La veneración de imágenes no dejó de
ocasionar problemas en la Iglesia Católica entre iconoclastas e iconodulas. El
Imperio Bizantino fue testigo de las más duras batallas entre quienes se
inclinaban por la adoración de las imágenes y quienes se oponían. Leon III se
oponía, duro iconoclasta, cuyas posiciones condujeron a la definición que
miramos: dulía, veneración, imágenes, iconos.
No asalta el recuerdo de esa vieja lucha por
la tierna fotografía de los portadores de vírgenes que nos regaló el breve
período entre la declaratoria del carnaval el 4 de febrero y el momento de
anuncio de la devaluación del bolívar. Es la primera vez que se ve a un
Ministro de Relaciones Exteriores y a una Procuradora General de la Nación
portando vírgenes mientras flanquean a un vicepresidente. Y sin portar capuchas
como en las procesiones de una Sevilla cualquiera. Es verdad que el rito
católico diferencia entre iconodulia e
idolatría, permitiéndose la advocación de la Virgen María en diversas
versiones, aunque sí sea considerada práctica idolátrica la adoración de dioses
de otras religiones muy distintas, tal como la que se identifica con el titular
de un “proceso revolucionario”.
En fin, que en un país donde se sucede de
todo para que nada cambie. Los indios pemones de nuestra Amazonía repitieron la
captura de unos cuantos soldados exigiendo algunas reivindicaciones, lo que
bastó para levantar otra idolatría, la del héroe inesperado que anida en la
mente de una sociedad venezolana de caracteres psicológicos débiles. Tema pemón
es muy complejo. Implica minería ilegal, sobrevivencia, bandas armadas,
deterioro ambiental, reclamo de derechos ancestrales, pero la situación fue
simplificada no sabemos si como gesto de humillación hacia las Fuerzas Armadas
o como reivindicación psicológica de una frustración evidente.
Las llamadas a los pemones y a sus cojones se
multiplicaron como panes, tal vez como exigencia de milagro anticipado en la
Cuaresma, desconociendo las complejas aristas de un problema muy serio. Sin
entrar en esos intríngulis lo que queremos señalar es que la psicología
venezolana de la búsqueda de un héroe, es una extremadamente peligrosa, pues
nos atrevemos a apuntar que si las circunstancias mundiales fuesen otras ya lo
habría encontrado. Implica además un
trasfondo psicológico implícito en sociedad venezolana de hoy: Apareció el valiente
q nos va a solucionar todo Yo no, el héroe, lo que es reflejo de una quietud
volitiva absoluta y total.
Y llegó la devaluación del signo monetario
entre quejas por las constantes negativas previas, como si una devaluación
pudiese ser admitida o anunciada, cuando la única verdad es que debe ser negada
y sobre todo ejecutada en la proximidad de un fin de semana y mejor si seguida
de un largo feriado bancario. A manera de ejemplo señalé en las redes sociales
que si el Papa tuviese que devaluar juraría por Dios que eso no le ha pasado
por la cabeza jamás o el caso del aquel ministro inglés de Finanzas que salió
de una rueda de prensa negando rotundamente la devaluación de la libra
esterlina para dirigirse a su despacho a firmarla.
La devaluación estaba prevista por cualquier
analista medianamente enterado, ni siquiera del estado de las finanzas
públicas, digamos de alguien que ha visto el gasto público creciente y
necesario para ganar elecciones y, admitamos, para cubrir los exigentes
programas de subsidios sociales del régimen. Cualquiera que hubiese ganado las
elecciones presidenciales iba a enfrentar la decisión de igual manera, ante un
signo monetario evidentemente sobrevaluado y ante un hueco fiscal cuya magnitud
desconocemos con precisión.
Lo que más llama la atención, una vez más, es
la devaluación total del lenguaje. En el país venezolano se puede ya decir
cualquier cosa, pronunciar la frase más atrabiliaria, argumentar con una
barbaridad, puesto que la reacción será repetirlas o creérselas. La colección
de frases es de fantasía, desde “esta es una medida para proteger los dólares
del pueblo” hasta la personalización en el vicepresidente Maduro de la hechura
de la medida, lo que de paso lo reconoce como autoridad en ejercicio. Desde la
eliminación en los medios públicos de ciertas palabras, como devaluación o
paquetazo, sustituidas por ajuste y lucha contra las agresiones, hasta
comunicados de condena a un hecho de política monetaria sin hacer la más remota
referencia económica.
Habrá más inflación, el poder adquisitivo del
bolívar se desploma, las arcas oficiales se inflan, en fin, todas las
consecuencias propias de devaluar una moneda.
Nos queda la inconodulia confundida con
idolatría, los indios pemones elevados al nivel heroico y una población
disfrazada en carnaval de compradora de electrodomésticos. No parece mucho. Lo
parecerá cuando salgamos a comprar comida a los nuevos precios.
tlopezmelendez@cantv.net
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