Dedicado a una valiente mujer Venezolana;
Martha Colmenares.
En la cultura ranchera de mi tierra, la
calificación más alta que se le da a un buen vaquero para considerarlo como
tal, es la forma en que amansan sus caballos. Uno bueno, al entregarle un potro
bruto, lo transforma en un dócil animal, obediente a la rienda, noble ante el
comando de su jinete. Mientras que un mal vaquero, convierte el potro en algo
imposible de controlar, no obedece la rienda, rabioso, se espanta y se azota.
En el rancho de mi abuelo moraba un vaquero famoso por los malos caballos que
producía y le apodaban “El Guaquila.” Los caballos de El Guaquila eran tan
temidos, que nadie se atrevía a montarlos.
Hace unos años miraba los noticieros cuando
aparece Hugo Chávez con su clásica boina roja, su cara abotagada, con la mirada
de un enfurecido demente arengando a sus salvajes seguidores y retando a los EU
hasta llegar a calificar al presidente Bush de “pendejo,” para luego continuar
amagando a sus opositores, a la OEA, y a todos los no simpatizantes de su
famosa revolución bolivariana. Fue en esos momentos que, como algo automático
me viene a la mente, “esta mula espantada parece que la amansó el Guaquila.”
Pero finalmente se acabó ese tormento, se
acabó la revolución Guquilariana porque sin Chávez ya no existe. Pero lo que
sucede en Venezuela en estos momentos es increíble, santifican a su verdugo.
Nadie propone festejar que haya fallecido,
pero lo que no debe aceptarse es que alguien que persiguió a opositores, los
encarceló, mandó al exilio a los que se oponían a sus ideas, encarceló a una
juez por no fallar cómo él quería y además la juez fue violada en la cárcel,
acomodó la constitución a su propósito de perpetuarse en el poder, se paraba en
una plaza y, cuál dictador omnipotente, decía “exprópiese”, sin respetar la
propiedad privada, clausuró medios de comunicación opositores y una serie de
atropellos interminable a los derechos individuales.
Este adalid de los pobres que tanto odiaba a
los ricos, ha dejado una fortuna que los expertos ubican en los $2,000 millones
de dólares. Del trillón de dólares que recibió Venezuela por las ventas de
petróleo en el mandato de Chávez, más de $100,000 millones fueron a dar a su
familia y a su círculo de incondicionales. Su flotilla de aviones, para uso
personal y de su familia, cuenta con un avaluó de $150 millones de dólares.
Chávez fue un gran showman. Mantenía
audiencias entretenidas durante horas exponiendo un cautivador cuento acerca de
cuan crueles y terribles son los capitalistas extranjeros, y cómo su revolución
bolivariana estaba arreglando ese mundo ingrato. Se hacía acompañar por actores
segundones para dar potencia a sus mensajes. La idea del Socialismo Siglo 21,
del cual reclamaba autoría, era tan ridículo e incongruente que cualquier
persona con un IQ de 50 se hubiera muerto de la risa al escucharlo.
Chávez pertenece a esa larga lista de
tradicionales líderes sur americanos que, a base de su demagogia, enloquecían a
las multitudes. Como Perón, Castro y Melgarejo, fue un líder que no solo las
masas adoraron, también fue lo que esas masas merecían. Chávez casi destruyó
Venezuela, pero las masas ahora lo santifican. Pagó caro esos afectos. De los
ingresos del petróleo regaló más de 100 billones de dólares y de esa forma
compraba la docilidad de los perversos.
Pero ya no tendremos que aguantar las
explosiones aguaquiladas del comandante Hugo Chávez, el show ha terminado.
Ahora, con cierta paz, tranquilamente debemos leer los pensamientos de ese
verdadero héroe que fue Simón Bolívar, y compararlos con la diarrea verbal del
fallecido Comandante:
“En cuanto que nuestros compatriotas no
adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros
hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos
favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente estas
cualidades parecen estar muy distantes de nosotros, y por el contrario, estamos
dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la
española, que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia.”
"Es más difícil, dice Montesquieu,
rescatar un pueblo de la servidumbre que subyugar uno libre". Esta verdad
está comprobada por los anales de los tiempos que nos muestran las naciones
libres amenazadas, y muy pocas de las esclavas recobrar su libertad. A pesar de
ello, los meridionales de este continente han manifestado el intento de
construir instituciones liberales, sin duda, efecto del instinto que tienen
todos los hombres de lograr la felicidad; la que se alcanza, infaliblemente, en
las sociedades civiles cuando están fundadas sobre las bases de la justicia y
la libertad. Pero ¿seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero
equilibrio la difícil carga de una república? ¿Se puede concebir que un pueblo
recientemente desencadenado se lance a la esfera de la libertad sin que, como a
Icaro, se le deshagan las alas y recaiga en el abismo? Tal prodigio es
inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un raciocinio que nos
halague con esta esperanza.”
“Luego
que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su
protección, se nos verá cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la
gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia la grandeza a que está
destinada la América meridional; entonces las ciencias y las artes que han
ilustrado la Europa volarán a la América libre, que las convidará con un
asilo.”
La libertad fue el móvil de la acción de este
genio americano, pero sabía que ésta no es completa si no se acompaña de
educación, trabajo, justicia y una acrisolada moral que convierta en integral
la obra del estadista. Conducir masas es tarea fácil, pero hacerlo con acierto
es obra de titanes, y es en donde radica la grandeza del político. Hay líderes
inteligentes y honestos, pero abundan los politiqueros, nebulosas figuras de
arena fabricadas por la propaganda y por ende, sin asideros en la historia de
los pueblos, son los que nacen para desaparecer con la “muerte física”. Son de
la caballada del Guaquila.
Poco antes de su muerte, Bolívar decepcionado
y con visión profética, predijo cómo los pueblos de América Latina sucumbirían
bajo de bota militar de tiranos como Chávez y afirmaba: “Durante toda mi vida
luché por la libertad de estos pueblos y, al final de ella, siento que estuve
arando en el mar”. Parecía adivinar una cabalgata del Guaquila por toda la
región produciendo sus “mulas espantadas.”
En la patria de ese gran estadista ya no lo
ofenderán con esa Revolución Bolivariana, y en al país que le dio su nombre;
Bolivia, ya no lo podrán enlodar pues sin la teta, ahora tienen que trabajar.
Los que amamos la libertad, ante la partida de Chávez, podemos respirar un poco
más tranquilos sabiendo que los hermanos venezolanos tienen otra oportunidad,
pues la caricaturesca función ha terminado.
Twetter@elchero
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