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miércoles, 25 de diciembre de 2013

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, LA GLORIOSA VIRGEN MARÍA

Cuando se examina el proceso de fundación de la Venezuela colonial y la vinculación de las nuevas poblaciones a la fe católica, resaltan admirablemente reconocidas las advocaciones de la Virgen María, madre de Jesús.

Después de establecida Chamariapa, hoy Cantaura, por los misioneros franciscanos que la fundaron en 1742, se consagró la población a la Virgen de la Candelaria. De la misma manera, cuando en 1525 supuestamente Marcelo Villalobos fundó "La Asunción", la dedicó honoríficamente a ella. Igualmente, cuando Fernández de Serpa en 1569 repobló Nueva Córdoba bajo el nombre de Cumaná, invocó la protección de "la gloriosa Virgen María".

También la devoción a la Virgen tuvo su presencia ejemplar en Caracas. Un antiguo mapa de la ciudad del año 1766 la representa en su gloria celeste sobre la plaza mayor y sus edificios principales. En 1638, amenazadas por la plaga las extensas plantaciones de cacao en esa provincia, los habitantes junto al Ayuntamiento eligieron como su patrona a Nuestra Señora de Las Mercedes. A ella le atribuyeron el milagro de evitar que Caracas resultara destruida  en el terremoto del 21 de octubre de 1766.

Allí, de la misma manera se le exalta desde hace más de tres siglos bajo la advocación de la Virgen de la Soledad, digna y sufriente en la profundidad de su dolor, cuya imagen fue encargada a España a mediados del siglo XVII por don Juan del Corro, pero cuyo baúl tuvo que ser lanzado al mar durante una tempestad. Sin embargo, la imagen, inexplicablemente apareció en la costa de Naiguatá y desde 1654 se exhibe en la Iglesia de San Francisco, la misma en la que Simón Bolívar recibió, en tributo a sus hechos gloriosos, el título de Libertador.

Bolívar, al igual que muchos de nuestros próceres, fue un ferviente mariano. Cuando una vez el irrespeto y la ignorancia, -esos que tristemente irrumpen contra lo sagrado-, se expresó en contra de la Virgen, se ofendió vivamente e increpó al agresor que "Ni a mí mismo padre sufriría que blasfeme de Nuestra Señora". Y si bien se opuso como era necesario a la influencia enemiga de sacerdotes realistas, no dejó de conservar su fe y sentido de respeto como magistrado a la Iglesia al señalar que: "La Religión debe gozar de una absoluta protección por parte del gobierno...", "...aquí debe considerarse como necesaria a la estabilidad de la Sociedad, que trastornada hasta sus últimos fundamentos por la revolución, necesita de todo el imperio de la fuerza, de la razón y de la religión para contenerla en los límites del deber".

De la misma manera que Ribas agradeció en el año de 1813 su triunfo en los Horcones a la Virgen de la Paz y luego, en 1814, peticionó a María Inmaculada la salvación de la República en La Victoria, Arismendi hizo lo mismo ante la Virgen del Valle, luego del terrible asedio de la expedición de reconquista de 1815. Por último, el Mariscal Sucre, honró a la Virgen María muchas veces y de manera especial antes de la victoria de Ayacucho, y después, en sus días finales, lo hizo durante su visita a Popayán rumbo a su fatídico viaje a Quito.

La presencia tutelar de la Virgen María en la vida espiritual de la patria se hace necesaria. Ante ella se elevan las oraciones de las gentes y sus advocaciones son diversas en nuestro territorio, lo cual testimonia cómo ella ha querido bendecir a la República: apareció en Guanare y fue nombrada como la Virgen de Coromoto; se evidenció en Miranda y se le denominó la Virgen de Betania; se le encontró en Pozuelos y recibió el título de Nuestra Señora del Amparo; fue llevada a Cubagua y a Margarita luego y todos la llamaron como Virgen del Valle; se descubrió en la lacustre orilla, y desde entonces se le identifica como la Virgen de La Chiquinquirá..., nombres todos sublimes para una misma mujer, María, la madre de Jesús.

En múltiples lugares ella está presente en nuestra geografía, en nuestra historia, en nuestro corazón. Los homenajes a la Virgen del Carmen, por ejemplo, se encuentran extendidos en toda la República.

Quiera la sagrada voluntad de María Santísima reconciliar a Venezuela y disponerle caminos diferentes por encima de infames ambiciones, ruines propósitos,  odios y pasiones indignas que afectan gravemente la vida nacional.

Venezuela es una patria que desde sus comienzos ha sido y es mariana, sus pueblos siempre han acudido ante ella confiados en su misericordiosa protección, así como lo hicieron muchos de nuestros libertadores y prohombres, no desprendidos de valores cristianos y de profundas convicciones religiosas.
Buena es la hora para examinar la vida que llevamos y disponer el sentimiento y la razón en procura de auténticos valores, sentido del deber y respeto a la dignidad del hombre, independientemente de su pensamiento, de su condición social, económica y política. María, la madre de Dios, es buena favorecedora de estos fines. Ella representa un símbolo sagrado de nuestra fe y una protectora singular del bien en nuestra historia y de nuestro destino como nación.

Jfd599@gmail.com

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