Hoy tuve el placer de escuchar una
maravillosa tertulia, con la excusa del libro “Armando el rompecabezas de un
país” de @EdicionesBVzla, entre Cesar Miguel Rondón @cmrondon, Colette Capriles
@cocap y Alberto Barrera Tyszka @Barreratyszka.
Como una buena tertulia puso a danzar varias
ideas al ritmo de la necesidad de comprensión y profundidad. Tuvimos mucha
suerte los que allí nos citamos, pero espero que alguien la haya grabado
formalmente –además de un par de chicas que lo hacían con sus celulares-, la
transcriba y la ponga a disposición de todos, para que muchos más tengan la
oportunidad de pasearse por esas reflexiones y permitan que les orienten las
propias.
En mi caso, hay un par de hipótesis que tengo
y que quiero comentar.
1. NO PODEMOS CONFUNDIR POLARIZACIÓN POLÍTICA CON IDENTIDAD NACIONAL
FRACTURADA
La polarización política, en este momento, ha
cobrado la forma de dos grandes opciones electorales, dos grupos casi iguales
de electores, en magnitud. Esta expresión es el producto, por una parte, de la
evolución del proyecto personal de Chavez y por la otra, del esfuerzo por
concretar una alternativa de gobierno fraguada desde la mesa de la unidad. La
primera con una cohesión que se ha puesto en alto riesgo a partir de la
desaparición física de Chavez y la segunda, con una cohesión en consolidación,
a partir de la emergencia de un liderazgo claro y reconocido encarnado en el
candidato presidencial y los principales voceros de la unidad.
Hablo de opciones electorales y no de
visiones de país, porque creo que, a pesar de que ahora está mejor dibujada la
unidad opositora en términos de la visión nacional que persigue, aún no se
trata de un proyecto de país, claro, sólido y compartido por todos, por una
parte; y porque, por la otra, dentro de las filas del oficialismo, con la
desaparición física de Chavez, se perdió la cohesión en torno a un grupo de
ideas que por muy desestructurado y contradictorio que haya resultado durante
estos 14 años, constituía un proyecto político, personalísimo, pero que
dibujaba algunos rasgos de un país deseado.
Hasta aquí podemos decir que tenemos dos
grupos electorales en pugna por el poder, con visiones de país en construcción
o en destrucción, según el caso.
En términos de visiones de país, la opción
opositora construye su cuerpo de ideas en un espacio de debate signado por el pluralismo
político. Esta construcción, dada la diversidad ideológica presente, no ha
resultado muy fácil, pero se ha identificado un grupo de ideas base. En ésta,
los millones de electores que la forman, aún no tienen unidad sobre las ideas
identificadas. Sin embargo, el liderazgo emergente de su candidato presidencial
y de sus principales voceros, ha marcado algunas importantes pautas. La
cohesión está dada por la existencia de un liderazgo claro y reconocido.
Por su parte, la opción oficialista, que hasta
hace poco derivaba su cuerpo de ideas de lo dicho por su líder máximo, ahora,
en ausencia de una plataforma pluralista que reconozca y legitime sus
facciones, se revuelve en pugnas internas, que formalmente, no hace aguas,
mientras la necesidad de defender su permanencia en el poder los obliga a
mantenerse cohesionados en contra de los opositores. En este grupo, las ideas
de país en sus bases, se mantienen alineadas con las promesas, incumplidas,
pero idealizadas del proyecto vendido por quién fuera su líder máximo. La
fuente de cohesión se perdió y ahora se trata de mantener, a duras penas, por
la fuerza.
Está claro entonces que existe polarización y
fuerte fractura política, sin embargo, en términos de identidad nacional, la
cosa es de otro tenor.
2. VIVIMOS UN ESFUERZO DE IMPOSICIÓN DE UNA NUEVA NARRATIVA
Al respecto voy a comenzar diciendo que
concuerdo con Colette cuando afirma que vivimos la intención de imponer, por
parte del grupo que detenta el poder, una nueva identidad nacional que
desconoce y excluye todo lo que le resulta diferente e inconveniente.
Sin embargo, particularmente pienso, que este
esfuerzo más que intentar construir e imponer nuevos rasgos de una identidad
nacional, plantea la imposición de una nueva narrativa sustentada en una re-lectura
o una lectura fabricada nuestra historia y de los rasgos constitutivos de
nuestra cultura, que no recoge aspectos muy relevantes de lo que somos, porque
solamente está dirigida a sustentar la polarización política y no tanto a
producir una real transformación social, a partir del reconocimiento e
inclusión en nuestra identidad de rasgos y fragmentos integrantes de la
venezolanidad que también definen lo que somos, pero que han sido
recurrentemente excluidos.
Esta narrativa, está concebida como una nueva
interpretación de nuestra estructura y dinámica social que, por su afán
polarizador, está constituida por la confrontación de dos facciones, fabricadas
para sustentar la polarización y la división política, los pobres excluidos
contra los traidores a la patria vendidos al imperialismo.
Esta narrativa no asoma, ni por equivocación,
la complejidad de nuestra estructura socio-cultural, producto, entre muchas
otras cosas, de nuestra larga tradición de migraciones, ni nuestra intrincada
dinámica social y política, signada por un toque de adolescencia en nuestro
nivel de madurez republicano-ciudadana. No las asoma, y mucho menos las refiere
como base necesaria para comprendernos y a partir de ellas y de otras,
reconstruir la idea de venezolanidad.
