Casi
todos los periódicos del mundo han dedicado su portada a la victoria de Barack
Obama, en general con unos titulares bastante empalagosos y poco originales,
por cierto. El País se llevó el premio a la cursilería con ese muy freudiano
“EE UU vuelve a soñar”. Hubo, sin embargo, una excepción llamativa. El diario
popular francés Le Parisien decidió que la noticia más importante de la semana
era el inicio del 18º Congreso Nacional del Partido Comunista Chino (PCCh), que
designará al próximo presidente del país más poblado del planeta, con sus 1,350
millones de habitantes.
“El verdadero dueño del mundo es él”, rezaba
el principal titular del tabloide parisino sobre el fondo rojo de la bandera
china y la foto de un hombre desconocido. Se llama Xi Jinping y será el tercer
sucesor de Mao Zedong cuando asuma sus funciones en marzo de 2013 por un
periodo de diez años. Obama encontró también su espacio en la portada de Le
Parisien, pero debajo del nuevo hombre fuerte de Pekín. Obviamente, no se
trataba de minusvalorar la importancia de la reelección del inquilino de la
Casa Blanca, sino más bien de destacar la coincidencia de dos acontecimientos
de gran calado que van a determinar las relaciones internacionales a partir de
ahora.
De
Obama ya lo sabemos todo después de su primer mandato presidencial y de la
desmedida cobertura mediática de la campaña electoral estadounidense. Sobre Xi
Jinping, en cambio, disponemos de una biografía mínima. Tiene 59 años y está
casado con una cantante de ópera que, además, y esto sólo pasa en China, tiene
el rango de general en el Ejército Popular de Liberación. A pesar de haber
nacido dentro de una familia revolucionaria —su padre fue compañero de Mao—, Xi
fue enviado a trabajar al campo para su “reeducación” durante la Revolución
Cultural a finales de los años 60, cuando tenía apenas 15 años. Lo pasó mal,
pero luego haría toda su carrera en el PCCh, donde ha ocupado varios cargos
hasta su entrada, en 2007, en el Comité Permanente del Politburó (9 miembros),
la más alta instancia del poder en China.
Obama
ha llegado a la presidencia a través de un voto democrático, mientras su colega
chino ha sido designado por los miembros del partido único. Para Xi no hubo
encuestas de opinión, ni campañas agotadoras con mítines y debates televisivos.
Y tampoco puede haber sorpresas. Los 2,270 delegados reunidos en el Gran
Palacio del Pueblo, en Pekín, han sido bien aleccionados. Habrá unanimidad de
fachada y, si hay diferencias de criterio dentro del PCCh, no saldrán a la luz
pública. En cambio, durante los próximos cuatro años, Obama será sometido al
marcaje permanente de la oposición republicana, mayoritaria en la Cámara de
Representantes.
Tanto
los chinos como los estadounidenses esperan que sus líderes respectivos se
ocupen en prioridad de la economía. A diferencia de EU, que está estancado,
China sigue creciendo, pero ya no al ritmo del 10% anual de las últimas dos
décadas. Y esta desaceleración se debe en gran parte a la disminución
importante de las exportaciones destinadas a los países occidentales, todos duramente
golpeados por la crisis económica. A Pekín le conviene que la situación mejore
en EU, pero los dirigentes chinos han tomado conciencia de que el progreso
económico pasa ahora por el desarrollo del mercado interno.
El
presidente saliente, Hu Jintao, ha dicho sí a un “nuevo modelo de crecimiento”
que involucre más al sector privado nacional, pero ha expresado su rechazo
tajante a cualquier cambio político inspirado en la democracia occidental. A lo
sumo habrá cambios en el funcionamiento interno del PCCh para “hacer la
democracia del pueblo más extensiva”. ¿Será suficiente para calmar los ánimos
de los cientos de millones de chinos que aspiran a acceder a la clase media y
que han visto cómo una minoría ha amasado verdaderas fortunas? Quizá los chinos
no estén preparados para ejercer el sufragio universal, pero sí quieren
respuestas rápidas a los problemas que más les agobian, desde la corrupción
rampante hasta la contaminación, que afecta su alimentación y el medio
ambiente.
Ése
es el enorme desafío que espera a Xi Jinping. Durante un viaje a México, en
2009, se burló del miedo que suscitaba el éxito comercial de China: “Algunos
extranjeros con los estómagos llenos y nada mejor que hacer se dedican a
señalarnos con el dedo. Primero, China no exporta revolución. Segundo, no
exporta hambre y pobreza. Y, tercero, no va liándola por ahí”. Tenía toda la
razón, pero ahora le toca tomar las decisiones para que la segunda potencia
económica del mundo esté a la altura de sus ambiciones.
bdgmr@yahoo.com
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