La
actual clase de funcionarios, no sólo acusa una grosera capacidad para repetir
lo que malamente expresan otros dirigentes.
Es uno
de los problemas que con mayor incidencia repercuten sobre el resto del
andamiaje semántico y dialéctico, de cara al hecho posible de estar apostando a
un futuro desarreglado en todo sus aspectos.
Lo que en arte inspira la vehemencia, en
política termina convertida en falacia. Situación ésta que compromete
decisiones de algún tenor e importancia. Sus consecuencias incitan distintos
problemas. No tanto causados éstos por la inconsistencia del discurso que ayuda
a desvirtuar todo propósito reivindicativo, como por la inadvertencia o
imprevisión que acompaña cada palabra expuesta durante la declaratoria
pronunciada. Pero sí, porque aluden consideraciones teoréticas que complementan
la forma banal de hacer y ejercer la política. Mejor dicho, la politiquería.
Aunque luce peor cuando este verbo violento y violentado en su empleo, difama
la inteligencia y arrolla la ecuanimidad entendida como el escenario en el cual
se aprovisionan los valores morales, básicos para la praxis ética de la
política.
El discurso de los jerarcas del presente
régimen, funcionarios apócrifos de un gobierno de facto que por perverso
confiscó con alevosía y predeterminación la democracia venezolana, ha
encadenado al país a condiciones retrógradas, extenuadas y al mismo tiempo,
sectariamente politizadas. Cada una de las palabras que asoma el discurso de
estos gobernantes posicionados en medio del devaneo populista actual apodado
con el remoquete de “socialismo del siglo XXI”, revela el descaro de quienes se
atreven a hablar sin sentido ni razón de conceptos que, epistemológica y
politológicamente, son profundamente complicados y serios. Conceptos vinculados
con la teoría económica, la teoría administrativa de gobierno, la teoría
política o con la filosofía marxista. Pero de ahí a manejarlos con propiedad
intelectual, la brecha es infinita para estos personajes que sólo buscan
derrumbar el sistema político constitucional para justificar la implantación de
otro con menos potencial institucional, pero práctico a sus mezquindades.
La actual clase de funcionarios, no sólo
acusa una grosera capacidad para repetir lo que malamente expresan otros
dirigentes. Sobre todo, cuando hablan con la incongruencia de quien desconoce
lo que dice. Presumen de lo que carecen cuando aducen conceptos sin el más
mínimo conocimiento que arrojan sus reales implicaciones. Es uno de los
problemas que con mayor incidencia repercuten sobre el resto del andamiaje
semántico y dialéctico, de cara al hecho posible de estar apostando a un futuro
desarreglado en todo sus aspectos.
Así que ante tan mayúsculo vacío o inmensa
confusión, cada discurso es matizado de banalidades y consideraciones efímeras
valiéndose no sólo del estruendo que logran a punta de gañote y de emociones disfrazadas
de principios. Igualmente, porque para ello se aferran necesariamente a medios
de comunicación aduladores que, al radiar el impugnado mensaje, encubren
esperanzas manipulando sentimientos y desfigurando verdades. Así que todo
discurso del oficialismo, se fundamenta en exuberancias y en contenidos de
exagerada demagogia. Peroratas éstas que además lucen presuntuosas por cuanto
en el fondo están montadas sobre engañifas cuya intención es exhortar
situaciones de puro embrollo.
VENTANA DE PAPEL
CON LA RAZÓN POR DELANTE
El país está próximo a nuevas elecciones
presidenciales. Nuevas elecciones cuyas condiciones legales, institucionales y
logísticas lucen profundamente desiguales. La palestra política luce
profundamente polarizada a consecuencia de una gestión gubernamental construida
con base en el resentimiento que durante catorce años han respirado advenedizos
convertidos hoy en conspicuos dirigentes del proceso revolucionario.
