La oposición y los intelectuales encaramos
horas decisivas de supervivencia.
Amanece, luego de la conmoción inevitable
producida por la noticia de ayer, y de inmediato debe movilizarse el
pensamiento de quienes tienen responsabilidades de conducción política o en la
formación de opinión. Desde ayer mismo, también antes de ayer y sobre todo en
esta mañana del “día después” se percibe que, en medio de su dolor, los
herederos de Chávez no dan puntada sin hilo en su tarea de edificar el mito de
un nuevo Libertador y santo mayor de los venezolanos.
Las apresuradas visitas de los presidentes
latinoamericanos más cercanos de la revolución y el tono de sus declaraciones
iniciales revelan que no se darán pausa en su proyecto de crear en Venezuela un
nuevo peronismo, un anchísimo alfombrado político que cubra el territorio
nacional de pared a pared y fuera del cual no sea posible organizar nada,
expresar nada, representar nada.
Al cabo de 60 y pico de años, en la Argentina
ha cristalizado ese fenómeno mediante el cual no se puede hacer política real
fuera del peronismo, es sus variadas versiones y facciones. Pero tuvo que
transcurrir todo ese tiempo, en medio de las peores convulsiones políticas y
militares, de tragedias sin límite, de catástrofes económicas y del sufrimiento
inenarrable de millones de personas, para edificar el contrasentido de una
religión política de Estado.
Ante los ojos asombrados de millones de
venezolanos con sentido crítico, en nuestro país se está intentando a toda
prisa una operación de similar calado, esta vez con el concurso de un entorno
internacional que está demostrando carecer de pruritos para arrimar su hombro a
la tarea.
El agigantamiento de la obra de Bolívar no fue cosa de un día. Aún en
la hora de su muerte, El Libertador fue un hombre polémico, discutido y
cuestionado. Fue en el curso de los años y décadas siguientes cuando unas
repúblicas sosegadas para el análisis de la grandeza de su labor y obra constructora
fueron reconociendo la dimensión histórica del personaje. No hubo en aquel
momento ningún aparato de propaganda al servicio de un acelerado operativo de
imagen corporativa, para cimentar improvisados pedestales de exagerada
grandeza.
¿Lo vamos a permitir los venezolanos que
conservamos un mínimo de criterio propio, sindéresis y autorespeto?
¿Lo va a
permitir la dirigencia política opositora, responsable en grado sumo de
mantener estos temas en su correcta dimensión política e histórica, sobre todo
cuando se reconocen los fines claramente electorales de la operación?
¿Lo va a
permitir lo que queda del chavismo serio y honrado? ¿Lo vamos a permitir los
intelectuales, cuyo mínimo compromiso con la verdad histórica y la reflexión
objetiva nos obliga a defender a la población menos ilustrada de tales acciones
sobre su independencia de pensamiento?
Hoy viene a mi memoria el ejemplo del gran
Borges, elevado como un solitario mástil ante la edificación del mito peronista
y quien por ello pagó un alto precio; y el muy digno de Cortázar, cuyo
autoexilio de por vida fue originado en la misma causa.
Todo esto se puede ejecutar de inmediato, sin
por ello faltar al debido respeto y a la discresión aconsejada en estos casos.
Vemos que el oficialismo ejerce su dolor sin descuidar ni por un segundo sus
objetivos político-electorales.
“Llorando
y vistiendo el muerto”, como dice el dicho popular.
Y nos preocupa que la oposición se deje arrastrar por el microclima que indudablemente se va a instalar durante los próximos días, en el país y en Latinoamérica toda. Estoy conciente del riesgo que asumo al escribir esta nota tempranera, mas no podría dormir tranquilo, ni mirar a los ojos de mis hijos y nietos, si por una aconsejable prudencia me inhibiese de hacerlo.
turgelles2@gmail.com
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