No es nuevo para los venezolanos que esta
montonera colorada devenida en Revolución nos inserte de cuando en vez una
teatral religiosidad que se pasea por credos y ritos pero que simplemente no es
más que otro templete, otra farsa de quienes han sacado gran provecho de la
mentira y la burla.
A Chávez lo hemos visto decir -crucifijo en
mano- que él como Cristo llegó para redimir a los pobres del mundo, a los que
sufren “hambre y sed de justicia” porque Jesús de Nazareth era marxista y
aunque a él (Chávez) El capital y otros libracos de Carlitos le resultan muy
pesados y por tanto no leyó nunca, eso no le convierte en menos marxista, ni
impide que Cristo, Fidel y él sean una especie de Santísima Trinidad comunista.
Un dogma que se acata, que no se discute y que genera un nuevo santoral, una
liturgia adaptada a los tiempos de “Robolución” y a la mentira como axioma.
Siempre me ha resultado curioso que muchos
teman hablar de la maldad cuando el malo muere… La muerte pareciera un baño de
santidad que cubre de olvido la perversión de muchos. Esto están tratando de
hacer con Chávez el golpista, el que irrumpió el 4 de febrero de 1992 regando
de cadáveres las calles de una Venezuela que amanecía viéndole el rostro al que
cómplices y también ingenuos apoyarían en el atentado contra un gobierno
democrático y alfombrarían de ambiciones y malos cálculos el camino a
Miraflores de ese que llegó con violencia y muerte y la ha ejercido por casi
tres lustros de poder. Ahora, que no se sabe -ni siquiera sus compinches- si
Chávez vive o es un fiambre, es pecado mortal recordar sus crímenes, sus
canalladas, sus traiciones, sus saqueos y más pecaminoso, por supuesto, mostrar
el derecho que cada venezolano tiene de saber si está muerto y si con él muere
esta pesadilla que nos hermanó a tragedias como la cubana y a monstruosas
ideologías como las de los santones iraníes y su terrorismo trajeado de
nacionalismo, religiosidad y justicia de una deidad que tiene al odio como
guía.
Tratan de hacer de Chávez el “Cid nuevo”, el
que muerto siga ganando batallas… Batallas que no son más que atentados
espantosos contra la libertad, contra la soberanía de una nación, contra la
democracia en un continente que a cuenta de renombrarlo como la “Casa grande”
pretenden adueñárselo para que sea por fin el Imperio con el que se obsesionó
siempre el truhan cubano, el que poco le importaba desencadenar una guerra
mundial si con ella dejaba de ser sólo un malandrín suertudo que trastocó sus
rabias de hijo bastardo por una tiranía sangrienta y hambreadora que cobró
caras las negaciones que por bastantes años el gallego Ángel María Castro Argiz
le hizo a él y a los otros hijos de Lina Ruz González, la sirvientica canaria
que despertó la lujuria del que procreó en ella a los verdugos de Cuba.
Religiosidad imperiosa, más cuando
desesperados necesitan construir un mito y con él revestir a unas rémoras
engordadas en la barriga de Tiburón 1. Rémoras que no saben de qué otra manera
pueden ellos quedarse en el poder y por supuesto seguir sirviendo de arca de
chulos, tesoro de tiranos expertos en la siembra de terror, en doblar el
espíritu y también en cómo hacer de un pollito, un rollo de papel higiénico o
un kilo de harina algo más importante y perentorio que la libertad.
Religiosidad que no es otra cosa que un
capítulo más de esta tragicomedia donde la nación con la más grande tradición
libertadora terminó convertida en una colonia de una islita ruinosa cuyos
verdugos -insaciables chulos- ahora son los que ordenan, mandan, disfrutan
mientras un pueblo cada vez más pobre tiembla de miedo al creer que si
desaparece el gran farsante, con él se acaban las limosnas, el pellejo que
comen aun cuando por primera vez en la historia de Venezuela hubo tanto y tanto
dinero que pudo terminarse con la pobreza extrema y convertirnos en un país
desarrollado y vacunado contra tiranillos cuartomundistas.
Religiosidad colorada, castrochavista.
Mazacote de ritos, de fetiches, de farsas… La última de estas cómicas sin dudas
fue la “remodelación” de la capilla del hospital militar de Caracas, donde se
asegura está el “Invisible”, el que nadie ve pero que debemos aceptar como
inmortal. Capilla de la esperanza la llaman y con ella emerge una de las
infantas -María Gabriela Chávez- ya no como mera hija del Supremo, sino en
franca competencia histórica con Baccio Pontelli, el arquitecto de la Capilla
Sixtina. En la obra magna de esta heredera del talento y la audacia del padre,
se realizó una misa donde el catolicismo a la manera castrochavista se adueña
de ateos, de budistas, de evangélicos, de musulmanes. Donde la banda en pleno
ruega por la única vida que importa para ellos en este pobre país donde la
muerte violenta se hizo cotidiana y la impunidad el abono para que prolifere.
Lloran los vándalos colorados, esos que hace
14 años eran unos pobres de solemnidad y ahora muestran el milagro de ser mil
millonarios sólo con el sueldo de empleados públicos. Llora Nicolás Maduro, no
sabemos si por el miedo a no tener a tiempo construido el mito Chávez o porque
cada vez que habla nos demuestra que sigue siendo el chofer de autobús siempre
gozando de permisos laborales, el reposero eterno, que por flojo ni siquiera
concluyó el bachillerato pero la Revolución lo elevó a Estadista. Maduro,
llorando por el que lo nombró heredero.
Maduro y los cabecillas de la banda en una
misa negra, misa donde se adora al demonio, a sus pompas y a sus obras y se
ofende la fe de millones que practican la religión del amor y el perdón y no
olvidarán jamás que este perverso segundón no ha sentido piedad nunca. Ni
siquiera ante las lágrimas de una niña llamada Ivana Simonovis, la hija de Iván
Simonovis, una víctima más del odio y el ensañamiento de una víbora que jamás
sintió temor de Dios.
Religiosidad de unos delincuentes, de unos
farsantes, de unos forajidos. De los que desconocen el respeto al otro, la
piedad, la contrición de corazón. Ridículos discípulos del Maestro Ciruela, que
no sabe leer y pone escuela…
ebruzual@gmail.com
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Que valiente mujer; a ella mi respeto y mi profunda admiración...
ResponderEliminarJulio