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domingo, 15 de junio de 2014

PEDRO R. GARCÍA, CARTA DE DE UN MILITANTE DEL PARTIDO COMUNISTA CHILENO AL CCPH EN SUS AÑOS DE EXTRAVÍOS, PUNTO DE QUIEBRE

Sócrates condenado a beber la cicuta, ante la propuesta de escapar, le dice a Critón: “Los principios que profesé toda mi vida no debo abandonarlos hoy porque mi situación haya cambiado; los sigo mirando con los mismos ojos, les sigo teniendo el mismo respeto y veneración que antes; y si no los hay mejores, ten por seguro que no cederé en lo que me propones, aunque todos intenten asustarme como a un niño, con amenazas más horribles que la confiscación, las cadenas o la muerte” (Platón, El Critón.)

Una acotación necesaria

En la novela, Matar un Ruiseñor, el abogado Atticus Finch, defiende a un muchacho negro acusado injustamente de haber violado a un chica blanca. Toda la ciudad, donde los prejuicios raciales son fuertes, se le hecha encima. También su hija le reprocha su conducta, contrario a lo que todos piensan Atticus, al responder a la niña, ofrece uno de los argumentos más elegantes sobre la dignidad de la persona: “tienen derecho a creerlo, y tienen derecho a que  se respeten por completo sus opiniones, pero antes de poder vivir con los demás, tengo que vivir conmigo mismo.  La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es nuestra conciencia”.
Al leer hoy la imprecaciones presuntuosas que tronó el Capitán del Furial, vino a mi memoria como verdugo a sueldo el recuerdo de una carta de un disciplinado militante al comité central del partido comunista chileno a propósito de los desproporcionados ataques (que hoy en la historia nuestra parecieran repetirse algunos rasgos, fue uno de centenares de agravios del Comité Central del partido Comunista Chileno, contra de los que elevaron su voz, para mostrar su inconformidad por la forma que se estaban articulando las decisiones del llamado CC, que al final con su extremo sectarismo hicieron naufragar el esfuerzo Democrático liderado por el nunca suficientemente recordado Salvador Allende y que provocó la sangrienta salida que le costo tantas vidas al noble pueblo chileno. Hoy ya en distancia y extinguiéndose las dolorosas heridas que han costado cauterizar, debemos volver hacia ese espacio de la historia para confrontarlo y extraer de él enseñanzas que nos permitan avanzar, que alejen la arrogancia e petulancia que ya no ocultan algunos de los santones del régimen. 
Cito sus dramáticas declaraciones “Me iría de buena gana a otro lado. Pero cuando me desgarre los brazos haciendo hoyos, cavando zanjas, acarreando agua; cuando me rompí las manos cortando la vid de la justicia; cuando estuve de sol a sol recolectando racimos de esperanzas y se los entregue a ustedes y ustedes fabricaron a su antojo un vino de dudosa calidad… ¿Qué me queda? No es tan fácil. Me gustaría participar en la receta, en la fórmula que ustedes elaboraron.  Pero el precio que debo pagar es muy caro, contiene un valor más alto que toda la plusvalía junta”.  Se llama obsecuencia.
Y esa escalera, consuetudinaria en nuestro partido, no la quiero, no me gusta y no la usaré nunca, es más, si de mi se tratara, rompería con mis manos cada peldaño que conforma esa escala de posiciones. ¿Entonces qué me queda? ¿Irme? Hasta donde yo sé, el partido somos todos, no unos pocos.  Me parece inconcebible que un dirigente, al ver pancartas en contra de las decisiones del CC diga sin ningún reparo: esos no son comunistas. ¿Si pienso distinto, no soy comunista?  Hasta donde yo sé, las decisiones las tomamos todos y no una cáfila de “iluminados”.  Y recuerdo cuanto han criticado, cuanto se han burlado de compañeros que han optado por otras vías que no han sido las suyas”…”arrogantes trasvertidos los llamaríamos nosotros en el país”.
“Por ser libre estamos obligados a elegir, pero no estamos obligados a acertar.  Por eso, necesitamos una brújula que nos oriente en la navegación de la vida aunque, los Ángeles de la visión de Jacob tenían alas, pero bajaban de uno en uno los peldaños de la escalera”.
Pedro R. Garcia M.
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