Por una parte, el candidato Nicolás Maduro
Moros, ha afincado sus expectativas en la imagen que sembró el extinto
Presidente Chávez lo que ha sido visto como una carencia de personalidad
política y que, de alguna manera, contribuye a debilitarlo no sólo ante el
electorado nacional. Peor aún, ante sus propios seguidores. Más, cuando su
figura se ve en medio de un serio cuestionamiento frente a la legalidad
jurídica y la legitimidad política que puede favorecer sus aspiraciones. Por
otro lado, está la presencia del candidato Enrique Carriles Radonsky quien
viene de haberse medido el pasado 7 de Octubre con Hugo Chávez alcanzando una
importante y sólida votación.
Sin embargo, de cara a las contradicciones
que surgen de estos nuevos comicios se hace necesario considerar algunas
posibilidades que podrían entenderse como factores de incidencia política por
los cuales se haría un tanto más inmediato elaborar algunas conclusiones que
tiendan a determinar la naturaleza de tan enrevesadas elecciones. En principio,
pudiera examinarse la franqueza de los respectivos discursos. Asimismo, el
efecto de las correspondientes maquinarias delante de las cuales habría que
sopesar la confianza y el entusiasmo que las mismas puedan despertar ante
aquellas parte de la población política que sigue sin comprometerse ante la
decisión que significará elegir entre dos opciones liando con el futuro.
Los problemas que habrá que enfrentar como
nación, son innumerables. Solamente queda por comprender hasta dónde el
electorado será capaz de concienciar las capacidades de uno y del otro para
reconocer que Venezuela no podrá salir del marasmo en que se encuentra si acaso
sigue desconociéndose que la solución está en manos de quien este 14 de Abril
razone su voto a consciencia ante un porvenir que sólo podría construirse en
democracia. Así que no hay de otra, a votar con la razón por delante.
POR UN NUEVO CAMINO
A pesar de decirse que el hombre es el único
animal que se tropieza dos veces con la misma piedra y busca nuevamente repetir
la caída, algunas veces logra escapar del hecho. Sobre todo, cuando reconoce
que no tiene sentido alguno caer dos veces en el mismo hueco pues el golpe
puede resultar en una contusión sin acomodo. Y es que en política, las cosas no
son diferentes. Quizás hasta con más intensidad suceden.
Sin embargo, cabe preguntarse, ¿por qué el
hombre político está condenado resistirse a evitarlo por mucho esfuerzo que
haga? Más aún, cualquier intención de resarcir las consecuencias no satisface
la pretensión asumida. La experiencia venezolana es perfectamente
representativa de dicha situación. ¿O es que tiene otra explicación el bochorno
que ha significado haberle dado el apoyo necesario al régimen para que
conservara en el poder político a lo largo de estos últimos catorce años?
Pareciera que no. Aunque también, pareciera que no hay razones que convaliden
una situación repetida por la cual vuelva el país a ser golpeado por el
desastre provocado por una gestión gubernamental maula.
¿Acaso resulta tan difícil reflexionar como
individuo o colectivo frente la posibilidad calculada de seguir sosteniendo un
régimen que cada día sigue manteniendo su empeño de desmontar la
institucionalidad democrática para sustituirla por un régimen oprobioso en
virtud del modelado marcado por esquemas políticos comulgantes con la vetusta y
autoritaria ideología comunista? No hay más espacios ni oportunidad para pensar
alejado del marco derrotista que pretende imponerse en el país a través del
controvertido Estado comunal y que no es distinto de un proyecto social
encarnado por el odio, el abuso, la autoridad, la amenaza, la expoliaciones, la
intolerancia y la chabacanería, particularmente. Así que para lograr el
susodicho objetivo, habrá que asumir la disposición de evitar seguir
resbalándose para no volver a caer, al menos, en las mismas depresiones o rudas
concavidades. Habrá que decidir transitar por un nuevo camino.
antoniomonagas@gmail.com
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