los Castro, que ahora se trae a un octogenario cubiche que
contribuyó al empobrecimiento de esa isla.
Ni que la economía cubana fuese un ejemplo de boyancia. No han podido levantar cabeza ni con los regalos
que primero les hacían los soviéticos, y ahora los rojos nativos. Al ilegítimo no se le ocurre sino traer a un
tipo que, cargo que ocupaba, actividad que se arruinaba, ya fuese en el Banco
Central, la cañicultura, o el fomento industrial. Pero, probablemente, no fue por la propia
voluntad del ocañero, o del politburó rojo, que se trajo al carcamal cubano
sino que haya sido una imposición más de la gerontocracia castrista. Esperemos que, con todo lo chocante e
indeseable que es, esta asesoría no pase de ser otra, carísima, que no llegará
a ninguna parte. Igualito que con el otro cubiche que vino a asesorar en lo de
los apagones. ¿Qué sabe burro de chicle bomba? Si no hay economía boyante, ni
buen servicio eléctrico, en Cuba, ¿qué puede asesorar ese par de
valetudinarios? A menos que sea en la
instauración de paredones; en eso sí son expertos...
Mientras
tanto, los bajados de los cerros siguen en las colas. Pero “tanto va el cántaro al agua”…
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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