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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA

miércoles, 21 de agosto de 2013

EDILIO PEÑA, EL LECTOR AUSENTE

En Venezuela la gente no acostumbra a preguntar: ¿leíste la novela?, sino lo contrario: ¿viste la novela? Es decir, confunde -o asocia- novela con telenovela. Página por pantalla. La razón: la percepción del venezolano ha sido formada, fundamentalmente, como espectador de telenovelas y no como lector de novelas. La telenovela hace uso de temas que representan lo explícito de la realidad; sus personajes corresponden a una predeterminada tipología social. 

La estructura narrativa de una telenovela, sucumbe a la intriga pautada por el raiting, y no a la creación original del escritor de la misma. 

En la novela, la composición estructural devuelve a la realidad su primera vez. Apuesta a redimir el detalle extraviado, a restituir el tiempo y el espacio donde los ensueños de los vivos y los muertos, conviven. En su trama, pueden hallarse ocultas pulsiones que movilizan a una sociedad vencida, más allá de las caracterizaciones sociopolíticas impotentes. Una novela puede prefigurar  salidas y estrategias que la realidad ciega no atina en la trama de su desventura. 

Los diálogos en una telenovela, terminan por ser un ruido infame que pervierte la esencia resonante de las palabras; en cambio, en una novela como Pedro Páramo, de Juan Rulfo, el habla coloquial es tan magistral y deslumbrante, que abisma a la realidad y a la propia ficción.

El venezolano tiende a manejar la tragedia, el dolor y la desesperanza con libros de autoayuda, arrebatos místicos o con consultas a psiquiatras, que hacen de su malestar psíquico y existencial, una jugosa mercancía. Unos sueñan con ir a la India, pero no al fondo de sí mismos. 

Quizá lo más dramático del carácter venezolano, es esa capacidad borreguil de convertir su tragedia, por inconsciencia o indiferencia, en una resignada costumbre. O confundir arrebato con rebelión.  Por eso es capaz de morir aplastado en una cola por conseguir un producto básico para su sobrevivencia –racionado éste por  gobierno–, y no atreverse a asaltar el palacio de lo imposible. 

Llama la atención que las editoriales venezolanas, después de cierto tiempo, al saber que los libros que acumulan sus depósitos no han podido venderse, prefieren destruirlos en el fuego de los hornos, y no regalarlos o donarlos a las pocas bibliotecas públicas funcionales. 

Imagen terrible que recuerda a escritores quemados en hogueras medievales. 

El venezolano lee muy poco o casi nada. Es devoto del formato de noticias que presenta o crea, por igual, la ilusión de resoluciones inmediatas a sus conflictos más hondos. 

El hallazgo de las redes sociales como instrumento de comunicación y movilización, no ha sido usado con suficiente contenido eficaz, para crear una trama de liberación. Al no ser lector sustantivo, el venezolano ha condenado su existencia al desconocimiento de su verdadero fluir narrativo. 

Eso explica por qué los sorpresivos acontecimientos de la realidad, rebasan a la clase política, privándola de ser visionaria.

La Revolución Francesa estuvo precedida por los enciclopedistas de la filosofía del Siglo de las Luces, y superada por la consagración de la novela como género literario definitivo. La prensa del siglo diecinueve acostumbraba a publicar en serie, capítulos de aquellas novelas que daban testimonio de la historia de la psiquis y del alma. Así los novelistas fueron patrocinantes estelares de la prensa escrita. La novela fue venciendo el analfabetismo, porque era demasiado fascinante lo que los lectores comentaban de ellas. Los ignorantes no podían creer, que con palabras,  se edificara una realidad con levedad perdurable, donde la memoria no tenía vacíos. Honorato de Balzac exploró en cada una de sus novelas, el perfil psicológico de la nueva clase social que emergía con el ocaso de la aristocracia. El mismo Carlos Marx se vio obligado a leer novelas para comprender la historia de las clases sociales, sus inflexiones e impredecibles tránsitos; comprendió que cada época tiene su narrativa y su lector. Aunque su diagnóstico supuso sustituir a la burguesía como clase emergente, igualmente como se había hecho con la aristocracia, a través de una revolución.

Sin embargo, en medio de esta larga oscuridad que secuestró a la propia noche, algunos novelistas en Venezuela escriben con el fulgor de la tenacidad insomne. Edifican obras monumentales que no podrán ser conocidas –ni comprendidas– en este tiempo de tragedia y analfabetismo político. No habrá editoriales que los publiquen. El Estado publicará a los suyos, porque el gobierno tiene la virtud de fabricar novelistas baratos a la par de su ideología, como en el pasado se produjeron telenovelas. Nadie los leerá, pero no importa, están al acecho como los lobos orgullosos y solitarios. En esta hora de la ceguera, en la que no hay lectores para sus magníficas páginas, los novelistas verdaderos escriben con el fervor y el desvelo de un Franz Kafka o un William Faulkner.

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