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jueves, 19 de septiembre de 2013

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, SIGNOS DE BUEN Y MAL GOBIERNO

Si algo nos separa políticamente como Repúblicas de las antiguas monarquías contra las cuales se produjo la Revolución Francesa,  es el rechazo a formas de sumisión incondicional a un gobernante o a un gobierno. 

Aun cuando  en el antiguo régimen el poder provenía: "de Dios solo", y por ello: "ninguna potencia espiritual o temporal tiene derecho de privarlo de su reino",  se justificaron excepciones y: "estaba permitido deshacerse de un rey desagradable para conseguir uno mejor".  El texto era alusivo al rey Luis XIII en Francia. El mismo fue acusado como: "... incapaz de gobernar su reino"  (Le Vassor, 1757), y se afirma que nunca lo hizo mientras estuvo sometido a la voluntad de Richelieu. Detrás de la objeción, se abría paso contra la autoridad real, el futuro parlamento y los magistrados que defenderían la independencia y el control de los poderes del Estado moderno.

En las Repúblicas sujetas a la voluntad general, al bien común, al imperio de la soberanía popular, al cumplimiento de los fines del Estado, a la elección y al ejercicio responsable de las autoridades, un gobernante injusto, arbitrario,  incapaz, no realiza esos objetivos sociales, afecta y contradice la filosofía del poder.

Ningún gobernante adquiere el derecho de someter a un pueblo, ni de hacerse perpetuo. Los gobernantes democráticos se limitan a condiciones temporales y de actuación. Ningún gobernante puede comprometer a una Nación con sus errores y sus faltas sin hacerse responsable ante ella. La ignorancia, la impericia, la negligencia en el ejercicio del poder atrasa a los países, los debilita, los destruye. Los gobernantes pierden  respeto y legitimidad en razón a sus continuos desaciertos. El poder no es únicamente un acto de fuerza sino de influencia, prestigio, realizaciones y consentimiento social.

El poder puede ser obtenido, pero lo sustenta el mérito de los que gobiernan y el reconocimiento ciudadano. No en vano los romanos establecieron el  concepto de: "auctoritas" y lo vincularon con la tradición y la religión, con la que pretendían alcanzar la felicidad pública. La "auctoritas" propia de un buen y sabio gobernante no la tiene el que carezca de estimación social por sus faltas humanas, intelectuales y políticas.

Gobernar es: "dirigir un país o una colectividad política..., componer..., sustentar...", y la política es: la: "buena gobernación de la Ciudad", como lo indica un diccionario. Gobernar exige cualidades, formación, aptitudes, competencias. No gobierna el que desconoce, el que improvisa, el que carece de virtudes, menos aún el que agrede, vulgariza la función pública, degrada los derechos y pervierte la majestad de gobernar. Conducen los grandes estadistas, los sabios políticos, los guías trascendentes del espíritu humano. Impone el autócrata, reprime el déspota, cercena el dictador, destruye el incapaz.

No es un buen gobernante el que no sabe trascender ante la sociedad, integrar a sus conciudadanos, defender los derechos de todos. "Un buen gobierno –como señalaba Sainte-Beuve– no es sino la garantía de los intereses", de los individuos y de la sociedad. Si un gobernante no logra superar su propio entorno e interpretar la voluntad social, escuchar y admitir las posturas contrarias, no cumple la superior misión representativa de un país, de una región, de una localidad.

Un Presidente debe asumir con propiedad la magnitud de los problemas nacionales y actuar en consecuencia frente a ellos; un Presidente debe  reunir a la nación para altos propósitos; debe saber instrumentar las rectificaciones necesarias para evitar graves e irreversibles daños al país.

El despotismo es el gobierno de uno solo, según Montesquieu. La democracia es el gobierno de las fuerzas sociales, y nadie mejor que Aristóteles definió su carácter: "El principio del gobierno democrático, es la libertad". Un mal gobierno contradice su sentido. Montesquieu señaló que la corrupción puede llevar a un gobierno moderado y democrático al colapso, y cómo el despotismo significa la corrupción misma.

"Los malos  gobiernos –como expresó Say– siempre atraen: "la codicia, la traición, el mal sentido, todos los vicios". Los buenos gobiernos reúnen a los mejores ciudadanos, fomentan la virtud, la ética pública, el servicio a la nación.  "La tiranía –a juicio de Ségur– se rodea de espías y de delatores, insectos que pululan en los malos gobiernos". El revolucionario Mirabeau exigió: "la buena conducta, la sabiduría, en un gobierno". Confucio definiría al mismo como: "lo que es justo y de derecho".

Luego de tantas luchas, sacrificios y esfuerzos por construir una República, de conquistar derechos  que usurpan los tiranos, experiencias políticas admirables unas y vergonzosas otras, los pueblos no pueden ser indiferentes sobre quién los gobierna, de qué manera, con cuáles fines, con cuáles resultados, por  cuánto tiempo, y abandonar a ellos el destino de la nación. Nada es superior al bien de la patria.

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