La radio transmitía las noticias sobre
Ucrania y yo cortaba una zanahoria en trozos para aderezar al salmón, hecho que
me incitó a pensar en Derrida y su concepto de la deconstrucción lo que es algo
parecido a cortar en trozos una tesis para aderezar una idea.
La tesis excepcionalmente inteligente que
transmitía la radio era que los miles de manifestantes de Kiev al luchar por el
ingreso de Ucrania en la EU, luchan a la vez por la independencia nacional en
contra de dos autocracias, la de Putin y
la de Yanukóvich. Es decir, se trataría, la que tiene lugar en Ucrania, de una
lucha nacional, democrática y popular, con repercusiones locales e
internacionales.
La idea contiene tres trozos: a) el ingreso a
la EU de Ucrania b) su independencia nacional y c) su lucha democrática en
contra de la autocracia. Pero el análisis del comentarista llegó,
lamentablemente, solo hasta ese punto. Si hubiera continuado podría haber
concluido en que la misma lucha de los ucranianos está teniendo lugar, bajo
otras formas y condiciones, en diversos lugares del mundo. Expliquemos:
Hasta las postrimerías del siglo XX las
luchas democráticas se dirigían en contra de dos enemigos fundamentales. En
Europa del Este en contra de las Nomenklaturas comunistas. En Sudamérica en
contra de las dictaduras militares. Hoy en cambio las luchas democráticas se
dirigen en primera línea en contra de autocracias dictatoriales o
tendencialmente dictatoriales. Dichas autocracias (también llamadas
neo-dictaduras) poseen asombrosos rasgos comunes. A riesgo de esquematizar, nombremos los
principales.
1. La gran mayoría proviene de movimientos
populares y populistas, carácter que pierden dentro del Estado, pasando a
conformar una nueva oligarquía o clase políticamente dominante.
2. Por lo general se encuentran articuladas
en torno a la figura de un caudillo carismático
3. Desde el poder son destruidas las
organizaciones sociales horizontales en función de la creación de un orden
corporativo (vertical)
4. La división de poderes, rasgo más
distintivo de la democracia occidental, tiende a desaparecer. En todos los
casos el poder judicial se transforma en un aparato al servicio del
autocratismo.
5. El partido del gobernante será convertido
en un Partido-Estado.
6. Los opositores son transformados en
enemigos irreconciliables. No hay lugar para el dialogo político.
7. El caudillo impone de modo
anticonstitucional la reelección indefinida.
8. La prensa opositora es acallada y
entregada al monopolio estatal
9. El ejército es transformado en brazo
militar del Partido-Estado.
10. Las elecciones son usadas como medio
plebiscitario de legitimación del poder autocrático. No obstante -y esto es lo
más importante- son el talón de Aquiles de las autocracias. Pues si los fraudes
electorales son totales, desaparece la diferencia entre autocratismo y
dictadura militar clásica. Y si son parciales, la autocracia arriesga el
peligro de ser derrotada.
Son tantas y tan parecidas las nuevas
autocracias, que resulta imposible hablar de casualidad. Ellas, además, están
repartidas a lo largo del mundo. Ucrania no es el único satélite autocrático
girando alrededor de la autocracia mayor: la Rusia de Putin. Hay que sumar a
casi todas las naciones que ayer formaron parte del imperio soviético,
exceptuando a las bálticas. Estamos, para decirlo de una vez por todas, frente
a la reconstrucción geopolítica de una nueva URSS, camuflada esta vez en la
forma de Unión Euroasiática. El problema es que hay naciones post-soviéticas
cuya ciudadanía quiere ser más europea que asiática. Entre ellas Ucrania.
Putin hará lo imposible para que la
europeización política de Eurasia no tenga lugar y lo más probable es que
recurrirá, siguiendo la antigua línea de la URSS, a invasiones armadas.
Pero no se trata solo de un fenómeno
post-soviético. Diferentes gobiernos africanos acusan las mismas
características autocráticas. Quizás el caso más representativo es el Zimbabwe
del dictador Mugabe, quien fuera, como tantos grandes asesinos del pasado
reciente, amigo íntimo del presidente Chávez.
América Latina ha sido campo fértil para las
nuevas autocracias. Durante el primer decenio del siglo XXl, la impresión
generalizada era que ellas constituirían el modo de dominación hegemónico en el
continente. Bajo la capitanía ejercida por los Castro y Chávez, naciones como
Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Paraguay e incluso, en parte, Argentina,
adoptaban las principales formas del nuevo modelo de dominación. Así, mientras
la anti-democracia del siglo XX estuvo representada por militares como Pinochet
y Videla, las autocracias del Siglo XXl tenía sus principales adalides en
Chávez, Morales, Ortega y en menor medida, Correa.
Sin embargo, el avance del autocratismo
latinoamericano ha experimentado serios reveses a partir del inicio del segundo
decenio del siglo XXl. En Perú la presión democrática logró la
"conversión" de Ollanta Humala de acérrimo chavista a gobernante
republicano. En Paraguay, después del desalojo del prolífico Fernando Lugo,
volvieron a través de la vía electoral los conservadores al poder. Las
elecciones legislativas del 2013 en Argentina han bloqueado las posiciones
autocráticas que anidaban en el peronismo cristinista. En Noviembre del 2013 la
versión chavista hondureña del latifundista Manuel Zelaya fue electoralmente
derrotada. Y si esa tendencia se mantiene, podría suceder que en las elecciones
municipales de Venezuela, convertidas por fuerza de las circunstancias en un
plebiscito, tenga lugar el frenazo decisivo. Ahí radica la dimensión
internacional del 8D venezolano.
La posibilidad existe, pero no es todavía
realidad. Dos son los grandes obstáculos que la oposición venezolana
deberá vencer en los pocos días que
faltan para la elección.
El primer obstáculo es el fraude. Un fraude
que existe en los centros de votación pero no en el conteo automático, hecho en
el cual han insistido los dirigentes de la MUD, verdadero Frente Popular que ya
sirve de modelo a la oposición nicaragüense y boliviana.
El segundo obstáculo es el abstencionismo
alentado por dudosos personajes enquistados en la oposición; algunos
unltraderechistas y golpistas; otros, al servicio objetivo del madurismo; no
faltando irresponsables y resentidos, ni tampoco mariscales sin ejército y
estrategas sin pueblo. El daño que ellos podrían causar a la posibilidad democrática
es inconmensurable.
Si la MUD y el conjunto de la oposición
logran superar esos dos obstáculos, una nueva era habrá comenzado en América
Latina. Una nueva era que agradecerá, antes que nadie, la disidencia
democrática de Cuba.
¿Y si no es así? Pues, habrá que comenzar de
nuevo. La democracia suele ser obra de quienes poseen el temple de un Sísifo.
O, por lo menos, el de los ucranianos.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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