La
estrategia represiva del régimen ha avanzado un escalón más. La
detención de los alcaldes de las comunidades de San Diego y San Cristóbal, Enzo
Scarano y Daniel Ceballos respectivamente y la solicitud a la Fiscalía General
de la República de iniciar las acciones que conduzcan a un antejuicio de mérito
contra la diputada María Corina Machado marcan, en forma indeleble, el carácter
autoritario del post chavismo personificado en su presidente Nicolás Maduro.
Treinta muertos, cientos de heridos, miles de
detenidos, maltratos, torturas y una
represión feroz ha sido el balance, hasta este momento, de las protestas
encabezadas por estudiantes y jóvenes venezolanos. El oficialismo no ha podido
entender que estas manifestaciones
constituyen la declaración legítima de miles de patriotas que aspiran que sus voces sean
escuchadas y respetadas. El bloqueo de los canales de expresión autónomos los
obliga a refugiarse y expresarse en esas
“trincheras de la libertad” (Vargas Llosa dixit) que han sido organizadas en
las principales ciudades del país.
El régimen ha implementado una estrategia
maliciosa: hablar de paz y hacer la guerra. Por un lado, ensambla un tinglado
para iniciar conversaciones de paz (en realidad un monólogo, con invitados
tarifados) y, por el otro, arrecia la represión, promueve iniciativas tendentes
a decapitar el poder municipal y produce declaraciones agresivas como las
pronunciadas, en relación a María Corina Machado, por el presidente de la
Asamblea Nacional, Diosdado Cabello: “Esa diputada es cómplice, incitadora de
asesinatos en este país. A esto hay que ponerle el nombre correcto: asesinato,
29 muertos en este país”. Desde luego, en este contexto, esas iniciativas de
diálogo están destinadas a fracasar y reflejan la debilidad del gobierno y, de
ahí, su necesidad de recurrir a la represión.
Vamos a estar claro, este gobierno no va a
retroceder ni va a propiciar diálogo alguno. La explicación es sencilla:
reconocer a la oposición como un interlocutor válido implicaría descalificar y
recular en relación a su proyecto autoritario. No olvidemos que la lógica
política que informa su conducta es aquella que prevalece en situaciones de
carácter bélico: no hay adversarios, sólo enemigos a ser destruidos. Es por
ello que la conciliación, con esta oligarquía bolivariana, no es posible a estas
alturas del juego político en el país.
Los estudiantes y jóvenes, con valentía,
arrojo y con un costo en heridos, detenidos y fallecidos, han mostrado la ruta
a seguir. Han revelado, nacional e internacionalmente, el verdadero rostro del
gobierno. Lograrón poner en evidencia la dictadura que ejerce Nicolás Maduro.
La mesa se encuentra servida para la
dirigencia opositora: seguir la ruta trazada por los estudiantes. Dejar atrás
el pragmatismo electoral, la improvisación táctica para poder asumir el proyecto
estratégico de cambiar este régimen político. No es tarea fácil. Se requiere
del concurso de todos, sin excepción. A diferencia del oficialismo, la
oposición deberá ir al encuentro del “otro”; indagar sobre los canales de
comunicación que permitirían conectar
con los sentimientos de la mayoría del país; comprender que es indispensable
“emocionar para convencer”. En fin, diseñar políticas comunicacionales para
entrar en el corazón de los venezolanos y, así, poder asumir el modo
irreverente que caracteriza la conducta de
los sectores populares del país.
La épica estudiantil ha colocado el punto de
partida para el diseño de una política de esta naturaleza. Desnudarón el
carácter totalitario del régimen. Le toca ahora a la dirigencia opositora asumir el reto de combatir esta dictadura
bolivariana.
En esta trama totalitaria es bueno retomar la
consigna del demócrata y socialista español Juan Negrín: resistir es vencer.
Nelson
Acosta
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
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