Claro
que al final de este artículo volveré a incursionar en la tragedia venezolana,
no para hacer el recuento del desastre, tarea que han abordado con seriedad y
coraje ejemplares organizaciones de la sociedad civil como las conducidas por
Alfredo Romero y Gonzalo Himiob, Roberto Briceño León, Rocío San Miguel y otros
condotieros de los Derechos Humanos.
Me
pregunto y le pregunto a mis lectores lo que está ya en la cabeza de todo el
mundo: ¿adónde va Venezuela? ¿Qué decir del modelo de socialismo impuesto por
Chávez y agravado por sus sucesores? ¿Evitará un diálogo el peligro de una
salida (falsa salida, diría) basada en las armas de fuego?
Hay una coincidencia universal acerca del lamentable destino de Venezuela si permaneciera atada al diabólico modelo que la ha llevado al desastre. Si no imprime un profundo viraje a su gestión, Maduro tendrá el extraño privilegio de ponerle el último clavo al ataúd. La decisión acerca de un cambio de tanta magnitud puede en teoría partir del propio gobierno, de fuerzas que se lo impongan contra su voluntad o de un diálogo muy serio, profundo, sincero y sin pueriles trampas. Dejar las cosas como están equivale a hundirse sin remedio.
Es
el fondo de la crisis político-social que mantiene a todos –aquí y en el
extranjero- en la más angustiada expectativa. El modelo fracasó, se está
hundiendo, no puede sostenerse. Los indicadores son alarmantes e inocultables.
Poco a poco el gobierno se ha sentido obligado a admitirlo, así sea
parcialmente. Ha reconocido que no puede estabilizar el país y en consecuencia
apela a UNASUR. Ha reconocido que el control de precios es devastador para la
inversión y el empleo. Ha reconocido que no puede seguir estatizando empresas,
invadiendo fincas productivas, inventando fórmulas fallidas para fomentar el
socialismo o el estado comunal. Ha reconocido que necesita dialogar con los
empresarios para animarlos a que no se sigan retirando y lo ayuden a mejorar la
eficiencia productiva. Ha reconocido que no puede con la criminalidad rampante,
para lo cual quisiera entenderse con alcaldes y gobernadores de la oposición.
Ha reconocido que la aguda crisis política, que amenaza con barrer todo, le
impone dialogar con la disidencia. Ha reconocido que debe bajar el tono
violento, grosero, soez y escarnecedor. Y ha reconocido que los “colectivos”
fascistas no pueden seguir siendo exhibidos como los ejes revolucionarios, cual
lo preconizó cuando pidió que no fueran satanizados e hizo ver que eran
hermanitas de la caridad cuya misión es ayudar a las ancianas a cruzar la
calle.
Son reconocimientos –digámoslo de una vez- a medias, que contradice a pocas horas de anunciarlos. Las altas autoridades militares juraron que no encarcelarían a un solo periodista más y he aquí que los sigue persiguiendo brutalmente para castigar su obligación de informar con objetividad y profesionalismo. ¿Es insincero el gobierno cuando insiste en el diálogo? No del todo. Percibo que siente el peso de su impotencia y ha descubierto que contra más de la mitad de los venezolanos (todas las encuestadoras serias aseguran que la oposición dejó atrás al gobierno, y suma y sigue) jamás frenaría la marcha inexorable hacia el abismo.
He
escrito tres libros sobre la suerte de la revolución cubana. El tiempo ha
confirmado la tendencia que muestro en esas obras. Cuba acumula decisiones que
la han disparado por la vía del sedicente socialismo de mercado, disparate
semántico que oculta la verdad, la verdad de su reconciliación con el
capitalismo, bastante salvaje por cierto, aunque conserve el nombre de socialismo
en el frontispicio y el poder político en las férreas manos del partido
comunista.
No
abundaré en el significado de las medidas aplicadas por el régimen de Raúl
Castro sobre todo desde la imposición de su reforma en el VI Congreso del
partido celebrado en abril de 2012. Baste con mencionar el alcance de la
reforma migratoria, un guiño al exilio cubano en EEUU, al cual ahora se le
invita a invertir en su país (ya no serán gusanos sino patriotas que
contribuyen al progreso económico) Luego las muchas concesiones a los
trabajadores cuentapropistas, incluido el acceso al financiamiento bancario.
Agréguese la diversificación del comercio exterior embriagada de capitalismo,
con Brasil, China y Rusia: un sostén financiero si llegara a su fin –como han comenzado
a creer- el delicioso modelo chavista. Y la Zona Especial de Mariel, emporio de
inversionistas del mundo. Recibirán facilidades ciertamente incomparables. Y en
fin, la Ley de inversiones, que enviará el socialismo cubano, Fidel incluido, a
un museo de antigüedades junto a la rueca, el secante y la máquina de escribir.
¿Por qué el chavo-madurismo, que imita a Cuba hasta en la forma de hablar, no intenta conciliar la reforma de Raúl con la libertad política? Maduro quizá quiera pero no sabe. Para no ser suplantado por sus rivales endurece el lenguaje al hablar de diálogo. Acrecienta dudas e irrita a los disidentes.
Arbitro
escogido por ambas partes, libertad de presos, cese de la represión y desarme
de paramilitares. Son requisitos lógicos de un diálogo creíble.
La
oposición cree en la democracia y la paz, y no desea recibir un país en
escombros si ocurriera una transición constitucional. Ha propuesto el
entendimiento entre oposición y gobierno, o al menos entre quienes en ambas
aceras confíen en el modelo democrático contenido en la Ley Fundamental de
enero de 2000.
Difícil
o no, es la salida, la única posible, para salvar a Venezuela y emprender su
recuperación en el marco de la convivencia y la paz.
Americo
Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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En representación del sector agropecuario venezolano he acudido conjuntamente con otros dirigentes del mismo sector y de diferentes latitudes nacionales a la invitación cursada por el Gobierno Nacional para revisar algunas conductas, como: congelación de precios al público, rescate de tierras productivas, expropiaciones de fincas de propiedad privadas sin pagos de indemnización justa, etc. De hacer esos cambios, serían vistos de muy buen agrado.
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