Confieso
que ya perdí la cuenta de lo mucho que se ha escrito llamando al gobierno a la
prudencia en la aplicación de las medidas dictadas para lograr sus objetivos
revolucionarios: derrotar al enemigo en una imaginaria guerra económica, salir
victorioso en las elecciones municipales a través de la descalificación del
adversario y del engaño colectivo y rescatar, a través de una demostración de
arbitrariedad sin precedentes, la rampante y maltrecha imagen del presidente.
Algo
hace pensar que algunos de los revolucionarios han matado el tigre y se han
asustado con el cuero. De lo contrario no se entiende el llamado del
oficialismo a la cordura popular, vertido en frecuentes cuñas radiales y
televisivas donde la población es instada a comprar solo lo que necesita, todo
ello después del llamado oficial a “agotar las existencias del comercio”.
Alguien
debe haber comenzado ya a cavilar sobre el hecho de que, más allá del rédito
que le pueda generar electoralmente al gobierno la reducción de los precios de
artículos generadores de felicidad instantánea y fugaz, lo que está agotándose,
a toda marcha, es el inventario de paciencia que el venezolano ha necesitado
para asumir su dramático empobrecimiento y el peregrinaje en que se ha
convertido su vida buscando, no el par de zapatos Nike ni el televisor HD para
la Navidad, sino lo elemental de su dieta diaria y de las medicinas que sirven
para curar a sus hijos enfermos.
Una
muy pobre percepción de sus administrados tiene quien apuesta su futuro a que
la numerosa población de pocos recursos se va a contenta con barajitas y
espejitos, por creer que allí radica su máxima aspiración vital. El día a día
de los votantes está lleno de penurias atroces, de episodios humillantes,
cuando tiene que hacer de su vida un ovillo para conseguir lo esencial.
Cuanto
menos adinerado es el compatriota, es más tortuosa esa búsqueda y más
decepcionante el que los sueldos – si los tiene-, o los ingresos – si los hay-
, no sirven para mantener a una familia dignamente ni para hacer crecer a sus
hijos sanamente. Ni hablar de la desesperanza de quienes no consiguen o no
pueden pagar salud para un familiar enfermo. O de la impotencia que se apodera
de quien ha visto fallecer a un ser cercano en manos de la violencia callejera.
Desde
los que tienen poco hasta los que no tienen nada, todos en este país han
comenzado a percatarse de la relación de causalidad que hay entre sus
desgracias, su falta de oportunidades, su inexistente calidad de vida y los
postulados que este gobierno ha pregonado desvergonzadamente a lo largo de tres
lustros. Lo que se está agotando, mucho más rápido que los inventarios del
comercio o de la producción de las plantas industriales, es la tolerancia de
los compatriotas.
El
hastío va a cobrarle al gobierno su manipulación y su olvido. El 8 de diciembre
será la fecha…o en algún momento del horizonte temporal cercano.
bdemajo@gmail.com
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