Como en los procesos agónicos,
cuando las fuerzas naturales del cuerpo flaquean, en la historia también la
muerte se anuncia con estertores. Así, la versión venezolana de la revolución
socialista parece encaminarse a su definitivo deceso. No da para más. El “Plan
de la Patria”, en su exquisita profundización ideológica, llegó en hora
menguada. Montaron el show del “comandante eterno” y contaminaron a la opinión
con llamados al diálogo y a la paz. Armisticio imposible, por cuanto todavía no
hay guerra. Por lógica elemental, la paz sucede a la guerra y no al revés.
¿No es más de lo mismo? Otra vez,
una espasmódica transición y al final la promoción estrepitosa de un nuevo
Salvador de la Patria. Porque siempre es un “número uno” el líder a quien le
tocará el inmenso honor de “salvar” a Venezuela y “sacarla del atolladero”. Y
habrá un grupo sólido, mimetizado, de aguerridos “luchadores sociales” que
respaldará al escogido para colmar de realizaciones las esperanzas del pueblo.
¡Qué audacia! No nos conocemos, porque como venezolanos ignoramos nuestra identidad.
No somos de la “patria chica”; somos de la “patria grande”. Así como los
“criollos” eran unos españoles de segunda, los que no somos de Caracas, somos
del “interior”. La Capital reúne a los que mandan, a los que pueden, a los que
hacen y deshacen, mientras al “interior” le toca trabajar para que ellos vivan.
Alguien nos decía que así es en España, en la “madre Patria”. Los catalanes y
los gallegos “ponen el lomo” y producen lo que España necesita. Los vascos
hacen la guerra. Los andaluces ponen los toreros, el cante hondo, las mujeres
bellas y todo lo necesario para el baile. Pero es Madrid quien vive de todos
ellos. ¡Esa es la lección!. Bien aprendida por lo demás.
Nosotros diríamos que no necesitamos “cambiar” de República y ni siquiera “cambiar” de gobierno. Lo que requerimos es cambiar, de verdad, de sistema. Sistema de organización nacional. Político, económico, social y cultural. Una Venezuela absolutamente distinta a todas las otras que quedaron atrás. Pero una Venezuela de todos los venezolanos. De los andinos. De la gente del Zulia. De los Llaneros. De los guayaneses. De los orientales. De los del “centro”. En eso pensábamos cuando propusimos la “Rebelión de las Regiones”. Que tuvo eco inmediato en el Táchira, cuando apareció el “Proyecto País” del MID, antes de que, en su consonancia o sin ella, los “muchachos” alborotaran el avispero. Afortunada coincidencia. Una Venezuela que entienda el futuro y que se adecente para vivirlo. Una Venezuela superior.
En un nuevo sistema de pensar en
Venezuela, el gobierno tiene que responder a las pequeñas soberanías que se
concentran en los Estados. En San Carlos de Río Negro y en Tucupita, podrían
estar los ángulos críticos de una nueva economía. En Cumaná y en Ciudad
Guayana. En todos los pueblos situados en las márgenes del Lago de Maracaibo.
En el llano adentro. En las cumbres merideñas. En los hervideros de la costa
atlántica. Venezuela se abrazaría a sí misma y comenzaría a darse a valer en el
mundo entero. Caracas quedaría para tomarse un café y jugar lotería. Pero el
resto del país se entregaría a la producción, a la innovación, al desarrollo,
extrayendo de su geografía el inmenso potencial que se requiere para enterrar
la pérfida Venezuela petrolera, transformándolo en valores que generarán no
sólo una renta competitiva, sino que sembrarán las simientes de una nueva
cultura, sin vicios destructivos, sin corrupción ni entreguismo, sin
glorificación del ocio, como para colocar a Venezuela en el lugar que le
corresponde en el mercado mundial.
Hablamos de una Venezuela
alimentada por una Democracia donde el Parlamento, dotado de una Cámara
Territorial, integrada por la representación proporcional y paritaria de cada
uno de los Estados, sea quien “haga” los planes de gobierno, en función de las
necesidades de toda la colectividad nacional. Planes que tienen que ser
debatidos en las regiones y no impuestos por cúpulas sobrevenidas desde la
Capital. Para que el Orinoco nos haga voltear hacia el sur para oír su poderosa
voz universal. Para que las cumbres andinas nos digan lo que tenemos que hacer
para utilizar adecuadamente sus aguas que caen en torrenteras hacia el gran río
de los venezolanos. Para que el hombre de “abajo” se sienta dueño de su propio
destino y no súbdito esclavo de una causa extraña a su libertad. ¿Es utópico
este lenguaje? ¿Volveremos a dejar que pasen los años y que cada vez
despreciemos más el futuro? De este último episodio de insurrección juvenil, de
los hombres del mañana, tenemos que entender que les debemos el futuro. Que
tenemos que echar las bases de una democracia con empuje, con fuerza, con pleno
ejercicio de soberanía, con libertad, en una palabra, con libertad para que
todos nos transformemos en los promotores de un milagro. No más repúblicas
cuantificadas en aritmética elemental. ¡Hagamos de Venezuela un poderoso rincón
del mundo; un escenario donde toda la humanidad tenga que fijar su vista; un
venero prodigioso para calmar la ansiedad de la historia contemporánea!.
Rafael Grooscors Caballero
grooscors81@gmail.com .
@grooscorscaball
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