Maduro
es el hombre de confianza de los hermanos Castro quienes vergonzosamente
manejan nuestro pais, una dependencia que choca con los gritos de soberanía a
la que tanto recurre Chávez, en su quijotesca lucha contra el imperialismo y el
neoliberalismo. La dirección que también de facto ha tomado Maduro del
oficialismo, no será autónoma
Independientemente
del resultado de las elecciones del domingo pasado hoy Venezuela es otra. La
realidad expresada en declaraciones de los mismos dirigentes chavistas es que
hay muchas probabilidades de que Chávez se separe del poder en el corto plazo.
Con
la terquedad y arrogancia propias y muy probablemente mal aconsejado, Chávez había
negado la gravedad de su enfermedad, pero ella pudo más que él y después de
idas y vueltas a La Habana se aleja del poder, para dar paso a Nicolás Maduro,
cuya designación a dedo ha sido “aparentemente” bien recibida por la alta
dirigencia chavista, expresión de una solidaridad tan frágil e histérica como
la manifestada por muchos en relación con su estado de salud.
Para
algunos la enfermedad de Chávez es una cuestión personal, lo que les obliga a
declarar su solidaridad en estos momentos de preocupación para los suyos. Para
otros, su enfermedad y capacidad para gobernar interesa solamente en la medida
en que ello afecta la vida política del país.
Lo
cierto es que se abre un nuevo espacio político, con una candidatura “única”
del oficialismo, un hombre sin carisma, poco abierto al diálogo, como lo ha
mostrado a lo largo de estos catorce años y más estos últimos días, al hacer
declaraciones que apuntan a todo lo contrario, como el humillante anuncio de
dar “más dolores de cabeza en vez de dólares” a los empresarios , lo que echa
por tierra los “ingenuos” esfuerzos de Eduardo Fernández y algunos dirigentes
empresariales que pedan el beneficio de la duda a favor del designado.
Maduro
es el hombre de confianza de los hermanos Castro quienes vergonzosamente
manejan nuestro país, una dependencia que choca con los gritos de soberanía a
la que tanto recurre Chávez, en su quijotesca lucha contra el imperialismo y el
neoliberalismo. La dirección que también de facto ha tomado Maduro del
oficialismo, no será autónoma. Por el contrario, ella estará absolutamente
sometida a las directrices e intereses de La Habana. Sus decisiones tampoco
serán unipersonales, por el contrario, dependerá del no fácil acuerdo que
tendrá que tomar un grupo rector que tiene visiones e intereses distintos de la
“revolución”, lo que conducirá a una anarquía peligrosa que minará aún más la
estructura del oficialismo, sin Chávez.
La
incertidumbre reina en cuanto a la salud y el futuro de Chávez, también en
cuanto a la organización y unidad de la oposición que deberá lograrse en forma
consensuada, alrededor del hombre que designen los partidos políticos, ya que
difícilmente se podrán realizar unas primarias dentro de los treinta días que
se establecen para que se celebren nuevas elecciones; las cuales no podrán ser
postergadas bajo ningún pretexto, pues ello podría conducir el ejercicio ilegal
del poder, en pocas palabras, a un autogolpe, es decir, más simplemente, a la
ruptura del orden constitucional.
Sin
embargo, antes de avanzar en esa dirección, lo que no obvia las negociaciones y
contactos previos entre las distintas fuerzas democráticas del país, habría que
esperar la evolución de la situación en los próximos días, es decir, si Chávez
regresa o no regresa; y si, en el primer supuesto, puede o no asumir la
presidencia que en todos los casos deberá formalizarla ante la Asamblea
Nacional como lo prescribe en forma muy clara la Constitución de la República
en su articulo 231, aunque algunos analistas hayan abierto posibilidades
distintas absurdas, como la juramentación y toma de posesión fuera del
territorio nacional, en la sede de un misión diplomática venezolana.
En
todo caso, cualquier situación que se planteé en relación con la ausencia
temporal o absoluta del Presidente deberá ser resuelta en el marco de la
Constitución Nacional que deberá interpretarse en forma sensata y sana, sin
maquinaciones ni argumentaciones jurídicas interesadas y de mala fe, como nos
ha querido acostumbrar el Tribunal Supremo los últimos tiempos. Así lo exige el
periodo de transición que se ha abierto que nadie puede negar.
Es
un momento difícil que exige serenidad y a la oposición particularmente, unidad
y cohesión en la que no tendrían cabida proyectos ni intereses personales, para
evitar que en medio de la incertidumbre que plantea la situación, agravada por
el maquiavélico secretismo que aplica el régimen, surjan fuerzas a las que
interesa tomar el poder por vias diferentes
vitoco98@hotmail.com
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