Pero insisto, es más una narrativa a la que,
recientemente se le ha respondido con otra narrativa mucho más consistente con
la lectura de nuestra dinámica social y política cotidiana, que una identidad
nacional nueva, aunque en dicha narrativa se apele a algunos ingredientes que
podrían formar parte de un referente de identidad.
3. LA ANTI-IDENTIDAD COMO IDENTIDAD NACIONAL
Como dije antes, el asunto de la identidad
nacional, es de un tenor diferente tanto al de la polarización política, como
al de la narrativa que pretende sustentarla. De hecho, el tema de la identidad
nacional es tan complejo que sería pretencioso tratar de plasmar su
problemática en pocas líneas. Por ello, sólo voy a esbozar un par de ideas que
creo debemos considerar en el debate.
La primera es que, después de mucho tiempo y
de haber tenido unos claros rasgos con los que orgullosamente la mayoría de los
venezolanos nos identificábamos, actualmente, una de nuestras mayores
coincidencias, en términos de identidad, es que nos sentimos extranjeros en
nuestra patria, ya sea que nos sentimos extranjeros gran parte del tiempo o que
nos sentimos así en parte importante de su territorio. Es decir, nos define la
“no pertenencia” como cualidad de vinculación con el territorio y su gente.
Esta “no pertenencia” es propia de la
estructura de guetos que experimentamos de forma generalizada durante los
últimos años y que, a pesar de que una parte de la población que se encontraba
excluida podía haberla experimentado desde hace muchos más años, se convirtió en
un rasgo generalizado, bajo el impulso de la polarización política. Esta, que,
en un primer momento, hacía que nos sintiéramos extranjeros en partes
específicas del territorio, con el tiempo, se ha magnificado y hemos terminado
sintiéndonos ajenos al país.
Este rasgo es más importante en algunos
grupos sociales que en otros, pero todos sufrimos una especie de desarraigo de
la patria, porque, en este momento, no se parece a la que ninguno de nosotros
soñó. Ese desarraigo, constituye un nivel de escisión de la identidad muy
profundo y personal porque no está construido por grupos de personas
cohesionados que se identifican entre sí, pero que no se reconocen en grupos
distintos, sino que se desprende de una ruptura de cada persona con su sueño de
país que, a falta de proyectos compartidos, se produce desde la intimidad del
ser.
La segunda es que, a esa sensación de no
pertenencia nueva para algunos y de vieja data para otros, se une el vacío por
la inexistencia de una “idea” compartida que nos dé un nuevo sentido de
identidad nacional, esa especie de engrudo que nos permite tener cohesión como
país, a pesar de la diversidad y las diferencias. Pero la inexistencia de una
“idea” compartida, buena parte de ese vacío que sentimos, creo que es más el
producto del empeño en desconocer y menospreciar al otro que de la real
ausencia de elementos que puedan constituirse en esa “idea” de nos compartida;
empeño que, por cierto, a pesar de que ya existía como un rasgo latente en
nuestra idiosincrasia, se ha exacerbado, extendido y arraigado como una más de
las consecuencias de la polarización política.
Así tenemos como identidad un sentimiento de
no pertenencia, unido a un rechazo al otro al que soy incapaz de reconocerle
virtudes aunque tenga las mismas que yo me reconozco y de paso, le achaco todos
los males y le endilgo todos mis defectos sin reconocerme reflejado en ellos;
es decir, “ni pertenezco” “ni me identifico” se perfilan contradictoriamente,
como dos de los rasgos comunes de identidad que tenemos actualmente los
venezolanos.
No obstante, si pudiéramos mapear
socio-cultural y geográficamente a nuestra sociedad, podríamos dibujar un mapa
de grupos con rasgos culturales diversos, distribuidos en guetos a nivel
espacial, que no se reconocen mutuamente, pero en los que podemos identificar
superpuesta una red de valores y de creencias compartidas y cruzadas.
Obviamente, aun cuando en términos espaciales están bastante claros los bordes,
en términos socio-culturales, no podríamos identificarlos con tanta claridad,
porque la superposición los permea y los trasciende, como también los traspasa
la sensación de no pertenencia.
Finalmente, la tercera idea, es que a pesar
de que no nos gustan y de que no las queremos reconocer como propias, en este
momento hay una serie de creencias que son en las que coincidimos con mayor
fuerza y las que, de hecho, podemos reconocer como parte de nuestra identidad.
Creencias como: “Las reglas del juego están hechas para ser violadas cuando no
me convengan, pero si las viola otro, y eso me afecta, lo considero una afrenta
y reclamo su no cumplimiento”; y “Venezuela es un territorio en disputa, el que
gane se queda y el que pierda, se asimila y si no le gusta, se va”; son
creencias que están de diversa manera y con distintos niveles arraigadas en
nuestro pensamiento, que se manifiestan, más de lo que aceptamos,
cotidianamente y muchas veces en acciones que pasan desapercibidas porque no
nos resultan relevantes. Pero son creencias que están ahí y si ponemos atención
podremos sentir su presencia abrumadora.
La “no pertenencia”, la “no identificación” y nuestro “lado oscuro”,
lamentablemente, son ideas comunes que actualmente, aunque no queramos, nos
identifican y sobre ellas tenemos que actuar, comenzando por reconocer su
existencia, para poner la reconstrucción de la identidad nacional en otro plano
y poder comenzar efectivamente a trabajar sobre ella.
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