Hace
como siete u ocho años, cuando Miguel Cocchiola me informó acerca de sus
intenciones de ofrecer su nombre para incursionar en el servicio público como
candidato a la Alcaldía de Valencia, también me pidió un consejo —como si yo
supiese de política— acerca de qué leer para informarse más sobre la materia y,
así, actuar mejor al ser elegido. Lo
primero que se me vino a la mente fue recomendarle el libro escrito por Thomas
O'Neill, Jr. (más conocido como Tip O'Neill) que lleva el título de “All
Politics Is Local”.
Miguel Cocchiola |
Esta frase de
O’Neill, que pasó al acervo cultural de la clase política estadounidense,
debiera estar impresa en la mente de todos quienes busquen servir a sus
conciudadanos, independientemente de los cargos que aspiren. Lo que quiso explicar el autor es que el
éxito de un político está directamente vinculado a su capacidad para comprender
a sus electores e influir en los temas que les preocupan. Según este principio,
son esas cuestiones personales — simples, mundanas, cotidianas— las que más
importan a los votantes, no las grandes ideas inmateriales; mucho menos, las
cobas altisonantes con las que nos están bombardeando desde hace quince años;
que si la invasión imperialista, que si los malucos mercantilistas
cuarto-republicanos, que si el hombre nuevo formado para servir al Estado (cuando
lo debido es lo contrario).
Tip
O’Neill no era un político de a tres por locha; fue miembro de la Cámara de
Representantes durante 34 años ininterrumpidos, fue su Speaker por diez años,
dirigió los esfuerzos demócratas para lograr la destitución del presidente
Nixon por el escándalo de Watergate y unió a otros representantes y senadores
de ancestro irlandés-americano para buscarle una solución a la guerra en
Irlanda del Norte entre el IRA y el gobierno británico. Fue un esfuerzo largo que duró ocho años y
que culminó cuando se firmó un acuerdo de paz entre los beligerantes Solo ahí descansó O’Neill. ¿Qué motivaba? Dos cosas: el haber vivido entre la clase
obrera de Boston en la época de la depresión y una profunda fe católica. Ambas lo llevaron a concluir que el gobierno
tiene que intervenir para curar los males sociales, pero solo en la medida de
lo que la prudencia requiera, sin acabar con los que producen puestos de empleo
desde la empresa privada. O sea, puro
New Deal unos veinte años después de finalizado ese programa.
Al
momento de su sepelio, fue Clinton el encargado de decir la oración
fúnebre. Entre otras cosas, explicó que:
“O’Neill fue el adalid más prominente, poderoso y leal de la clase trabajadora
(…) amaba la política y el gobierno porque vio que estos (…) podrían hacer una
diferencia en la vida de los pueblos. Y, sobre todo, amaba a la gente”.
Me
consta que Miguel ama a la gente, sobre todo la más desvalida. Desde mucho antes de que decidiera entrar en
la política, ya yo sabía de sus esfuerzos por instalar centros donde se les
enseñase artes y oficios a las señoras de las zonas humildes del sur de
Valencia. Que desde el gobierno se puede
mejorar la vida de las comunidades, ya él lo sabía y por eso resolvió ofrecer
su nombre. Su primera vez, ya lo sabemos
de sobra, no tuvo éxito por la falta de unidad que imperó entre las facciones
que ofrecieron candidatos para reemplazar a Paco Cabrera —que tan
excelentemente lo hizo. Por esa fisura
fue que se coló el ladronazo e ineptazo de Alca-Parra, preso en buena
hora. Ahora, Valencia sabe mejor; ya
aprendió con la experiencia de estos horribles cinco años en manos de incapaces
para la administración sana y eficiente pero competentes en extremo en lo de
meter la mano en las arcas públicas. Dignos
émulos de sus copartidarios caraqueños, indudablemente.
En
las elecciones que vienen próximamente, los ciudadanos —si quieren que sus
comunidades salgan del zanjón donde las tiene clavada la robolución, y
recuperen la posibilidad de progresar— tienen que escoger a candidatos que se
preocupen por las cosas locales, no por complacer a los burócratas que emiten
órdenes absurdas desde lujosos despachos caraqueños. Y esa regla vale desde Güiria hasta San
Antonio del Táchira y desde Castilletes hasta Santa Elena de Uairén. Esos candidatos son los que, producto del
voto popular, deben tomar las decisiones; no los que son designados por
“asambleas” tumultuarias dirigidas por el PUS, que es como se “escoge” a los
fulanos consejos comunales. Esos
consejos no deciden nada: ellos tienen que someter sus necesidades a Caracas y
esta es la que dispone a quién se le resuelve a y quién no. Todo, dependiendo de la afinidad política y
no de lo apremiante de la situación.
Para
evitar que cosas así sucedan es que mis votos del próximo domingo son para
Miguel Cocchiola —quien debe estar ganando por mucho puesto que hasta Girafales
se ha dedicado a denostarlo—, por Gladys Valentiner para concejal por el
circuito donde voto, y por el candidato por lista de la MUD, sea quien
sea. Así recomiendo que lo hagan todos
los valencianos.
hacheseijaspe@gmail.com
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